El boxeo es el único deporte en el que sus protagonistas empiezan a golpes y acaban abrazados. Al contrario de muchos otros.” Universo sórdido para muchos, el pugilismo ha dado espacio a las mejores plumas, a los contadores de historias más reputados o a las cámaras más distinguidas para explorar sus rincones y su poesía descarnada, nacida de una mística que mezcla valor, epopeya y, en algunos casos, decadencia. Pero esa frase definitoria de lo que es el boxeo no nace del vocabulario de ningún literato afamado de tantos que escribieron sobre este deporte. La pronuncia Aurelio Torres, entrenador del púgil terrassense Mustafá Chadlioui, campeón de España del peso semipesado en categoría profesional desde el pasado viernes por la noche. Aurelio Torres ha sido quien ha moldeado, en gran parte, a este deportista de 32 años nacido en la población de Beni Sidel, en el norte de Marruecos, y que llegó a Terrassa siendo un niño, hijo de una familia de emigrantes que buscó en Catalunya, primero en Piera y después en Terrassa, un futuro mejor para sus hijos. Aurelio Torres cuida de Musta como si fuese su hermano mayor. Por eso el primer abrazo del campeón fue para él, del mismo modo que la mayor dosis de emoción compartida. “Tiene las cualidades de un fuera de serie”, asevera el técnico.
Musta empezó a boxear cuando tenía 17 años. Fue cuatro veces campeón de España amateur y muchas más de Catalunya, donde se quedó sin rivales. En el campo profesional ha recorrido un camino repleto de obstáculos hasta conquistar la corona estatal en su décimo combate. Ahora quiere más, ahora aspira al cetro europeo. “La edad no es un obstáculo. Estoy en mi mejor momento y la historia está repleta de boxeadores que son campeones del mundo con casi 40 años”, explica. Desde que empezó ha tenido al lado a Aurelio. Y también a Diego Valero, un insigne del boxeo terrassense que cuida de la salud de sus chicos y de este deporte. Valero es “El Maestro”, la persona que está detrás de Musta y de Aurelio. El consejero, la voz sabia de la experiencia. “Hay quien mira a Musta y al ver que no tiene un cuerpo atlético como otros piensa que es un púgil torpe. Pero tiene un movimiento fantástico. Es muy bueno”, explica.
Con los suyos
Los dos cuidan de Musta en las horas previas al Campeonato de España, disputado en el pabellón Joan Creus de Ripollet. Musta ha llegado al mismo en un momento óptimo, físico y mental. Está maduro, preparado, seguro de que no va a fallar. “Es el gran desconocido, un boxeador extraordinario”, dice de él Joaquín Peñalver, fisioterapeuta y miembro del equipo que arropa a Musta. Peñalver, ex futbolista del Sabadell o del Barça “B”, vive la experiencia con el fervor de quien aúna trabajo y devoción. Musta le explica lo que quiere de él en el combate. “Cuando vaya al rincón me tienes que recuperar. Tengo que salir siempre fresco”, le dice, mientras toma nota del mecanismo para retirar el protector bucal, para asistirle, para darle el aire que le roban los golpes.
Mustafá Chadlioui es el más relejado de todos. Al menos en apariencia. Cuando arranca la velada, con varios combates amateurs y de exhibición en el cartel, se acomoda en una silla de ring y presencia los primeros combates con la participación de algunos jóvenes del Club Boxeo Terrassa, donde ha desarrollado toda su carrera deportiva. Musta sabe que es un ídolo para esos jóvenes y para muchos otros que acudieron en masa a Ripollet para darle su apoyo. Habla con ellos e incluso riñe de forma cariñosa a Valero por su discurso a uno de esos jóvenes, demasiado ácido para Musta. Controla los tiempos y el escenario. “Estoy relajado. Sólo siento los nervios cuando subo al ring”, comenta en relación a su estado de ánimo. A su alrededor, decenas de personas, muchas de ellas ataviadas con una camiseta blanca donde aparece su fotografía y su nombre. Pero no se siente referente ni ídolo de nadie. Se pasea en ese curioso universo del boxeo donde se mezclan cuerpos tatuados con los trajes y pajaritas que nunca han abandonado los árbitros.
A Musta le han reservado un pequeño templo para que prepare el combate. Le abren el gimnasio de boxeo instalado en el pabellón, donde se amontonan recuerdos de todas las épocas, medallas de púgiles locales, carteles de veladas reseñadas, guantes roídos por los golpes y por el tiempo. Y un ring con más de cien años de historia y doce cuerdas. Ahora son de dieciséis. Ese rincón preñado de pasado le sirve de refugio al que sólo tienen acceso unos cuantos íntimos. Allí están Aurelio, Valero y Joaquín Peñalver. Y su hijo Musta, un asiduo del Club Boxeo Terrassa donde ya empieza a boxear. Pero la puerta se entreabre para dar paso a algunos de los que han influido en su carrera. Entran los más cercanos, que no tienen duda de su victoria; aparece Paco León, el último campeón de España del boxeo egarense; el promotor, Gallego Prada; el presidente de la Federación de boxeo profesional, Alfonso Redondo; o antiguos compañeros de la selección catalana, hoy púgiles de primer nivel internacional: Juli, Abigail Medina y Chaca. Este último combina el boxeo con la música, liderando el grupo de rap Rosa Rosario. Con la música de Chaca aparece después Musta en el cuadrilátero, apoyándose en cada detalle en quienes significan algo para él. Su gorra es otro distintivo de su personalidad. Lleva grabado en dorado el nombre de Alí. Pero no es un guiño al gran Muhammad, sino un homenaje a su padre. Otro mensaje de su cuidada escenografía.
El rincón de la historia
El pequeño gimnasio de Ripollet se dibuja ya como el santuario donde toma cuerpo la figura épica del guerrero. Musta se friega las manos con hielo, pequeñas manos pero potentes. Y empieza el sagrado ritual del vendaje a cargo de Aurelio Torres. Más de media hora para instalar la protección. La tensión crece a medida que se acerca la hora de subir al ring. Cada vez se habla menos, se suspira más.
“¿Cuantos combates faltan?”, pregunta para regular su reloj físico. Sube la concentración. Hace cuerda, espejo, cinta? Y se calza los guantes. No se siente cómodo con ellos, se inquieta ante la molestia. Pero los pone a punto con algunos golpes al saco que hacen temblar el techo del gimnasio. Hace unos minutos de manoplas con su entrenador y dibujan la estrategia a seguir, la que le debe conducir a un título largamente perseguido. Hasta que llega el momento. Aparece en el pabellón jaleado como nunca por los suyos. Atronan los gritos de “Musta, Musta”. Desde Terrassa se han desplazado casi doscientas personas. Muchas desde La Maurina, su barrio. Y Musta gana, por KO como casi siempre porque esa derecha que arranca desde arriba hacia abajo es demoledora. Y con él ganan los suyos. Por eso, al final les da las gracias uno a uno. Hasta que se refugia en su vestuario, con Aurelio, con Joaquín, con Valero. Y con el cinturón de campeón de España aferrado a su cuerpo. “Estoy muy emocionado”, admite. En el ring ha llorado. En el vestuario también.