Las fuentes de Can Roig de Rubí, en la zona de Sant Muç, vuelven a estar visibles después de pasar años semienterradas gracias al trabajo de restauración realizado por una rubinense de forma totalmente desinteresada. Una tarea en la que lleva embarcada casi dos años tirando de ratos libres y que ha servido para rescatarlas del olvido y ponerlas de nuevo sobre el mapa de las fuentes de Rubí.
La rubinense en cuestión, que huye de protagonismos, prefiere mantener su nombre en el anonimato. Muntsa, que es el seudónimo que ha escogido para aparecer en este reportaje, tiene 50 años y se dedica a la educación. Y en sus ratos libres le encanta pasear con su perro, un labrador, por los campos y bosques del municipio.
Fue en uno de esos paseos, hace ya dos años, cuando Muntsa supo, en boca de otro caminante, de la existencia de las fuentes de Can Roig, compuestas por la Font del Carme y la Font de l’Avellana. O mejor dicho, lo que quedaba de ellas, ya que estaban prácticamente enterradas (la riada de 1962 provocó un desprendimiento de tierras que las sepultó medio metro).
Además, cuando las fuentes dejaron de manar agua se quedaron sin visitantes, pese a que en el pasado habían sido muy conocidas, hasta el punto de que antiguamente se había celebrado en ellas unos aplecs denominados ‘fontades’, los cuales están documentados en el Arxiu Municipal.
Hiedras y zarzas
La primera vez que Muntsa intentó acceder a las fuentes, que pertenecen a la Masia de Can Roig, lo hizo por un camino muy estrecho ya que la maleza había cubierto el acceso y las mantenía prácticamente escondidas. Igualmente, los troncos de los árboles del entorno estaban invadidos de una abundante hiedra que los asfixiaba, mientras que las zarzas, muros interminables de zarzas, también se había adueñado del paraje.
Pese a todo, “aquel lugar que cautivó y pronto se convirtió en mi destino preferido para ir a pasear con mi perro”, explica Muntsa. Fue a partir de que unos trabajadores del Ayuntamiento despejaron un poco el camino de acceso a las fuentes cuando la rubinense se planteó ir más allá: liberar a los árboles del enroque de una vasta vegetación que había crecido de forma salvaje. Por eso, un buen día se presentó con algunas herramientas de su jardín -una hoz, una sierra, unas tijeras de podar, unos guantes…- y se puso a desbrozar la zona. Y a ese día siguieron otros y luego otros más, y con su trabajo de hormiga poco a poco fue limpiando el entorno.
Hablando con otros excursionistas, Muntsa se enteró de que al lado de las fuentes había una pequeña balsa y una explanada. “Y cortando por aquí y por allí encontré la balsa y la destapé”, dice satisfecha.
Luego tuvo un golpe de suerte. O de generosidad. Andaba Muntsa preocupada porque un tronco enorme estaba atravesado sobre la balsa y quería quitarlo. “Hablando un día con un caminante me dijo que él tenía una excavadora y que me podía ayudar. No sólo quitamos el tronco, sino que además rebajamos el nivel de tierra” que semienterraba las fuentes. Fue otro paso de gigante en la recuperación de este trozo de historia de Rubí.
Muntsa, que pertenece a la entidad Rubí d’Arrel (dedicada a la recuperación, protección, conservación y dinamización económica y cultural del patrimonio natural y rural), sigue con la tarea. “Hay días que avanzo por zonas nuevas, -todavía me queda encontrar la esclusa- y otros que repaso las zonas ya hechas”, explica.
La rubinense hace todo esto por varios motivos. Y los enumera: “Me proporciona descanso mental, me encanta la naturaleza, es un paraje precioso donde me encuentro muy a gusto, sirve para preservar este espacio y me apasiona ver el antes y el después de las fuentes a través de las fotografías que voy haciendo”.