España tenía en 1992 poco más de cuatrocientas licencias de jugadoras séniors de hockey. Una cifra irrisoria en comparación a las grandes potencias mundiales, que manejaban volúmenes mucho más importantes a la hora de confeccionar sus selecciones. Pese a ello, aquel grupo que el periodismo español acabó bautizando como las "Chicas de Oro" protagonizó una gesta incomparable al conquistar la medalla de oro en Terrassa sorprendiendo al mundo, dado que su historial internacional carecía de resultados superlativos y de experiencia olímpica, dado que los Juegos del 92 supusieron la primera participación de la selección femenina de hockey. El trabajo planificado hasta el último detalle por el seleccionador José Manuel Brasa durante años acabó dando un resultado óptimo que tuvo su mejor reflejo en la final disputada ante Alemania, en la que España alcanzó la gloria olímpica después de imponerse por 2 a 1 en el tiempo suplementario. Más de doce mil personas abarrotaron aquel día las gradas del estadio egarense, donde el fervor por el éxito deportivo multiplicó el óptimo balance organizativo de la subsede terrassense.
Un proceso duro
Construir una selección campeona olímpica casi desde la nada no resultó un proceso sencillo. Leandre Negre, presidente de la Federación Española de Hockey, trasladó ese encargo al técnico gallego José Manuel Brasa en 1985, cuando aún no estaba decidido que los Juegos de 1992 se fuesen a celebrar en Barcelona. "Fue un revolucionario y encontró un grupo de jugadoras que compartieron con él el sacrificio que les propuso", explica Negre. "Aquellas jugadoras renunciaron a todo lo que hacían. Y él cuidaba hasta el último detalle de la preparación de cada una. Era tan perfeccionista que llegaba a analizar el stick de cada jugadora y adaptaba la madera él mismo para facilitar los movimientos."
El camino de la preparación fue exigente. Más si cabe en el último año, con una concentración casi permanente que incluyó una larga estancia en Cuba, donde la selección iba a encontrar las condiciones climatológicas más similares a las que después tendría en Terrassa. El seleccionador contó con la complicidad de unas jugadoras que meses antes habían comprometido su futuro a la elevada exigencia de la preparación olímpica. Brasa, en 1990, encerró a las internacionales en una sala de la Residencia Blume de Madrid y les planteó distintos libros de ruta: el primero consistía en afrontar los Juegos Olímpicos con el ánimo de "desfilar", lo que no exigía excesivos sacrificios; el segundo, trabajar para ser quintas y entrar en semifinales si se producía un golpe de fortuna, para lo cual el plan de trabajo tenía unas exigencias limitadas; y el tercero pasaba por tener más de un cincuenta por ciento de posibilidades de ser semifinalistas y una vez allí luchar por todo, supuesto para el que la vida de las jugadoras iba a estar centrada, sólo, en el alto rendimiento. "En la última temporada antes de los Juegos, no se podría ni estudiar ni trabajar", les dijo Brasa. Las jugadoras eligieron este último camino.
"Hicimos una apuesta. Tomamos el camino más ambicioso, queríamos una medalla. Cada una de nosotras hizo una apuesta personal sabiendo el camino que había que recorrer. Y salió bien, tuvimos premio", recuerda la jugadora terrassense Anna Maiques, una de las tres componentes locales de aquel equipo junto a Núria Olivé y Cèlia Corres.
La competición
El camino de España en el torneo olímpico no resultó sencillo. Tomaron parte en la competición un total de ocho selecciones, repartidas en dos grupos de cuatro durante la primera fase. Las dos primeras conquistaban plaza en las semifinales. España tuvo como rivales a Alemania, Australia y Canadá, y finalizó en la segunda posición con 5 puntos, los mismos que Alemania. España debutó en la competición contra el conjunto germano, ante quien cosechó un empate a dos goles. Alemania se adelantó con un 0 a 2 que hacía presagiar un desastre, pero dos goles de Teresa Motos propiciaron la igualada y mantuvieron a España con vida. En la segunda jornada., España superó a Canadá por 2 a 1, con dos goles más de Teresa Motos. Para entrar en semifinales, la selección precisaba un punto en la última jornada de la fase previa contra Australia. Y se impuso por 1 a 0 gracias a un gol de Sílvia Manrique en el minuto 3. Australia llevó el peso del partido y dispuso de innumerables ocasiones, pero la antológica actuación de la portera Mariví González condujo a España a la lucha por las medallas.
Corea, subcampeona olímpica en ese momento, fue el rival en las semifinales. Y España se impuso por 2 a 1 en otro partido de enormes emociones que se resolvió el la prórroga. Natalia Dorado fue la autora del 1 a 0 en el minuto 8, pero Chang Sook Kwon empató en el 28. A tres minutos del final de la prórroga, un penalti córner transformado por Mari Carmen Barea convirtió a España en finalista.
En la final, la selección se volvió a encontrar con Alemania, su rival en su debut olímpico. El Estadi Olímpic se llenó con más de 12.000 espectadores, una cifra impensable dos semanas antes. En el palco, pleno de autoridades con la Familia Real española al completo. "Jugar una final olímpica en casa y con el estadio lleno es incomparable", señala Anna Maiques.
La selección volvió a ganar por 2 a 1 y otra vez en la prórroga, dando muestras de una superioridad física que acabó siendo decisiva ante rivales que se presumían mejores en esa faceta. Mari Carmen Barea marcó el 1 a 0 en el minuto 7, pero las germanas empataron en el 11 con un tanto de Franziska Hentschel. En el minuto 12 del tiempo extra, Eli Maragall pasó a la historia del deporte español al marcar el gol que dio el triunfo a la selección de José Manuel Brasa.
"No podemos hablar de un milagro en aquella medalla de oro. Hubo mucho trabajo y muy bien planificado, pionero y bajo una base científica", señala José Manuel Brasa en relación a las claves del éxito. "Yo llegué a la selección un año antes de la proclamación de Barcelona. Aposté por hacer un equipo joven porque en mi cabeza ya estaba hacer un equipo para ganar la medalla de oro en 1992. Soy un ganador y entendía que se trataba de una gran oportunidad."
Brasa señala que la fuerza de aquella selección estuvo en su cohesión. "Ganábamos por ser un equipo, no por individualidades o talento personal. Teníamos jugadoras importantes, pero ninguna de un nivel superlativo. Ganamos por equipo y por físico."
De las tres jugadoras terrassenses de la selección, Anna Maiques fue la que más jugó. Aunque no fue titular en ningún partido, acumuló 165 minutos por 92 Núria Olivé. Cèlia Corres no fue utilziada en todo el torneo.
"Aquella medalla de oro resultó un esfuerzo titánico", señala Anna Maiques. "Unos años antes perdíamos por goleada contra las grandes potencias. Y llegamos a los Juegos convencidas de que podíamos competir contra las mejores".