Terrassa se postuló como subsede de la competición olímpica de hockey en los Juegos de 1992 desde que se empezó a diseñar el mapa de la Barcelona Olímpica promovido desde el Ayuntamiento de la capital catalana. Los promotores de la candidatura barcelonesa dibujaron unos Juegos descentralizados, con un peso significado para ciudades con un arraigo histórico con deportes específicos. Un capítulo en el que se incluían núcleos como Granollers con el balonmano, Badalona en relación al básquet, La Seu d’Urgell con el piragüismo o Terrassa con el hockey. Una idea que incidía en un escenario plural donde Barcelona ejercía como gran centro neurálgico de los Juegos, pero con derivadas de notable peso hacia distintos puntos del territorio.
Terrassa se postuló desde un principio como subsede del torneo de hockey, entendiendo que participar del proyecto olímpico podía significar el punto de partida necesario para acometer proyectos de gran importancia para la ciudad de la mano de la multimillonaria inversión que estaba prevista, muchos de ellos fuera de las posibilidades presupuestarias de la ciudad en un futuro a medio plazo. De hecho, los Juegos Olímpicos generaron un impacto de 4.000 millones de pesetas de inversión directa en obras relacionadas con el acontecimiento olímpico, a los que hay que sumar otras importantes cantidades en infraestructuras que situaron a la ciudad en un punto neurálgico del mapa de comunicaciones o inversiones privadas de notable calado como el Hotel Don Cándido, que resolvió un déficit histórico de la ciudad en oferta hotelera.
“En Lausana, donde Barcelona fue elegida sede de los Juegos, ya le dije al alcalde de Barcelona que el hockey era cosa de Terrassa”, recuerda Manuel Royes, alcalde en 1992, en relación a los primeros pasos dados al respecto. La unanimidad en Terrassa a la hora de defender su candidatura olímpica resultó incuestionable en todos los ámbitos. No hay que olvidar que Terrassa fue la tercera ciudad catalana en número de voluntarios olímpicos (sólo superada por Barcelona y L’Hospitalet), una corriente que se extendió al ámbito político y asociativo. “Los Juegos Olímpicos fueron la actuación más espectacular y la más consensuada de mi mandato”, recuerda Manuel Royes. “Toda la ciudad quería los Juegos Olímpicos. Ningún otro tema de ciudad encontró esas unanimidades.”
Una dura oposición
Pero en el exterior se abrió un frente divergente a través de la oposición manifestada por la Federación Internacional de Hockey, presidida por el francés Etienne Glichitch y cuyo secretario general era el barcelonés Juan Ángel Calzado, persona de histórica vinculación al RC Polo. Este organismo no aceptó en ningún momento la propuesta de Terrassa, adoptando una actitud beligerante que se prolongó, incluso, durante los Juegos Olímpicos. “El presidente tenía una idea muy clara sobre cómo se podía popularizar nuestro deporte con motivo de los Juegos Olímpicos. Era consciente del peso de Terrassa, donde el hockey lo es todo. Por tanto, poco más se podía avanzar en este sentido en Terrassa. En cambio, en Barcelona podía suponer una ventana para popularizar nuestro deporte”, señala Calzado en relación a la posición que tomó la Federación Internacional. “El planteamiento era tan simple como eso, no había nada contra Terrassa.”
La capacidad de decidir las sedes de las distintas competiciones en el mapa de Barcelona’92 correspondía al Ayuntamiento de la capital catalana. Y, a pesar de las presiones, la postura en ese sentido resultó inalterable. El 4 de diciembre de 1987 el COOB’92 nombró de forma oficial a la ciudad egarense como subsede de la competición de hockey, una circunstancia que ratificó de forma definitiva un año más tarde. “Nosotros teníamos claro que el hockey tenía que disputarse en Terrassa a pesar de otros intereses que presionaban para que se hiciese en Barcelona”, señala al respecto el consejero delegado del COOB’92, Josep Miquel Abad. “No cedimos ni en eso ni en otros casos similares, como la vela.”
Las opciones que la Federación Internacional defendía en Barcelona fueron distintas. Se habló de desarrollar el torneo olímpico en el estadio Pau Negre de Montjuïc (la primera opción que la candidatura de Barcelona y la Federació Catalana barajaron), en el Mini Estadi y, sobre todo, en el Real Club de Polo. Incluso se estudió la posibilidad de llevar a cabo un torneo compartido, repartiendo la competición masculina en una ciudad y la femenina en otra, o bien disputando las semifinales y las finales en Barcelona. “Llegué a pensar que deberíamos ceder en algo”, admite Manuel Royes en la hora de mirar hacia atrás.
El decisivo papel de Royes
El papel de Royes en todo ese proceso resultó determinante por varias razones. Presidente de la Diputació de Barcelona a la vez que alcalde de Terrassa, su peso en la toma de decisiones era más que notable dado que la Diputació era una de las administraciones con mayor capacidad inversora en los Juegos. Y ese dato situaba al alcalde de Terrassa en una posición relevante. Y tampoco es menor la incidencia de su amistad con Pascual Maragall, con quien compartió un camino de amistad y de hacer política desde sus tiempos universitarios. “La Federación Internacional se puso al lado del Polo, que buscaba las inversiones económicas de los Juegos y el prestigio”, señala Royes.
Otro nombre propio que tuvo un peso determinante fue el del presidente del Comité Olímpico Internacional, Joan Antoni Samaranch. Aunque no estuvo en primera línea de la discusión pública, siempre mantuvo una opinión favorable a la candidatura de Terrassa. Y defendió esa opción de puertas adentro. “Fue un personaje decisivo”, recuerda Josep Maria Ballbé, el terrassense de mayor rango en la estructura profesional del COOB’92. Ballbé era el responsable de una de las cuatro áreas deportivas del aparato organizativo de los Juegos, dentro de la cual se encontraba la competición de hockey. “Como presidente del COI, Samaranch se abstenía de decir cosas que no hacía falta que dijese, pero la gente de aquí sabía que el COI no fallaría, que era una cuestión resuelta.”
Leandre Negre, presidente de la Federación Española de Hockey en 1992, hizo dos viajes a París con el fin de encontrar vías de consenso con el presidente de la Federación Internacional. “Glichtich se tomó el asunto como una cuestión personal”, señala Negre. “Intenté convencerle de que la opción del Polo no era la más adecuada.” Las relaciones entre el presidente de la Federación Española y el de la Internacional se tensaron de forma extraordinaria. “No nos permitía tener voz en las reuniones con el COOB’92 porque decía que la Federación Española no era nadie. La situación fue muy tensa.”
La imprudencia de Glichitch le llevó a manifestar en plenos Juegos Olímpicos que Barcelona hubiese sido mejor sede que Terrassa. “Terrassa ha organizado un buen torneo, pero estamos desplazados del núcleo central, sigo sin notar que estemos con la Família Olímpica”, confesó. Aquella beligerancia constante provocó la aparición de pancartas contrarias al presidente de la Federación Internacional tanto en el Estadi Olímpic como en distintos puntos de la ciudad. “Es mejor dejarlo por imposible. Perdió clamorosamente esta discusión y como buen francés no lo reconoce”, dijo horas más tarde el consejero delegado del COOB’92, Josep Miquel Abad.
Pese a los obstáculos y las diferencias, Terrassa organizó una competición impecable, llevó a más de 100.000 espectadores a las gradas de sus estadios y dejó para el recuerdo un torneo olímpico de hockey sin precedentes, superando todas las dudas expresadas por la Federación Internacional.