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Pepe Mármol, el héroe silencioso

En la discreción se siente cómodo. Mucho más que en los escenarios públicos. Y prefiere el silencio a la palabra, sabedor de los cientos de secretos que guarda en el baúl de su memoria. Pepe Mármol ha trascendido a la figura del trabajador de un club de fútbol para convertirse en símbolo del deporte terrassense. Lo ha hecho sin marcar un gol, sin romper ninguna marca, sin ascender a ningún podio. A través de su humildad, de su profesionalidad y de su trato afable, es una de las principales señas de identidad de la historia del Terrassa FC. Encargado de material, responsable del mantenimiento del Camp Olímpic o utillero del primer equipo, da igual su rango profesional, su figura se ha ido agigantando con el tiempo. Pepe ha cuidado todos los detalles de los jugadores del Terrassa FC desde los años 70 del siglo pasado. Y ha educado desde su sabiduría infinita a miles y miles de niños que han descubierto el fútbol vestidos de rojo, a los que ha enseñado el valor de la deportividad, del respeto o a atarse las botas. El próximo martes el Ayuntamiento le concede la Medalla de la Ciutat a l’Esperit Esportiu. A él, tan amante del anonimato. “Todo esto me sobrepasa, no me resulta sencillo”, explica mientras anda arriba y abajo en el vestuario del Camp Olímpic horas antes de que los futbolistas centren la atención de todos los focos. “Me pregunto por qué cuando me dan algún premio así. Pero se trata de una gran alegría, una muestra de que valoran tu trabajo.”

Un día de trabajo
Diari de Terrassa le ha acompañado en un día de trabajo. Un domingo cualquiera, de los miles que adornan su trayectoria profesional. De esos en que es el primero en aparecer en el estadio para cuidar cualquier detalle, por pequeño que parezca. “Esta noche alguien debe haber entrado porque está el césped lleno de pipas”, explica mientras barre una zona del círculo central donde algunos pasaron el rato la noche antes. Ya ha izado las banderas que adornan los mástiles del recinto, ya ha revisado las redes de las porterías. Y ya ha plantado los banderines del córner. Nada queda al azar. En el vestuario del primer equipo, todo está en orden. Desde el sábado, cuando una vez lavada la ropa del entrenamiento del viernes ha ido colocando la vestimenta de cada jugador. El uniforme rojo, las botas, las zapatillas de baño, los champús. Ni un equipo de Primera División tiene mejor servicio. El templo está a punto.

Pepe repasa la presión de los balones, los que han dado tantas alegrías y han generado tantas depresiones en la afición del Terrassa. “Este club lo es todo para mí”, señala cuando se le pregunta por el Terrassa FC. “Es más que un trabajo. Y cuido el estadio como si fuese mi casa.” Tanto es así que el amor por el club le ha podido en algunas etapas de su vida, cuando lo fácil hubiese sido abrir la puerta en busca de una mejora laboral. “Después de los Juegos Olímpicos de 1992 el Club Natació Terrassa vino a buscarme para incorporarme a su plantilla. Eran tiempos difíciles, pero Miquel Blanco, que era entonces el presidente del Terrassa, me convenció para que siguiese. Fue más importante el corazón que la cabeza.” Ha tenido también ofertas de otros clubs. El Sant Andreu fue uno de los más interesados. “A todos les dije que el Terrassa era lo primero. Aquí hemos pasado momentos difíciles, como los dos encierros que he vivido. Pero nunca he pensado marcharme.”

Un ídolo especial
Pepe riega el campo con el estadio aún vacío. Cuando los primeros espectadores entran, muchos le saludan en la distancia. Devuelve el saludo con una sonrisa, afable como ha sido siempre con todo el mundo. En uno de los goles, las peñas instalan una foto gigantesca de él, como cada semana desde hace unos años. A la afición se le hace pequeño cualquier detalle, porque sabe que Pepe ha dado mucho más de lo que pueda recibir. El Camp Olímpic es su casa, tanto es así que desde algunos sectores se ha pedido que sea bautizado con su nombre. “Por aquí ha pasado gente muy importante, mucho más que yo. No estoy de acuerdo con eso. Soy un simple trabajador que trata de hacer su trabajo de la mejor forma posible.” Un trabajador que, por ejemplo, durante las obras de remodelación previas a los Juegos Olímpicos de 1992 pasaba de forma regular por la instalación para saber cómo iban los trabajos. “Cuando se inauguró el estadio antes de los Juegos me emocioné. Fue fantástico verlo sin aquellas sillas rojas de hierro, con asiento para todo el mundo. Yo he visto este estadio sin tribuna”, rememora. “Por aquí han pasado equipos como el Barça, el Real Madrid o el Bayern de Munich.”

Mide tanto sus valoraciones que no destaca a ningún presidente ni a ningún entrenador con quienes ha trabajado. Y cuando se le pregunta por algún jugador, se decanta por los contemporáneos. “Morales fue un gran portero, Campuzano un delantero magnífico y Gallego un jugador especial.” A la hora de quedarse con algún recuerdo habla de los ascensos, en general. “Todos fueron muy especiales.” Y no duda a la hora de señalar el peor momento. “El partido de Málaga. Allí lloró todo el mundo. Fue muy difícil.” Aunque en clave personal recuerda el incendio de su domicilio, en 1991. “Un brasero quemó una manta y ardió todo. Y mi mujer estaba dentro. Mis hijos vieron las llamas desde el colegio y vinieron corriendo”, relata. “Unos vecinos nos dejaron una casa para ir viviendo. Los jugadores del Terrassa recogieron dinero para ayudarme.”

Hasta el último detalle
Cuando empieza el partido, se sienta en el banquillo atento a lo que pueda necesitar cualquier jugador del primer equipo. La plantilla lo venera, por su trabajo y por su sabiduría. Muchos goles van dedicados a él. Y los mejores abrazos del final del partido. Sufre en forma discreta, igual que vive. Nunca se le ha visto discutir, casi nunca ha faltado al trabajo. “Disfruta trabajando, eso es fundamental”, dice de él Jesús Requena su ayudante desde hace un año y medio y la persona que está llamada a tomar su relevo en el futuro. “Para acercarse a su nivel hay que trabajar muy duro. Para mí es un ejemplo a seguir en el aspecto personal y profesional. Es una persona como pocas hay en el mundo, el mejor maestro.”

Cuando las luces se apagan y el fútbol se traslada a las tertulias de aficionados, Pepe Mármol lo devuelve todo al orden. “He estado aquí toda mi vida, 43 años. Y mientras tenga fuerzas y el presidente quiera, aquí voy a seguir”, señala cuando se le habla del futuro. No quiere ni oir hablar de una retirada. Otra vez se pone en marcha la lavadora, descuelga las banderas de los mástiles y guarda los banderines. Hasta el próximo partido. Aunque mañana habrá entrenamiento y Pepe, como siempre, tendrá a punto hasta el último detalle para que nadie se sienta desatendido.

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