Miquel Olmo ha tenido una experiencia fugaz en el Manama de Bahrein. Llegó al club en verano y el miércoles, después de perder en el primer partido de Liga, fue despedido. Su equipo perdió por 0 a 3 tras jugar 55 minutos con un futbolista menos. “Jugamos el lunes y el martes me citó la cúpula directiva del club”, explica. “Me dieron un ultimátum. O ganaba el próximo partido o me despedían. Les dije que no estaba de acuerdo pero que lo asumía. El miércoles me llamaron para comunicarme la destitución.”
Su equipo ya había jugado antes de la Liga la competición de Copa. Y durante esos meses Olmo había intentado implantar una serie de normas de comportamiento que, al parecer, chocaron con el modo de hacer en el club. Instauró un régimen interno, prohibió a los directivos entrar en el vestuario y se rigió bajo pautas profesionales que le motivaron algún enfrentamiento serio. Los directivos acabaron justificando su despido diciéndole que su nivel era demasiado profesional para este club.
“Este club tiene potencial para estar en la zona alta si sale una buena temporada, pero no para ganar la Liga. Y eso es lo que querían”, explica el técnico terrassense. “Te dicen que quieren aprender y después no te dejan enseñar.”
Olmo tiene previsto regresar la próxima semana a Terrassa. “Estoy decepcionado y alucinado con esta historia. Pero el fútbol sigue siendo mi pasión”.