En el Día Mundial del Riñón, que se celebra hoy, Efe ha hablado con tres enfermos renales, quienes afirman que la vida no se acaba con la diálisis, y muestran, junto a su capacidad de lucha y sufrimiento, su decidido optimismo y su fortaleza.
“Lo importante es ser feliz, porque la vida no se acaba con la diálisis, tenemos mucho que vivir”, señala Francisco Borja, uno de los 50.000 enfermos renales crónicos en España que necesita tratamiento renal sustitutivo.
Francisco Borja y otros dos enfermos renales crónicos de centros de la Fundación Renal Íñigo Álvarez de Toledo (FRIAT) han compartido con Efe sus historias y experiencias.
A Aurora Villar le diagnosticaron glomerulonefritis con 25 años. Ahora tiene 48 años y está trasplantada desde 2002.
“Estoy perfectamente, mi trasplante fue de cadáver y no he tenido ningún problema”, explica.
Pero el camino ha sido largo. Cuenta que, desde que se diagnostica “ves cómo vas empeorando, empeorando, hasta que entras en diálisis”, donde estuvo dos años y medio.
Para ella, la ayuda psicológica fue fundamental; aprendió a relajarse y superar el dolor, que ha sido “lo peor de la enfermedad; me ponía tensa al pensar que en diálisis me iban a pinchar”.
A lo que se sumaba una incertidumbre cargada de angustia. “Estar en lista de trasplantes te produce mucha ansiedad, estar todo el día mirando el móvil es inevitable”, recuerda.
El momento del trasplante llegó finalmente. Eso sí, estuvo 11 días “sin entrar en diálisis y sin saber si me iba a funcionar el riñón”, una situación que describe como angustiosa y desagradable.
Todo salió bien, aunque tiene claro que “desde el momento en que te dicen que vas a perder los riñones eres un enfermo crónico, incluso aunque estés trasplantado”.
Hoy Aurora mira la vida de forma positiva, recordando que en 2005 tuvo, ya trasplantada, a su hijo totalmente sano.
Francisco Borja Cañedo también es enfermo renal. Es diabético desde hace 35 años, y explica que “con el paso del tiempo” no le quedó “más remedio que entrar en diálisis en 2013”.
“En casa digo que voy a la oficina”, explica señalando que intenta tomarlo “de la mejor forma posible”.
Pero al principio le costó aceptar la enfermedad. “Te sientes como un bicho raro. Te preguntas, ¿esto por qué me pasa a mí? Te pasa a ti como le pasa a mucha gente”, responde.
Describe la figura del psicólogo como esencial. Para Francisco fue “un trauma” cuando le dijeron que no podía trasplantarse. “Ponerme un riñón nuevo afectaría a las venas, que las tengo muy finas, y me quedaría sin riego en las piernas y a largo plazo me las tendrían que cortar. He sido muy deportista siempre y no me veo sin piernas”.
Lo que peor lleva, es salir con sus hijos y “no poder tomar ciertas cosas porque te sientan mal”, o “que tu hijo te diga ‘papá vamos a hacer esto’ y tú digas que no puedes ir porque tienes diálisis”.
De la enfermedad ha aprendido que no hay nada más cierto que “el dicho de ‘la salud es lo que importa”. Porque “lo importante es ser feliz, la vida no se acaba con la diálisis, tenemos mucho que vivir”.
Diego Jiménez tiene 49 años y sufre una enfermedad genética por parte materna. Trasplantado en 2010, “ha vuelto a dar problemas el riñón trasplantado y he vuelto a diálisis”, explica.
Coincide con Aurora y Francisco en que la asistencia psicológica “ayuda muchísimo”.
“La diálisis forma parte de la rutina diaria e intento que me afecte poco, aunque se sale con poca energía y se hace un poco más cuesta arriba”, expone.
Pese a que sus riñones no funcionan bien, orina perfectamente y puede comer y beber sin problemas.
A los 30 años, ya aparecieron indicios en un control rutinario. Con 40 ya estaba en diálisis. Diego explica que le costó tiempo aceptarlo y darse cuenta de que “hay vida detrás de la diálisis”, porque al principio es “como una tragedia”.