Poco se había escrito sobre el vermut, pero el hecho de que los nietos hayan rescatado la bebida de los abuelos dándole una nueva época dorada ha animado a indagar en sus orígenes, variedades y los mejores lugares para degustarlo a varios escritores.
Dado que Reus es la cuna ibérica del vermut -allí empezó a producirse en España y hasta tiene un museo en su honor-, no es de extrañar que de Catalunya provenga “Teoría y práctica del vermut” (Now Boocks), en el que Josep Sucarrats, Miquel Àngel Vaquer y Sergi Martín exploran con sentido del humor su historia y el auge actual, que ellos atribuyen a la “generación vermut”, de entre 30 y 45 años.
También ha llegado a las librerías “El gran libro del vermut” (Ediciones B), un compendio más sesudo de François Monti, periodista belga afincado en Madrid, en cuyos bares el vermú de grifo vuelve a correr con alegría.
La hora del vermut: un acto social
Tras varias décadas de olvido, desplazado en buena parte por la cerveza y castigado por una normativa de 1978 que obligaba a embotellar la producción destinada a la venta, era de justicia recuperar el acto social de la hora del vermut -más social que nunca al compartirlo en redes- con su protagonista líquido, una combinación de hierbas, especias, raíces y azúcar infusionadas en vino.
Con ambas obras viajamos al origen del vermut, Alemania -wermut es ajenjo en alemán, base de los botánicos que lleva- y a la ciudad italiana donde comenzó a producirse masivamente tal como hoy lo degustamos, Turín. Desde Italia, que a finales del siglo XIX exportaba seis millones de litros al mundo, viajó al resto de Europa y América.
Fue Augustus Perucchi quien creó el primer vermut español en la década de 1870, en Barcelona, donde se mantiene su empresa, suministradora de la Casa Real. Monti atribuye la instauración de la hora del vermut al Café Torino de Flaminio Mezzalama, que desde 1901 lo acompañó de un aperitivo sólido, un hábito que encandiló a su adinerada clientela.
Símbolo de modernidad
No sólo dio nombre al momento del aperitivo, sino también a sesiones de cines y teatros, y se convierte en un símbolo de modernidad. Los citados autores atribuyen parte del mérito de su rápida expansión a que también gustó a las mujeres, poco dadas entonces al consumo de alcohol.
Además de tomarse solo, el vermú se incorpora a cócteles hoy míticos: el chicote del Museo Chicote que frecuentaban en Madrid estrellas como Ava Gadner, el dry martini que popularizó James Bond, el manhattan, el martinez…
Durante décadas se establece como la bebida de los domingos en familia, pero en los últimos 30 años baja el consumo hasta que llega la crisis, factor que en ambos libros se asocia a su renacer: la generación nacida en la Transición aprecia los productos “nuestros y de toda la vida”, sustituyen las salidas nocturnas por diurnas y “el vermú cuesta de tres a cuatro veces menos que el gin-tónic”.
Nuevas marcas
Así que a las marcas tradicionales como Carpano, Cinzano, Martini o las españolas Perucchi e Yzaguirre, se han sumado ahora otras como Morro Fi, Casa Mariol, Canasta, Golfo o Nordesí, ampliando la oferta tanto en botella como en grifo.
Rojo, blanco, seco o rosado; servido en zurito, en vaso de caña o en copa de balón; con o sin sifón, con o sin aceituna, y acompañado de unas gildas o unas buenas conservas, el vermú vuelve a reunir a familia y amigos a la hora a la que dio nombre y hasta protagoniza eventos como el Baile del Vermut de Barcelona y el Bach Vermut del Auditorio Nacional en Madrid.