Opinió

Felicidad mínima garantizada

O es cierto que todas las personas nazcamos libres. Como dice Yayo Herrero, no venimos al mundo con las mismas oportunidades, sino con la misma vulnerabilidad. A partir del momento del nacimiento, son los factores que nos rodean los que nos dan fuerza y herramientas o nos complican aún más la existencia en el camino a la felicidad.

El país en el que nacemos, el barrio, la familia, la salud, la formación, el aire que respiramos, las casualidades… todo ha de alinearse y parece muy difícil que pueda salir bien. Abrirse paso es duro para gran parte de la población. Las ciudades no son lugar de felicidad para todo el mundo. Muchos humanos nos fuimos del campo a las ciudades a buscar esa felicidad, basada en oportunidades y prosperidad, pero la jungla de cemento no es nuestro hábitat y no todas las personas se han adaptado a esto. Para ser justo, también diré que el sistema no se ha adaptado a todas las personas.

Son muchísimas situaciones las que nos encontramos. Aquí, las clases nos siguen delimitando y diciendo cómo podemos vivir. Algunas familias tienen la suerte de tenerlo todo, otras tienen buenos sueldos y cierta estabilidad, otras van con el agua hasta el cuello y otras ya están por debajo de ella. Pese a todo, algo nos amarra a las ciudades aunque sean hostiles. Aunque nuestra vida se agote entre estrés, ansiedad y necesidad.

Hoy escribo sobre las personas que viven en esa angustia. La angustia de no tener cubierto lo básico a pesar de intentarlo. La incertidumbre de no tener un proyecto de vida porque no se tiene ni siquiera lo básico, los cimientos. Tenemos que garantizar la felicidad mediante el afecto, la alimentación, el hogar, el trabajo y la cultura.

Poco se habla del afecto en tiempos de crisis, afecto que hay que garantizar a esa infancia que vive sin él. Ese afecto les ha de servir para detectar lo que no es bonito. Para tener la fuerza de combatir en el futuro todas esas cosas que nos alejan de la felicidad. Tampoco comemos como deberíamos, y cada vez son más los expertos que nos dicen que enfermamos por comer de cualquier manera aquello que la industria alimentaria, con la complicidad de los gobiernos, nos cuela por ojos, oído y finalmente boca.

El empleo pasa por momentos duros, lo de reinventarse suena muy bien y los expertos hablan de “nuevas formas de economía” que traerán prosperidad, como la economía colaborativa. El futuro pasa por ir más allá del consumo participativo y pasar a financiar, producir y poseer en común con otr@s. La música suena muy bien pero, además de quienes se reinventan, me despiertan una enorme ilusión aquellas perso- nas que no se tienen que reinventar y hace años que pelean por esta nueva economía mientras los mirábamos como si fueran tontos.

No dejamos de intentar divisar ese camino de luz para acabar con la angustia, luz que implica cambios globales que ya se han hecho en otros países y han salido muy bien para la población.

Del gobierno central esperamos con ilusión la renta mínima, que dará ciertas garantías económicas a las familias, y estamos a la espera de que actúe y detenga este sistema medieval de acceso a la vivienda, controlando los precios y legislando de forma en que esto no siga siendo un bufet libre para bancos y fondos buitre.

Para acabar, no olvidemos la alimentación del alma, del espíritu. Porque nuestro crecimiento interior depende muchísimo de que tengamos acceso a la cultura y, hoy por hoy, demasiada gente se pierde cosas maravillosas. Cosas que sus autores o autoras hicieron para todo el mundo, y no sólo para una élite cultural.

Hace tiempo que queremos que en Terrassa todas las personas puedan dormir y comer a pesar de no tener recursos, y creo que es el momento de luchar para que todas las personas coman bien, duerman bien, respiren bien y disfruten. No basta con llenarse la boca con cualquier cosa, ni tampoco los pulmones, los ojos o el corazón.

Creo de verdad que podemos hacer una ciudad totalmente bonita y habitable para todo el mundo, y eso incluye también a la clase media que ya no existe y la clase baja que se ahoga. Que quien quiera volver al campo lo haga por voluntad propia y no porque hemos sido incapaces de conseguirlo.

Será duro, pero desde aquí seguiremos peleando por una felicidad mínima garantizada, y necesitaremos a todo el mundo.

* El autor es teniente de alcalde del área de Drets Socials; regidor de Serveis Socials i Ocupació

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