Lo importante es que no perdamos la ilusión también por aprender de los fracasos, de su experiencia, pues tan esencial como celebrar los éxitos es reflexionar sobre nuestras torpezas. Por tanto, no hay que encubrir las decepciones, sino instruirse para superarlas. En esta vida todo es posible y no hay que tener pánico a venirse abajo. Quizás lo primordial sea interrogarse para poder corregir las diversas situaciones. Las dificultades no deben asustarnos jamás. Al contrario, deben impulsarnos hacia los demás, abriendo otro espíritu más fraterno y solidario. Lo trascendente es siempre caminar unidos, no abatirse por nada.
La esperanza constantemente ilumina nuestras caídas, por mucho que la amargura nos desplome en algún momento. Rectificar nuestras torpezas, que las tenemos y muchas, continuamente nos activa el ánimo. No podemos considerar un hecho normal la pérdida de vidas humanas, ante la falta de opciones para una migración segura y legal. Tampoco podemos considerar una realidad corriente que la violencia en algunos países provoque que multitud de personas necesiten apoyo y no tengan protección alguna. Detrás de todo ello, hay un fracaso de los gobiernos, tanto en la respuesta a la barbarie como a la desesperación que empujan a las personas a emprender viajes peligrosos.
Por desgracia, el modo actual de gobernar es más de dominio que de servicio, más de interés partidista que de sueño colectivo, y esto sí que es un verdadero fracaso. Nadie puede regir sobre nadie si antes no sabe donarse y empequeñecerse. Desde luego, guiar el mundo no es tarea fácil, es un cometido grande y lleno de responsabilidad, que nos compromete a actuar más allá de los triunfos de los particularismos, con miradas amplias para que todos podamos hallar esa expectativa que nos pone en positivo, aminorando tensiones y enmendando errores del pasado. Es cuestión de activar programas en común.
Se me ocurre pensar en uno reciente promovido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que ha logrado hasta este momento progresos notables, al menos para proteger la biodiversidad marina, en este caso, reduciendo la sobrepesca de atún. Desde luego, a los líderes, les corresponde fomentar un nuevo hábitat mundial, cuando menos más humano con sus análogos, a base de ideales y de concreción. Esto significa perder el recelo a tomar decisiones eficaces, al menos para responder a los problemas globales de las personas y poder resistir los momentos de esta época de tantas frustraciones como vacilaciones.
Indudablemente, toda acción humana sería justa y nos esperanza, lo que nos exige también un esfuerzo cotidiano de emprender nuevas conquistas, encaminándonos llenos de confianza unos para con otros. El no ayudarse entre análogos es una ruina por sí mismo. En ocasiones, también nos llama la atención la debilidad de la reacción ante hechos que son una verdadera decadencia del espíritu humano, por ejemplo, el continuo sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas. El interés económico tiene que dejar de prevalecer, pues lo que genera es multitud de conflictos, abusos y problemas sociales. Tantas veces olvidamos que el ser humano no puede reducirse únicamente al simple crecimiento monetario que caemos en la inhumanidad permanente.
Lo de tanto tienes tanto vales hay que dejarlo en desuso. Nuestro intelecto junto a la libertad nos hace responsables de ese desarrollo humanístico. El mensaje de los sirios a la ONU -"Tenemos miedo. Por favor, ayúdennos"- lo que subraya es la falta de auxilio asistencial que nos tenemos los seres humanos entre sí. A poco que analicemos la situación, veremos que somos un fracaso y que necesitamos lograr que la voz de los pobres no se muera en el desaliento, que la voz de nuestros mayores no fenezca en soledad, que la voz de esos niños abandonados hallen calor humano, que la voz de los sin voz deje de permanecer en la sombra.
Se puede fracasar, pero permanecer en ese decaimiento o indiferencia nos debe obligar al menos a promover y a encauzar otro espíritu más generoso. Son muchas las personas que carecen de lo necesario para una vida auténticamente humana. De igual modo, son multitud las gentes que no tienen ni hombro donde llorar. Nuestro corazón se ha empedrado de tal modo que hemos perdido la cultura del abrazo, de la incondicional entrega, de la sonrisa permanente, del hablarse con el alma y quererse con la vida.
Hay mucho latido corrupto, aprisionado por las ideologías, envenenado por el odio. La industria de la muerte trabaja a pleno rendimiento y continúa obteniendo dividendos. Tenemos que reencontrarnos, superar vivencias que son auténticos desengaños y activar la fortaleza en comunión con toda la especie para alzarse con el amor. Tampoco el amar que suelen decirnos es amor. Suele tener fecha de caducidad lo que nunca ha de tener. Ojalá aprendamos a trabajar para que el mundo entero encuentre solución a sus problemas. Todos podemos cometer los traspiés más graves. ¡No enjuiciemos a nadie! Lo significativo está en cambiar de brújula y hallar gentíos que te quieran para poder reinsertarse y ser familia. Es lo más sublime y sí que podemos llegar. Intentarlo mil veces mil puede ser un buen propósito de cambio.