Hay que iniciar el análisis de las elecciones de ayer con un ejercicio de sinceridad: sólo el propio Jordi Ballart y su equipo confiaban en un resultado como el que se ha producido. A la candidatura de Jordi Ballart se la miraba con cierta displicencia cuando se empezó a gestar, pero a medida que avanzaban los meses y una vez metidos en campaña, su capacidad de movilización y, sobre todo, de conectar con su electorado hacían presagiar que obtendría unos buenos resultados; no bostante hay que convenir que muy pocos pensaban que se alzaría con una victoria tan aplastante. Ha obtenido más concejales y más votos que cuando ganó las elecciones de 2015, entonces en las filas del PSC, aunque recordemos que su campaña ya fue entonces muy personalista y escondió las siglas en un momento de debilidad del que era su partido. Es probable que debamos buscar respuestas a los resultados precisamente en esa circunstancia, en que la ciudad ha optado por una prouesta alejada de las fórmulas de los partidos tradicionales, votando, incuestionablemente, en clave de ciudad.
Jordi Ballart volverá a ser alcalde de Terrassa año y medio después de su igualmente sorprendente dimisión, puesto que no hay aritmética lógica que permita pensar en lo contrario. La única fórmula que impediría a Ballart recuperar la vara de mando sería un pacto entre PSC, ERC y Junts per Terrassa, lo cual sería en estos momentos ciencia ficción. El crédito de Jordi Ballart entre el bloque independentista es alto como consecuencia de que fundamentó su dimisión en su desacuerdo al apoyo del PSC a la aplicación del artículo 155 a finales de 2017. Es por ello que el escenario está en estos momentos abierto y no se descarta ninguna de las alternativas que proporciona el reparto de asientos en el pleno. Es improbable un pacto entre Ballart y su antiguo partido debido al enfrentamiento abierto que mantienen y habrá que ver cuál será la estrategia que se plantearán tanto Esquerra Republicana como Junts per Terrassa. Aunque sería recomendable una mayoría más sólida, Ballart podría, incluso, permitirse el lujo de gobernar en solitario con diez concejales; Vega lo hizo con nueve, si bien es cierto que las circunstancias eran muy diferentes.
Pero la victoria de Ballart no ha sido la única sorpresa que se ha producido en estas elecciones municipales. Si los resultados de PSC y Esquerra Republicana podrían considerarse incluso previsibles, al margen del terremoto que ha provocado el partido de Jordi Ballart, lo que ha significado una sorpresa fuera de toda previsión ha sido la debacle de Terrassa en Comú. De ser la segunda fuerza en la sala de plenos con seis concejales, ha pasado a dejar de tener representación en la Corporación. Se trata de un descalabro que no tiene comparación en la historia de la política terrassense. Sólo ocurrió un fenómeno parecido en el año 2011, cuando Esquerra Republicana desapareció del pleno después de haber realizado una buena labor de gobierno junto a PSC e Iniciativa per Catalunya. Pero Esquerra tenía entonces dos concejales menos que TeC. La división interna de los Comunes ha pasado a la formación una factura excesiva. El cómputo global entre TeC y los que fueron sus compañeros en 2015, hoy en la fórmula Podem-IVE, les hubiese proporcionado tres concejales.
Quien ha resultado indemne, manteniendo sus tres concejales ha sido Ciudadanos, consolidanddo su propuesta. Las otras bajas han sido las de CUP y las del Partido Popular. Habrá quien esté a favor o en contra de los postulados extremos de la CUP, pero lo que no se puede negar es que imprimieron a su participación en el mandato que acaba una frescura y un dinamismo que se encontrará a faltar. Por su parte, el Partido Popular ha pagado caro el mal momento de la formación no sólo en Catalunya, sino también en todo el Estado; Álex Rodríguez presentó anoche mismo su dimisión.