La ciudad recuperó ayer el momento y su ritmo actual tras un fin de semana de Fira Modernista dedicada al cine que ha permitido regresar a un paisaje de cien años atrás. Y lo ha hecho de nuevo con un gran afluencia de visitantes de aquí y de fuera y con una gran acogida en todas las propuestas llevadas a cabo. La feria, que ha cumplido su XVII edición, con sobresaliente puede llegar a morir de éxito como se suele decir cuando un evento que nace llega a consolidarse con nota tan alta. La próxima, la de 2020, estará centrada en el deporte.
Ayer por la mañana aún quedaban algunos testimonios de esta gran fiesta de la primavera que ha vuelto a brillar como nunca por su ambiente y porque esta vez, sí, el tiempo le ha sido muy favorable. Un grupo de operarios retiraba las casetas de la Fira de Ciutats Modernistes en el Raval y ese espacio recuperaba la imagen habitual de cada lunes. Pero más allá, en los comercios y en alguna calle del Centre, aún se respiraba modernismo de cine gracias a los escaparates y alguna calle decorada con iconos del séptimo arte.
La fusión de modernismo y cine ha dado un buen resultado porque ha permitido conocer más aspectos de la ciudad de finales del siglo XIX y XX. "Pasen y vean" decía la carpa del Parc Audiovisual en la calle Major. Allí se proyectaba la primera película que se vio en Terrassa, una relacionada con un campeonato de boxeo que se proyectó en el Teatre Retiro hace ahora 122 años. Duraba tan solo diez segundos pero hacía las delicias de un numeroso público porque era el primer film que se estrenaba.
Sentimos curiosidad por lo que pasaba en esa ciudad de 1897 que nos queda tan lejana. Así que el sábado, a primera hora, nos encerramos en la cápsula del tiempo de la Escola Municipal d’Art i Disseny en la Plaça Vella. Allí dentro activamos el marcador de un siglo atrás y nos brindó una iluminación especial. No había imágenes de la época pero alguien nos dijo en voz baja que debíamos salir de la cápsula y buscarlas en el exterior. Seguimos la recomendación. Y ante nuestros ojos empezó a desplegarse un paisaje de antaño que cobraba mucha vida. La cápsula nos dejó en la Casa Museu Alegre de Sagrera, el edificio más destacado del arquitecto Melcior Vinyals. Nos cruzamos en el interior con Annais y Elena, junto con sus parejas Oriol y Pol, vestidos de época. "Esto es una maravilla. Nos encanta entrar en las casas, en esta y en la Masia Freixa. Todo el conjunto es muy hermoso", comentaron las chicas. Nos adentramos en los jardines de estilo y gusto francés y nos fuimos a la calle de la Palla, donde una gran alfombra roja se extendía a lo largo de la vía dando la bienvenida a los visitantes como si se tratara de estrellas del mítico Hollywood.
En algunos comercios nos topamos con señoras de la alta burguesía que habían avanzado la hora del té de las cinco. Las comerciantes Miema (Augusta) y Laia (Art al teu abast), convertidas para la ocasión en Rose Mary y Mary Rose, contaban que habían venido de Londres para tomar las aguas de Sant Llorenç del Munt y que estaban entusiasmadas con la fiesta modernista de Terrassa. Un poco más arriba, Jaume Oller, del bar El Porró, exhibía orgulloso piezas de cine (proyector y cámara) de la colección de su padre Narcís Oller. Nuestro paseo prosiguió por el Raval de Montserrat. Allí , un grupo de ciudades modernistas invitadas por Terrassa ofrecían su información. Una de ellas, Riga, capital de Letonia, venida de lejos, se estrenaba en el evento. Zaiga Bogdavona, del departamento de Cultura del gobierno del país, mostraba la mejor de sus sonrisas para dar a conocer su ciudad y agradecía estar aquí. "Es un festival muy hermoso", dijo en un inglés perfecto.
Nos sorprendió en el Raval la música. Nos giramos para saber qué sucedía. Llegaba un coche de caballos, con cochero de riguroso negro, que transportaba un ataúd. El entierro, que parecía ser de algún señor importante, pidió paso entre el gentío que iba ocupando las calles. La secuencia dramática lo fue menos cuando nos acercamos frente al Mercat de la Independència. Allí sonaba música amena, divertida y alegre de la "pianola" de Nueva York a cargo de Pep Domènech.
Masia Freixa, el icono
¡Silencio! Acción se rueda… Un director de cine, junto a su equipo, apareció de improvisto. Difícil solicitar silencio pero fácil para captar el ambiente que era mucho. El director sabía que Terrassa es un buen plató de rodaje y quería rodar su película en esta ciudad donde le habían hablado muy bien de su legado modernista de Lluís Muncunill y de su capacidad para implicarse. Nos alejamos de los focos. Nos dejamos llevar por la corriente hacia la Masia Freixa, uno de los edificios destacados del insigne arquitecto. En la calle de Volta, de ida a la residencia de los Freixa, no se podía transitar. Nos recibía la zona con un gran cortina roja. Nos recordó el eslogan del principio, "Pasen y vean", de la carpa del Parc Audiovisual, y lo que vimos después también nos gustó.
Llegamos al Parc de Sant Jordi acompañados de artesanos que explicaban y hacían demostraciones de cómo era su trabajo con la madera, el vidrio, el hierro, el barro. "Ya quedan muy pocos", se oyó a más de un visitante que observaba la tarea sin perder detalle de la creatividad y el esfuerzo que representaba. Y nos plantamos, en nada, frente a la bella Masia Freixa. "Hay visitas teatralizadas. ¿Se apuntan? , decía una joven vestida de época. "Hay pocas vacantes", continuó.
La espera para acceder a la joya de Muncunill estaba tan asegurada como en0tretenida. Gegants modernistas festejaban el evento bailando en la era haciendo las delicias de los más pequeños. Apareció el "Trenet de 1900" que circula durante la feria por el interior de la ciudad. Seguimos hacia el Passeig. Allí nos dejamos llevar por el giro suave de una noria de madera de 1900. El viaje era abrir y cerrar de ojos. Pero era sábado y aún nos quedaba el domingo para revivir una Terrassa de película.