Si en algo avanza este país, es en la proliferación de la picaresca. No debe extrañarnos que ya a mediados del siglo XVI tuviera tanto éxito la novela considerada precursora de este género como es "El lazarillo de Tormes". Un poco más tarde, principios del siglo XVII, sería Quevedo el que cosecharía un gran éxito con "La vida del buscón don Pablos". Fue la literatura española, como no podía ser ya de otra forma, la que prodiga este género, que en casi todos los casos se ocupa de personajes que sobreviven gracias al robo y al engaño.
Empiezo con este prólogo para situarnos menos incómodamente en la triste y cada vez más intensa y rebuscada realidad actual. Es harto difícil, hoy en día, contratar determinados servicios o hacer según qué compras sin que, de una u otra forma, nos "tomen el pelo".
Recientemente ha sido denunciado, lejos de Terrassa, un hecho que parece se había generalizado al ritmo que han proliferado las incineraciones, sustituyendo al tradicional entierro. Los familiares del difunto, aun sabiendo que va a convertirse en ceniza, casi siempre quieren despedir a la persona querida con una buena caja y algunas coronas o ramos de flores, enseres de los que los pícaros funerarios se apoderan antes de que el fuego haga su labor, dedicándolo inmediatamente a la venta. Éstos, más que pícaros, podrían llamarse ladrones desalmados.
Otro timo, éste de largo recorrido, es el practicado por una gran empresa dedicada a los pararrayos. Ya antes de 1970 se implantó en nuestra comarca y desde entonces podría decirse que ha dominado este mercado. Algunos clientes no tardaron en tener la impresión de que, más que atraer y "atrapar" los rayos, sólo los acercaban, sin terminar su labor.
Hubo quienes, ante tal sospecha, solicitaban el desmantelamiento, operación que según la empresa resultaba imposible por llevar en su cabezal material radioactivo, del que era imposible desprenderse. Mantenerlo suponía el gasto de una revisión anual y, con frecuencia, mejoras en la toma de tierra, instalación de un cuentarrayos y otros complementos.
Nunca en las facturas se hacía constar el modelo de pararrayos. Pero no hay secreto que cien años dure y, por fin, algún descuido hizo que un empleado "cantase" que ese modelo no tenía tal problema. La empresa no se rinde y vuelve a mentir diciendo que a ése concretamente, que lo tenía igual que todos los de ese modelo, se le había cambiado el cabezal, afirmación que fue una nueva falsedad.
Un día de tormenta aparatosa, se encuentran dos personas a unos siete metros de la instalación. Resuena un trueno enorme y las dos personas notan una fuerte sacudida. Convencidos de que ha sido un rayo, miran el contador de la instalación. Marca cero. Al día siguiente llama el vecino de parcela y copropietario de la instalación y cuenta lo sucedido. Un rayo le había hecho añicos un abeto distante cinco metros de las personas citadas y unos siete del "pararrayos". Argumento de la casa: cuando la copa del árbol está más alta que el pararrayos, puede suceder… No se daba ese supuesto; era al revés.
Por fin, tras algunos comunicados duros, terminan "tirando la toalla" y mediante un comunicado del departamento de calidad comunican:
1.- Su actividad no contempla la retirada de pararrayos (no es extraño)
2.- Que el modelo de pararrayos de que disponemos es el XXXXXXX PDC 3,5 que no incorpora ningún isótopo radioactivo para su normal funcionamiento.
3.- Que ustedes mismos pueden proceder a su retirada y tratar el residuo generado como cualquier otro material metálico.
Quien miente interesadamente durante cincuenta años, quedando demostrada además su ineficacia, para mantener atrapada a la clientela, quizás ya merece un calificativo bien distinto al de pícaro.
Como la relación de pícaros, o como ustedes les quieran calificar, va creciendo con rapidez en los últimos tiempos, dejamos tema para próximos artículos que esperamos irles relatando en esta misma sección.