Todos estamos llamados a entendernos, a conocernos internamente y a reconocernos, al mismo tiempo, vinculados a ese tronco común que hace familia en la medida en que nos hermanamos unos con otros. Por eso es importante que los gobiernos no instauren leyes discriminatorias contra grupos humanos determinados, puesto que todos al fin somos necesarios, y el hecho de que exista una minoría privilegiada lo que origina es un absurdo enfrentamiento, con la consabida fragmentación y apertura a los caminos de la violencia. Sea como fuere, los poderes públicos no pueden olvidarse de las múltiples y, a menudo, graves motivaciones que impulsan a tantos seres humanos a abandonar su país natal. Casi siempre, su decisión no nace solamente de la necesidad de mayores oportunidades; con asiduidad se les impulsa a huir, debido a una multitud de conflictos, tanto culturales como sociales y religiosos, verdaderamente injustos, que suelen dejarnos sin palabras.
La humanidad en su conjunto, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, ha de propiciar atmósferas más armónicas. Aún hoy muchas personas son sometidas a privaciones y brutalidades indescriptibles, realidades contrarias a ese espíritu de paz que alientan los derechos humanos, que son los que en verdad inspiran e impulsan el progreso de la especie. En este sentido, hemos de reconocer avances, sobre todo en el abandono de la pobreza extrema, o en un mejor acceso a los sistemas de agua potable, pero a la vez se advierte fruto de estos aires arbitrarios el constante crecimiento del discurso del odio y la venganza. Indudablemente, se requieren líderes con otra visión más incluyente, y también gentes con valor para denunciar cualquier tipo de abusos, generadores de desigualdades absurdas.
Tal vez uno de los desafíos más delicados para la agenda de derechos humanos sea la concentración de riqueza en unos pocos, y estas atmósferas que discriminan, aíslan y excluyen como jamás. Mal que nos pese, esta sociedad aparta y, lejos de debilitar su afán, prosigue relegando por razón de sexo, la causa subyacente de la violencia contra las mujeres y la violación de los derechos humanos más extendida e impune que existe en el mundo. Por otra parte, lejos de desterrar este espíritu discriminatorio, de derecho o de hecho, parece incorporarse cada día por todo el orbe y tomar actualidad. Sólo hay que observar las muchas tensiones que se perciben por doquier. De ahí la trascendencia de entrar siempre en diálogo, de dejar el paso a la razón, a la confianza mutua, a negociaciones sinceras y al hermanamiento entre ese cúmulo de diversidades. En cualquier caso, los estados no han de buscar la seguridad en la acumulación de nuevas armas, pues lo sustancial es rebajar el armamento en el planeta, incluido el arsenal atómico y nuclear. La imposición de las armas no es una solución aceptable. Las nuevas generaciones han de poner fin a tantas inútiles luchas y a la enemistad entre análogos, por propia supervivencia de la especie humana. También los derechos de las minorías deben ser salvaguardados, igual que los de todos aquellos que viven marginados en la sociedad o que no tienen voz, lo esencial es reconocer la dignidad de toda existencia y poder hermanarnos, hacia espacios más acordes con nuestra propia naturaleza humana. Lo que no podemos es continuar negando la igualdad fundamental entre toda la ciudadanía, proclamada en varias declaraciones de las Naciones Unidas y demás organismos internacionales. Al fin y al cabo, lo que está en juego es la dignidad de toda vida y, por ende, el bienestar de todos los moradores que, hoy más que nunca, no paran de moverse, contribuyendo de esta manera a un desarrollo más global, aunque el 85% de las ganancias de los trabajadores migrantes se queden en los países de destino.