El tipo aguardaba detrás de la puerta de uno de los lavabos y la cerró cuando ella entró, y se dio a asestarle puñetazos a la mujer. Tenía el pene fuera y la instaba a hacerle una felación entre ofensas y golpes y más golpes, dice la denuncia. A la víctima la salvó un vigilante de seguridad de aquella discoteca de la calle del Duero en la que la agredida, una rubinense de 43 años, fue atacada por un individuo hace una semana. Al sospechoso lo detuvieron los Mossos d’Esquadra. Ha ingresado en prisión.
I. D. y su pareja decidieron salir aquella noche, la del viernes de la semana pasada. Se montaron en el coche y partieron hacia Terrassa desde Rubí, donde viven. Tomaron algo en un local de la avenida de Jaume I, "un sitio tranquilo ". No conocían muchos lugares de Terrassa y resolvieron acudir a una discoteca de ambiente latino ubicada en la calle del Duero, en el polígono industrial de Santa Eulàlia, que habían visitado otra vez. Franquearon la puerta a las 3.15.
Ella bailaba sola, con su pareja a pocos metros. Él estaba sentado en una silla. Al poco, un individuo entró en el local, la vio y se dirigió a la mujer y la rozó con las manos y con el cuerpo mientras se deshacía en un baile libidinoso, provocador. El acompañante de la mujer se aprestó a intervenir y afeó al tipo su actitud, y le soltó un "¿dónde vas?". Fue por él pero ella lo detuvo, déjalo, déjalo, ya está, pues el bailarín insinuante se marchó hacia otro lugar de la discoteca, al fondo de la pista. "Tranquilo, cariño", amansó ella a su pareja.
Perdieron de vista al sujeto aquel, pero sospechan que él no los perdió de vista a ellos, que siguió sus movimientos. A las 4.40 la pareja tomó la decisión de irse a casa. Nos vamos. Espera un momento, voy al lavabo, dijo ella. Vale, aquí te espero. Y allí la esperó, a nada de distancia, a una pared.
"Los lavabos tenían tres puertas, para tres váteres. Dos estaban cerradas, como si hubiese alguien dentro. La tercera estaba entreabierta", recuerda la víctima. Entró y notó un obstáculo detrás de la puerta, y le salió un "perdón" a modo de disculpa, algo instintivo, como si fuera ella la que estuviera en lugar equivocado y no aquel individuo al que pronto vio. Aquel individuo que tardó un segundo en transformarse en una fiera escupidora de puñetazos y ofensas. Aquel individuo que ya tenía la cremallera del pantalón bajada y el pene fuera cuando cerró la puerta.
Puñetazos
"Empezó a darme golpes en la cabeza, y me la cogía para acercármela a su pene", cuenta la víctima. La agarró del pelo, otro puñetazo, otro más, llevaba la cara de la chica hacia su miembro. "Chupa. Yo quiero que tú chupes. Si quieres vivir chupa o te mato, te mato, te mato. Tú no salir de aquí", espetaba, según consta en la denuncia. Ella quedó sentada en el inodoro, no había más espacio, y se resistía en aquella vorágine de nervios y gritos ahogados, déjame salir, decía ella, y él con el puño cerrado lanzando una lluvia de golpes. "Parecía un psicópata", cuenta la agredida. Ella hacía fuerza hacia atrás, él hacia adelante. En la denuncia explica que, pese a su lucha, llegó a tocar el pene con la boca.
Ella empujaba al agresor, él seguía dándole. "No sé cuantos puñetazos, quizás treinta o cuarenta", rememora. En el huracán de sacudidas ella se adentró en una nebulosa, cree que perdió el conocimiento unos instantes y le parecía
escuchar de lejos sus propios gritos al tiempo que él la agarraba del cuello y apretaba; ella pensaba que no salía viva de allí cuando oyó algo que semejaba un hilo de esperanza. Alguien entraba en los servicios. Se esforzó por gritar más y dos chicas la escucharon. "Quisieron forzar la puerta para entrar. Yo chillaba, por favor, por favor, llamad a la policía". Llegó el vigilante de seguridad. Empujó la puerta con contundencia hasta que la abrió y el agresor cayó sobre la agredida.
La pareja esperaba impaciente. Nada sabía de lo que estaba ocurriendo. "Quizás nos separaba un metro, una pared de distancia", reitera él con cierta amargura. Se impacientó cuando pasaron los minutos, quizás quince, y ella no aparecía. Vio a las dos chicas pero no pensó en lo peor. Se guió por la prudencia. "No quise entrar. Pensé que a lo mejor había una chica vomitando, no sé…", lamenta. Observó al de seguridad. Sacaba a un tipo con las manos a la espalda.
Y vio a su chica despeinada, con sangre en los labios.
Enfurecido, el acompañante quiso acometer al sospechoso. "¡Dámelo, dámelo!", exigió al vigilante. Un ayudante de seguridad y otras personas lo agarraron para impedir el acometimiento vengador mientras el agresor reanudaba sus insultos a la mujer. "Hija de puta", le decía entre aspavientos. "Te voy a matar", añadía. Y la pareja de la víctima sacó el teléfono móvil y llamó a la policía.
Pesadillas
El sospechoso salió del local. Ellos también. Se fueron al coche a esperar a los agentes y observaron al tipo en actitud de querer regresar al establecimiento. Llegó una dotación de los Mossos d’Esquadra. "El agresor se agachó entre dos coches", cuenta el compañero sentimental de la denunciante. "Ese es, ese es", gritó el hombre a los mossos. Corrió hacia el tipo con ansias de represalia, pero un agente lo paró y lo tranquilizó. Los mossos se llevaron detenido al sospechoso, un joven de origen magrebí que ha ingresado en prisión.
La mujer sufrió un edema en zona parietal y hematomas en otras partes de la cabeza. Y abrasión en un labio y dolor en la mandíbula. Fue atendida en el Hospital de Terrassa. Padece cefalea postraumática y su sueño se rompe por pesadillas. "Pero no puedo encerrarme en casa y hundirme", advierte.