Josep Rull considera una indignidad que se afirme que los presos del procés disfrutan de privilegios vetados al resto de reclusos en la prisión de Lledoners: “Es injurioso que digan eso. Hay presos que dicen que les gustaría hablar públicamente para desmentir eso. Los siete políticos que estamos aquí nos hemos integrado plenamente en la dinámica de la prisión, y trabajamos en un ‘destino’, igual que cuando estuvimos en Madrid.”
Algunos trabajan en la biblioteca, otros en las salas de estudio, Rull trabaja en el comedor. “Nunca he fregado tanto. En Estremera, cada preso retiraba y vaciaba su bandeja, aquí lo hace un equipo de siete personas en el que me incluyo junto a Josep Turull”.
Esa actividad le permite ver a sus hijos una hora más al mes. “Estar en Catalunya es de una comodidad extraordinaria para las familias. Mi madre no pudo venir a Madrid, ahora puede verme aquí”.
Su relación con los reclusos es cordial y en algunos casos muy estrecha. Le gusta entablar conversación con todos y especiamente con los de Terrassa. “Me gusta tenerlos identificados por barrios, tengo compañeros de Vallparadís, de Sant Pere Nord, de Poblenou, de La Maurina, de Can Jofresa o de Ca n’Anglada, este, por cierto, es un crack jugando al tenis de mesa, deporte que sigo practicando”.
Amistades imprevisibles
Afirma que la cárcel promueve amistades imprevisibles y de una profundidad poco común. “Se trata de las pocas expresiones positivas de la vida en prisión. Te sumerges y participas de biografías heróicas, trágicas, injustas, de todo tipo”. Dice tener una relación especial con Dempa, un chico Maliense que comparte las tareas del comedor con él y también con José Luis un colombiano o Waldo, un boliviano. “Pasamos muchas horas juntos y se generan relaciones de mucha intensidad. Todos es superalativo en la cárcel, lo malo y lo poco que hay de bueno”.
El día de la entrevista comió un estofado de judias y codillo de cerdo: “La comida es mejor aquí que en Estremera. Hoy ha estado bien, aunque quizás demasiado contundente. En lineas generales no comemos mal, excepto cuando toca paella. Es curioso, la paella es horrible, pero la fideuá es muy buena. Creo que la Generalitat debería dictar un decreto prohibiendo esa paella (risas) “.
Sigue empleando buena parte de su tiempo libre en la correspondencia: “¡Qué orgullo ser de Terrassa! Es la segunda ciudad de Catalunya, después de Barcelona, que más cartas envía a los presos políticos. mis compañeros me felicitan por ello. Llegan de todo tipo de personas, de independentistas y de gentes que no lo son. Me explican las concentrciones ante el Ayuntamiento, las manifestaciones… cuanta fuerza me transmite esa movilización”.
Desde que ingresó en prisión por segunda vez sólo vio Terrassa el día que lo trasladaron desde Madrid. “Pasamos por la autopista y desde la furgoneta de la Guardia Civil pude ver el skyline de Terrassa, los pisos de Can Jofresa, la Mútua, la Mola al fondo… ¡Cómo echo de menos Terrassa!”.