Terrassa

55 años de cárcel para el entrenador de fútbol acusado de pederastia

Entró en prisión por primera vez tras su detención el 11 de mayo del 2016. Esta semana un tribunal ha prorrogado en diez años su situación de preso provisional, pues es de esperar que pase unos cuantos años a la sombra si la sentencia de la Audiencia Provincial que lo ha condenado adquiere rango de firmeza. Esa sentencia ha impuesto 55 años de prisión al entrenador terrassense de fútbol base acusado de pederastia, de decenas de agresiones sexuales y abusos a varios de sus pupilos. De intimidar a los chicos si no se prestaban a ello, de pegarles, de obligarlos a colocarse en círculo, desnudos, mientras se masturbaban unos a otros. Una víctima declaró al tribunal que aún está sometida a tratamiento psiquiátrico. Y que no denunció en su momento por miedo y por vergüenza. Son cinco los perjudicados. Uno intentó suicidarse dos veces.

El condenado tiene 29 años. Sus víctimas contaban 13, 14, cuando comenzó la espiral de abusos. Él también era muy joven, aunque mayor de edad, cuando perpetró los primeros ataques sexuales, pues la sentencia se remonta al periodo comprendido entre septiembre del 2007 y mayo del 2008 para fijar el inicio de los hechos delictivos.

Por aquel entonces, el acusado entrenaba a un equipo de chicos de Can Trias y se ganó la confianza de tres de sus jugadores, a los que llamaba "Los galácticos", como a las estrellas del Real Madrid. A uno de los menores le regaló unas botas de un jugador afamado y una camiseta de fútbol. Y lo nombró capitán. Usando tal confianza y su autoridad consiguió que los adolescentes aceptaran sus invitaciones para jugar con la consola en su casa o para ver alguna peli.

Un pantalón corto de deporte
Ellos acudieron al domicilio del entrenador, en Can Parellada. A veces iban los tres, a veces dos, a veces sólo uno. Les proponía entrar en su dormitorio. Ponte un pantalón corto de deporte, les decía, de uno en uno. Es para darte un masaje, para descargar las piernas. Subía por los muslos y les masajeaba los genitales. Y les hacía felaciones mientras se masturbaba, según la sentencia.

Ellos no se resistían por su corta edad e inexperiencia y por la confianza generada por el monitor, y por la autoridad que emanaba de su relación. Logró que alguno de los menores le hiciese una felación y les instaba a masturbarle.

Eso considera acreditado la resolución. Y que cuando uno de los chicos no accedía a sus deseos, se enfadaba y lo amenazaba con dejarle sin jugar o le propinaba collejas. A uno le daba cachetes o lo agarraba del cuello y se lo acercaba al pene. A ese mismo chaval lo cogió "como para estrangularle", dice el tribunal. Los ponía en círculo, los tres chicos desnudos, "de modo que cada uno masturbara al otro" y pidió a un menor que lo penetrara después de ponerse a cuatro patas. El muchacho no pudo hacerlo.

En mayo del 2008 el procesado dejó el equipo. En la temporada siguiente recaló en otro club, en La Maurina, y convenció a uno de los agredidos para que jugase allí. Y convenció a otra víctima, a quien pagó la ficha y la equipación, pero ese segundo chico duró allí dos meses, justo el periodo en que se dio cuenta de que la situación no había cambiado. El otro menor sí continuó en la disciplina del club, y el acusado prosiguió con sus acciones sexuales hasta mediada la temporada 2009-2010. Dice el tribunal que el adolescente siguió entrando en la vivienda del entrenador, debido tanto a su edad y a su inexperiencia como a la condición de entrenador del acusado; y debido también a la violencia ejercida y al temor a sus enfados. El procesado amenazaba al chaval con no jugar y le asestaba collejas. Y lo agredió sexualmente muchas veces después de los entrenamientos o los partidos. La resolución judicial habla de "innumerables ocasiones".

El segundo bloque de episodios de abusos lo sitúa la Justicia en junio del 2014 y con inicio en una discoteca de Sabadell, donde el acusado ofreció a un chico (de 15 años) trabajar en otra discoteca, radicada en Terrassa y regentada por el procesado. Comenzó una relación de amistad. El 26 de julio, al mediodía, sospechoso y menor acudieron juntos a la discoteca egarense, en la que había sesiones de tarde. Entre el mediodía y las diez de la noche, el acusado suministró al chico alcohol y le invitó a fumar con una cachimba y a consumir porros de marihuana. Salieron del local y el acusado invitó al menor a su casa.

Va a venir más gente, le dijo. El muchacho aceptó. Llegaron, se metieron en el dormitorio, el menor se puso un pantalón corto a indicación del mayor. Póntelo para dormir, le dijo. El chico intentaba dormir cuando notó que una mano le tocaba el muslo. Reaccionó encaramándose a la litera de arriba y el acusado hizo lo mismo, y le tocó el muslo otra vez mientras se tocaba a sí mismo los genitales, y el chico bajó a la de abajo, y se durmió. Se despertó y vio que el acusado tenía la boca en su pene. Se levantó, quiso irse de allí, pero el procesado había cerrado la puerta con llave. Volvió a la habitación. Según la sentencia, el inculpado se le echaba encima "cada veinte minutos" y le insistió para que le hiciese una felación a cambio de 100 euros. A las nueve de la mañana del día siguiente le abrió la puerta y lo dejó marchar.

El miedo
En otoño del 2015, el entrenador empezó a trabajar en un equipo de fútbol de Viladecavalls. Ya el primer día de entreno invitó a su domicilio a un chico de 15 años, pero el jugador no acudió a la vivienda del acusado hasta días después. Tenía previsto ir con un amigo, pero al final fue solo. El entrenador sacó una cerveza. Vieron un partido de fútbol en la tele. Empezó a tocarle la pierna. El pupilo se asustó. Había oído rumores de abusos. El procesado se lo llevó a su dormitorio, pues allí estarían más cómodos. Puso una película. Bajó los pantalones al menor y le hizo una felación. El niño dejó el equipo, pero el entrenador le mandó mensajes una y otra vez para pedirle una cita.

Uno de los chavales que sufrieron los abusos hace diez años declaró ante el tribunal que tuvo que dejar el fútbol por culpa de aquello y que el acusado le advirtió: no debía contar nada porque "iban a pasar cosas". No denunció entonces por miedo. Lo hizo cuando habló con algún otro damnificado.

En mayo del 2016, cuando un responsable de fútbol base contactó con los Mossos d’Esquadra tras recibir varias informaciones sobre la conducta del sospechoso, los mossos detuvieron al entrenador en su piso, en el escenario de sus prácticas sexuales con menores. Al enterarse, por una llamada de su padre, de que los agentes estaban en casa, de que preguntaban por él, entregó su móvil a un amigo con el que estaba después de manipularlo, nervioso, para borrar mensajes.

El encausado reconoció haber mantenido relaciones sexuales con tres menores en el 2007, pero afirmó que los contactos fueron consentidos, sin que mediara violencia o intimidación. La defensa pidió la absolución, frente a los cargos sostenidos por el fiscal y la abogada de la acusación particular, Susanna Vilaseca. Los magistrados dicen que el acusado "miente" y creen a las víctimas. Por ejemplo, al chico que dijo haber sufrido tocamientos "más de doscientas veces".

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