El jefe me dice que me acerque al Parc de Vallparadís, que me suba en el autobús sin chófer Èrica y que explique en una crónica mis sensaciones. Y claro, "ya que estás allí, pregunta también a otros pasajeros qué les ha parecido", añade. "¡Qué pereza!", pienso y obviamente no se lo digo. Es que es lunes y a mi los lunes me matan. "Mueve el culo, que para eso te pagan", me abronco. Cojo el boli y la libreta y me voy para allá. Llego al Parc de Vallparadís y me digo, como cada vez que piso el parque, que no sabemos la suerte que tenemos en Terrassa de tenerlo. Es una joya. Me paro en el tramo situado entre los puentes de la avenida de Jacquard y el Cementiri Vell, donde el bus ha estado cinco días -entre el viernes y el martes- para que la gente se suba y viva en primera persona la experiencia en este vehículo que parece sacado del futuro.
Son las 6.10 de la tarde y el tiempo, agradable, anuncia que el otoño ya asoma. Hay gente que corre, y gente que pasea. También hay gente con perro, hay parejas, hay solitarios, hay grupos de amigos, estudiantes, chavales, jubilados… Y en medio del ajetreo humano llama la atención un pequeño artefacto con cuatro ruedas que circula muy despacio (a una media de 10 km/h), muy silencioso… y ¡sin chófer!. Es el autobús Èrica, que en sus cinco días en la ciudad -está de gira por toda Catalunya- lo han probado más de 1.500 terrassenses.
Aire acondicionado
Me dan un billete, que es simbólico porque el viaje -con un recorrido de unos 500 metros entre la ida y la vuelta- es gratis. Y me subo. Lo primero que me viene a la cabeza es que me he montado en una atracción, como cuando de crío en la feria. ¡Uf, qué nervios! Conmigo lo hacen una mujer con un niño, una pareja mayor y un cincuentón que va solo. Nos sentamos en los seis asientos que hay. Caben seis personas más de pie (tiene capacidad para doce pasajeros).
Dentro nos acompaña uno de los operarios del bus porque, como es lógico, en todos los trayectos hay algún responsable dentro. Vaya, que el bus va solo, pero los pasajeros no lo estamos. Además, hay otro chico que desde la parada anima a la gente a subirse y un tercero en una caseta informativa sobre el bus, un prototipo impulsado por la Associació de Municipis per la Mobilitat i el Transport Urbà (Amtu) y el departamento de Territori i Sostenibilitat que recorrerá ocho ciudades catalanas para dar a conocer esta nuevo concepto de transporte público.
La puerta se cierra y arrancamos. Ni ruido de motor ni nada. Solo se oye levemente el aire acondicionado. Vamos muy despacio. Y aún ralentizamos más el paso al detectar el vehículo una persona que camina unos diez metros por delante. El operario nos explica que cuando el bus se percata de un posible obstáculo aminora la marcha e incluso está programado para frenar si el escollo está muy cerca. "Vaya con la inteligencia artificial", me digo. Y es que el bus circula de forma autónoma gracias a un sistema GPS de gran precisión y numerosos sensores que permiten seguir su recorrido y detectar todo tipo de trabas.
El señor cincuentón no para de hacer preguntas, una detrás de otra: "¿Esto es un prototipo?", ¿quien lo paga?, ¿cuanto dura la batería?", ¿qué hace si encuentra un obstáculo?", ¿se programa?"… Oyéndolo me asalta un pensamiento romántico: "Este hombre tiene alma de periodista". "Pero no te despistes hombre, estáte por lo que tienes que estar" es la siguiente reflexión que me viene a la cabeza.
Autonomía
El bus, para información de este señor, tiene una batería con una autonomía de 14 horas (sin el aire acondicionado puesto); puede alcanzar los 40 km/h (aunque en la gira no pasa de los 10 km/h); "aprende" en cada recorrido que hace (por eso de la inteligencia artificial); funciona con energía eléctrica y es accesible para personas con movilidad reducida.
Fin del trayecto. Me bajo y regreso del futuro. La madre que va con el niño pequeño le pregunta si le ha gustado. "Sí, mucho", contesta con esa voz tierna que tienen los niños pequeños. Me quedo un rato en la parada: observo y escucho. Dos parejas de jubilados se saludan. "¿Donde vais?", le inquiere una a la otra. "A ver a los nietos, ¿y vosotros?" "A subirnos al bus". Y al final se suben todos juntos. Uno de los maridos bromea con su mujer: "¡Venga sube, que el chófer se va!". Y se ríen los cuatro. Al poco llegan cuatro chavales de 13 años que vienen desde el barrio de Les Arenes cazando pokémons. "Llevamos más de cien", me dicen, pero aún no están satisfechos. Quieren más. Y también se suben al bus. "A mi lo que más me ha gustado es que va solo y es gratis", me comenta luego uno de ellos. Y se van, porque tienen prisa, porque su madre les ha dicho que en una hora en casa.