Ayer hizo un año del atentado terrorista que segó la vida de quince personas en Barcelona y una más en Cambrils. La tensión ha orbitado sobre la conmemoración en diversas formas hasta el mismo día y por mucho que ha habido un pretendido esfuerzo por no sobrepasar el protagonismo de las víctimas, ha sido inevitable que se aprovechase la ocasión para reivindicar las enrocadas posiciones de las partes. Allá cada cual con su conciencia.
Ayer era un día para el recuerdo austero, racional y solemne de un puñado de personas que vieron truncadas sus vidas y las de sus familias por la irracionalidad. Sólo se trataba de eso y es verdad que hubo un esfuerzo, pero pareció insuficiente. No era momento de reproches institucionales, ni reivindicaciones de parte, ni acusaciones institucionales, ni policiales, ni políticas. Estuvo de más la pancarta y sobraron las banderas españolas en la plaza de Catalunya. Seguramente habrá quien considere lo contrario y su opinión será tan legítima como la de los que opinamos que no, pero todo y que debemos convenir en que hubo un esfuerzo importante por parte de todos, sobraron algunas declaraciones desde Barcelona, Madrid y especialmente desde Bruselas.
En cualquier caso, debemos reflexionar sobre el atentado de Barcelona y si podemos extraer alguna lección de lo ocurrido. En primer lugar, por mucho que se hable de prevención, es imposible garantizar la inmunidad a cualquier comunidad en materia de terrorismo. Es verdad que el debilitamiento del Daesh ha restado capacidad de maniobra a los terroristas, pero es imposible, incluso así, impedir con bolardos la posibilidad de un atentado terrorista. En ese sentido, es imprescindible, como se ha hecho en Ripoll, que reflexionemos sobre la convivencia de las diferentes culturas que constituyen nuestra sociedad. Sobre qué ha fallado y sobre qué podemos hacer para evitar ese fallo. Si la información es libertad, no se entiende que haya jóvenes musulmanes que sólo conozcan o se vean impelidos a conocer una sola interpretación del Corán.
Por otra parte, sobre la gestión del atentado, hay todavía algunas incógnitas que se deberían despejar para tranquilidad de todos. A veces parece que se utiliza de forma perversa la relación del imán de Ripoll con el CNI y en realidad, sólo se trata de aclararla. Pero lo más importante es que se aclare la cuestión de la relación entre las diferentes fuerzas policiales, si hubo colaboración o no y si después del atentado esa colaboración se está llevando a cabo o no. Lo contrario sería de una gravedad injustificable.
Por lo demás, la mayor lección que queda tras el ataque del 17 de agosto de 2017 es el abrazo del padre de Xavi en Rubí con el imán de esa localidad, que la xenofobia y la islamofobia no han arraigado entre nosotros y que somos capaces de sobreponernos más allá de discursos políticos interesados. Descansen en paz las víctimas.