El edificio de los antiguos juzgado está decrépito, tristemente decrépito y desgraciadamente ocioso (una cosa lleva a la otra) desde hace poco menos de diez años. Quedó absolutamente desfasado para el cometido para el que fue diseñado, pero se le podía suponer un uso alternativo. Pero no, durante estos diez años no se ha encontrado como hacerlo útil. Siempre se piensa en ése inmueble cuando existe una necesidad de espacio, pero de la misma forma siempre se desecha la posibilidad: mucho lío porque es de la Generalitat y no del Ayuntamiento o la rehabilitación para lo que sea cuesta un dineral o las dos cosas al mismo tiempo. El problema es que siempre será de la Generalitat y siempre costará un dineral rehabilitarlo, sea el uso que sea el que se pretenda.
Por tanto, siempre estaremos ante un mamotreto en la Rambla que en su momento tuvo un sentido, que ahora no tiene ninguno y que si no se pone un mínimo interés nunca lo tendrá. Las obras de saneamiento que ha emprendido la Generalitat hace pocos días, ante la enésima instancia del Ayuntamiento, costarán, seguramente más de lo que costó su construcción, allá por los principios de los años ochenta. Ahora se adecentará su aspecto, pero si no se encuentra un cometido a ese inmueble, siempre estaremos en las mismas circunstancias. Así, siempre nos haremos la misma pregunta, ¿para qué quiere la Generalitat ese edificio y para qué lo podría querer el Ayuntamiento? Y en caso de que ni uno ni otro tengan nada pensado, que va a pasar con los antiguos juzgados. En algún momento se había hablado de la posibilidad de ubicar en su interior la nueva empresa pública del suministro de agua de Terrassa, pero se presume muy grande el edificio y, como decíamos antes, muy caro de rehabilitar y mucho lío conseguir la cesión por parte de la Generalitat. Hasta ahora no se conoce dónde se ubicará la EPEL, pero la inminencia de su constitución física y las obras de saneamiento que se están realizando ahora hacen pensar que se habrá descartado como sede.
Un político terrassense comentaba no hace muchos meses que en urbanismo no se debe ser excesivamente romántico y que, ante edificios inútiles, sin valor arquitectónico y, lo más importante, sin uso previsible, no hay que descartar la demolición como mal menor. La primera impresión es de solución exagerada y siempre se cae en pensar que estaríamos destruyendo patrimonio público, pero si entre el extremo del abandono y el de la demolición no se encuentra un término medio, un día u otro habrá que tomar alguna decisión.