Terrassa

El infierno del Raval visto a través de un casco

Escribió Francisco Umbral que la literatura es ver una cosa a través de otra cosa, como a través de un telo de vino. En esta imagen se capta un momento del Raval Infernal reflejado en el casco de un bombero. Es una estampa fugaz como el fuego en chubasbos que expelen las carretillas, es agarrar un fogonazo en un clic que encierra en espejo el fulgor de las chispas, pero al mismo tiempo la vista se adentra en el túnel mágico del movimiento y podemos columbrar los giros en el sentido contrario al de las agujas del reloj, ver y oír el espectáculo de la pólvora en la noche, las bocas que arrojan keroseno hacia una antorcha. La visera del casco es el proyector del Raval Infernal que empezó, como siempre, a las 10.30 de la noche del viernes con las voces que emanaban de altavoces interpelando a los terrassenses a involucrarse en esa hora y poco más de estrépitos, en ese remedo casero del averno. Se oyen las voces de ultratumba del discurso previo (en tramos inaudible, cierto es) que amenazan a los presentes si no se lo pasan bien y felicitan a La Pàjara por sus 35 años de vida en el bestiario local. Trece trabucos abren la fiesta con estruendo seco y comienza el Raval Infernal, la cita de pirotecnia del viernes con la letanía de tabales de fondo sonoro desde el atrio del Ayuntamiento. Se oyen algunos silbidos cuando el discurso de pretensiones demoníacas se extiende y languidece y el Drac de Terrassa y sus secuaces humanos irrumpen en la plaza con despliegue intensivo de fuego. Los grupos se presentan con sus credenciales de llamas. Este año están el Drac, Diables de Terrassa, La Pàjara y las collas invitadas Ca Cerber Bretolàs de Sant Andreu de Palomar de Barcelona y Diables de Castellar. El Ca Cerber, portero del infierno, es una bestia multicéfala y lanuda que da miedo. Saltan chispas hacia el atrio pero un anciano apostado en la rampa de entrada al Consistorio permanece impertérrito, vestido de camisa de manga corta, sin más protección que su mano usada a modo de gorro para que las chispas no le asalten el cuero cabelludo. Todo eso se ve en el espejo de un casco y se oyen los sonidos de bocina que marcan las rondas de aparición de los grupos, y se ve la fumarada amarilla que despide el Raval Infernal con los grupos dándolo todo para solaz de los amantes del fuego y el desafuero en sudor bajo camisas viejas y gorros de paja y pañuelos de tapabocas. Y sí, se oye el “flipot”, el petardazo que dice que esto se ha acabado, que llegan las sentadas y los levantamientos a ritmo de tabales y la petición colectiva de “agua, agua”, una tradición más, y los voluntarios forestales que riegan con mangueras a cientos de personas sudorosas y felices. Se cierra el Raval Infernal con media docena de heridos leves por quemaduras. Y todo, a través de un casco.

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