Opinió

Isona Passola o los infortunios de la virtud

La señora Passola es culta, respetable, cineasta. Habla de cultura, del valor de la cultura como elemento de cohesión social. Escuchándola, uno diría que busca lo mejor para la mayoría porque eso le preocupa. Sus palabras la presentan como una persona interesada en la virtud. Parece que el discurso que lleva, y que ofrece al auditorio de esta ciudad de provincias en donde vivo, es un discurso sobre el bien común. Hasta cierto punto, parece que habla de valores universales. Hasta cierto punto, digo, porque de repente sucede algo que chirría.

La señora Passola, en un giro argumental, suelta que hay una correlación entre el nivel sociocultural de ciertas zonas de Catalunya y lo que se vota en ellas. No lo precisa, pero ahí está el dato: en las zonas con bajos niveles, los ciudadanos votan opciones erróneas, dijo. No lo dijo así, por supuesto: sólo dijo que hay una correspondencia entre lo que se vota y el nivel cultural de los votantes. Quien quiera entenderlo, que lo entienda.

A continuación, la señora Passola inicia un ejercicio de autocrítica y lamenta que "algo hemos hecho mal". Se infiere que se debe corregir el error. Passola insinúa que la política cultural de los gobiernos de Pujol tenía muchos déficits. Bravo. Incluso admite que quizás no había política cultural alguna durante el período pujoliano, que fue muy extenso en el tiempo. Eso lo compartiría, aunque con matices. La política cultural de Pujol es sólo la expresión de la desconfianza de Pujol hacia todo lo que huela a cultura. El viejo sátrapa prefería el olor del banco al olor de un teatro, y ahí se termina su política cultural.

Más tarde, Passola procede a un nuevo giro y plantea una solución al problema: la población con bajo nivel cultural debe ver más cine catalán, más cine subtitulado en catalán y más TV3. Eso no sólo aumentará su pobre nivel sino que provocará mayor cohesión social, dice.

En las palabras de Passola hay algo turbio. Intuyo el clasismo, primo hermano del etnicismo, rezumando por entre sus frases. Quizás no descifro bien sus palabras: al fin y al cabo, soy hijo de padre y madre pobres y, por lo tanto, con bajo nivel cultural. Vaya. Quizás sea por eso que no voto su opción política. Me temo que hay un deje supremacista en el discurso del catalanismo independentista del último lustro que hoy se expresa por la boca de Passola. Hay desprecio por la democracia en esas palabras. Y el convencimiento de que existen catalanes cultivados y bien aposentados, y otros, incultos, pobres e ignorantes.

Hay ocasiones -pocas, pero haylas- en las que el independentismo procesista admite el desastre de su proyecto y reconoce que no se puede ir a la independencia sin la mayoría del censo. Los independentistas que dicen cosas así insisten en que se debe ampliar la base social de su propuesta. La señora Passola no debe ser de esos, ya que las ideas que promueve se aproximan mucho al desprecio hacia los que no están en su bando.

Leo la crónica periodística del acto en el que Passola habló. Leo que acudió acompañada por un concejal de ERC, y descubro que antes (o después) preguntó por las características sociológicas de esa ciudad de provincias en donde acudió invitada. En este instante de la lectura lamento algo, y lo lamento mucho. Pienso que es una pena que Passola no hubiese hablado conmigo.

Aunque yo no sea concejal de nada. Bueno, en realidad tampoco le contaría nada. Me limitaría a acompañarla por ciertos barrios, para que vea con sus ojos y escuche con sus orejas esas clases bajas e ignorantes que votan mal.

En esta ciudad hay segregación y hay guetos, y hay muchos pobres y muchos inmigrantes. Y muchos gitanos, y alrededor de un 20% de ciudadanos de origen magrebí. Eso son realidades. Son realidades. Realidades y no problemas. El problema es la pobreza. La pobreza. La miseria de verdad. Los pobres son una realidad con nombres y apellidos, con una vida que es tan valiosa como la de la señora Passola, aunque no sean cineastas. Los pobres no son problemas: son personas. Creo que es muy importante diferenciar en esos términos. Decir que los pobres y los incultos son un problema para su causa es la barbarie. Me pregunto: ¿no será que a Passola le molesta que el voto de un pobre ignorante tenga el mismo valor que el suyo?

Una barbaridad muy grave que no acusaré de "fascista" porque estoy harto de la banalización del mal y de las citas espúreas de Hannah Arendt cuando Arendt hablaba del juicio de Eichmann en Jerusalén.

La verdad es que me gustaría acompañar a Passola por el barrio en donde trabajo. Pasear con ella por entre las familias que viven en esos bloques que se caen a pedazos, sin agua caliente, y detenerme, con ella, a hablar con los vecinos. Podríamos preguntarles por la cultura, y por la cultura catalana si ella lo desea, y también por lo que les preocupa. Podríamos preguntarles si ven TV3, o si desean ver cine subtitulado en catalán. Me gustaría de veras.

Quiero ser optimista y quiero pensar que Passola accedería a mi invitación. Yo se la hago sinceramente. Mi dirección de correo electrónico está ahí. Creo (y quiero pensar) que algún día nos decidiremos a practicar el diálogo. Por lo menos entre nosotros, los catalanes. Entre los que votan bien y los que votamos mal.

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