Lo afirmaron hace un año la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Exteriores, Sigmar Gabriel: EE.UU. ha dejado de ser un "socio fiable" para Europa. En particular, el abierto desprecio del multilateralismo se ha convertido en un buque insignia de la administración Trump.
En la reunión del Foro Económico Mundial de Davos del pasado mes de enero, el dúo franco-alemán de Macron y Merkel mostró un rechazo firme y sin fisuras de la doctrina del America First del presidente Trump, algo en lo que coincidieron muchos líderes mundiales, entre ellos el omnipotente Xi Jinping.
Los tambores de guerra comercial en nombre de la "seguridad nacional" comenzaron en Washington con el anuncio de una imposición unilateral de fuertes aranceles a la importación de acero (25 %) y aluminio (10 %) con el fin de proteger la industria norteamericana.
La reacción inmediata desde Bruselas consistió en anunciar posibles represalias a una lista de determinados productos estadounidenses, a lo que siguió una serie de tira y afloja. La tregua alcanzada el 23 marzo, por la que Europa y países como México o Canadá quedarían exentos temporalmente de esas medidas, no ha tranquilizado a los europeos.
La comisión tiene abierta una investigación para estudiar cómo afectará el desvío de comercio a Europa si EE.UU. aplica aranceles a China o a terceras economías. Incluso si Europa queda a salvo de las medidas arancelarias estadounidenses, y éstas se concentran mayormente en China, es muy probable que la imposición de las mismas acabe por distorsionar los flujos comerciales y las políticas monetarias, con efectos colaterales sobre las economías europeas. Está claro que el verdadero punto de mira de la guerra comercial de Trump -y de parte de la comunidad de negocios estadounidense- no es tanto Europa, sino China, con la que se arrastra un déficit comercial cifrado en 375 billones de dólares. Sin embargo, la UE se halla bloqueada en medio de una incipiente escalada de guerra comercial entre las dos potencias, lo cual complica los avances en su agenda bilateral con la primera potencia asiática.
Al anuncio de los aranceles al aluminio y al acero le siguió el anuncio chino de gravar 128 productos estadounidenses -del aluminio a carne de cerdo, nueces, vino y frutas. A finales de marzo, Washington anunciaba más medidas para gravar con tarifas de 60 billones de dólares productos chinos y para limitar la capacidad de inversión china en tecnología estadounidense, y anunciaba que llevaría el caso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) -a pesar del fuerte recelo de Trump a esta institución. El peligro de una escalada incontrolable está ahí.
La guerra comercial cruzada entre los dos gigantes coloca a Europa en una situación difícil. Hace mucho tiempo que las autoridades europeas recelan también de las prácticas comerciales e inversores chinas -por ejemplo, opacidad de su mercado de licitaciones a empresas europeas, dumping, subsidios a las industrias, devaluación del renmimbi para aumentar las exportaciones o la compra de industrias europeas en sectores estratégicos. Sin embargo, la UE se ha reafirmado siempre en su enfoque multilateral como forma más efectiva para presionar a Beijing.
Es precisamente la aceptación del régimen multilateral, junto a la sintonía europea en cuestiones como la defensa del multilateralismo o el acuerdo de cambio climático de París -materializados recientemente en foros como la asamblea anual de Naciones Unidas, el G-20 o Davos-, lo que podría conformar en adelante las bases para un entendimiento con China no supeditado necesariamente ya a Washington.
Y ésta es la gran paradoja. Con Beijing, los europeos tienen que vérselas con un régimen liberal en lo interno y gradualmente expansionista en el exterior, pero al mismo tiempo defensor del multilateralismo. En un momento en que el régimen chino concentra su poder en la persona de su presidente, Xi Jinping, tras el XIX Congreso del Partido Comunista Chino, los europeos permanecen a la expectativa y sin ejercer aún una interlocución ni una influencia suficientes de manera cohesionada.
En comparación con EE.UU., y en relación al espacio vital de China en Asia, la UE continúa con un notable déficit de presencia, en especial en el terreno geopolítico de la pugna del poder duro -económico y militar- como se ha puesto de manifiesto en la pugna de EE.UU. con la Corea del Norte de Kim Jong Un, donde prácticamente no jugó papel alguno. Lo mismo ocurre con el expansionismo chino en su mar meridional, un vasto espacio geopolítico donde la UE apenas tiene una presencia significativa. No hay solución fácil: la UE se va a tener que emplear a fondo para ganar una guerra a tres bandas simultáneamente.
* El autor es director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas
Servicio de Opinión de EFE