Puede hacer pinza con el índice y el pulgar y agarra el vaso de refresco para llevárselo a los labios con los que esboza una sonrisa, porque ha vuelto a la vida luego de años de negrura, de ser un cuerpo yacente y poco más, existencia en hundimiento. Emma Miralda, se llama. Es terrassense, sufre tetraparesia espástica (un tipo de parálisis cerebral), va en silla de ruedas, cuenta 41 años y mañana subirá a la Mola.
Emma Miralda Torres tiene una hermana gemela, Judit, que se ha convertido en una suerte de "hermana coraje". Ella tiró del hilo de la esperanza con el denuedo del amor fraterno y ayudó a desmadejar ese ovillo de marañas en que había devenido la vida-no vida de Emma, ocupante perenne de una cama.
Emma nació con problemas. "Cuando era pequeña cojeaba, me caía. A los 4 años ya me encontraron lo que sufría", recuerda. "A partir de los 16 años empeoró, y se tiró la toalla", agrega Judit. "Me decían que se moría, pero yo sentía que no era así". A los 19 años ingresó en una residencia, en el 2005 pasó a un centro sociosanitario y en el 2016 volvió a una residencia. Ahí sigue.
"Mira cómo estaba mi hermana". Y muestra fotos en el móvil. Las fotos de una mujer postrada en la cama blanca de un centro sociosanitario de Barcelona. "Permanecí ocho años en un lecho", rememora Emma. En otra foto se ve a Emma frente a la rampa con la que aquel día de abril del 2015 la entraron en un taxi para acudir a la consulta de un fisioterapeuta. Aquello fue como una epifanía. 21 de abril. Hoy hace tres años.
"Era una persona polimedicada y se quedaba dormida", dice Judit. Con aquel fisio empezó todo en la lenta recuperación, pero el aliento de resurrección nació antes, con la insistencia de Judit. Una empujaba y la otra, al cabo, se dejó empujar, se dejó ayudar para pasar de sobrevivir "a intentar vivir".
Le costaba horrores pasar la página de un libro. "Todo me lo tenían que hacer". Todo. "Tenía siempre las piernas cerradas. Era un tronco. Me limpiaban, no podía ducharme". Las gemelas dedican mínimos reproches a quienes nunca les dijeron, por ejemplo, "que existían adaptadores para que Emma pudiera aguantar las manos y poder comer sola"; o que ejercicios de fisioterapia eran recomendables.
El inicio
"No tenía doctor de cabecera, ni tarjeta de discapacitada y su DNI estaba caducado". Una enferma "institucionalizada" en un lecho que era pozo. Ingresó en el sociosanitario para recibir "cuidados paliativos", dice Emma, para morir, pues le dieron dos o tres meses de vida. Y Judit sentía que no, y se lo transmitía a su hermana, y Jorge, un taxista, les recomendó un fisio. Y vaya sesión aquella primera, cuando Judit no podía detener sus sollozos al ver cómo el fisioterapeuta forzaba la musculatura de su hermana "para ver hasta dónde podía llegar. Pensaba que la partirían".
La espasticidad (espasmos musculares) se convierte en rigidez sin ejercicios, les comentó el fisio. Antes, las hermanas habían recibido negativas. Nada se podía hacer, salvo esperar el final. "Me habían dicho que lo mío era degenerativo y la rehabilitación, inútil", dice Emma. Pero pasó de 50 grados de apertura a 60, y subiendo, aguantó, arrostró dolores, "hizo un esfuerzo increíble", reconoce Judit, y todo cambió poco a poco, con aquella persona a la que conoció Judit en un despacho de Servicios Sociales, con aquella vez que se zambulleron en una piscina.
"Me dejé", confiesa. "Si no hubiera tenido a mi hermana, esto no hubiera sido posible". Si no llega a ser por aquella pesadez benefactora, por aquel ultimátum, "o lo haces o me voy". Judit pensaba a veces que estaba maltratando a su hermana, a la gemela que, ahora sí, pide un taxi, coge bus y tren; que camina un poco, con ayuda. Emma estudia escritura para reverdecer aquella pasión literaria que la embargaba: "En la Escola Pia gané unos Jocs Florals. Escribir me ayudó mucho". Entonces vivía en el barrio de Segle XX y le publicaban textos en la revista El Bocamoll.
¿Por qué quedó postrada? "Creo que nos creímos mucho lo que nos decían los médicos", afirma, y Judit asiente. "Una doctora aseguró que nunca podría doblar las rodillas". Y las dobla. "Muchas mejoras dependen de la actitud", manifiesta. Judit, la que muchas noches dormía en el suelo de la habitación de urgencias de un hospital, vuelve a asentir. No quiere restar autoridad a los médicos, pero sí aboga por pedir lecturas alternativas, por no ceder ante la primera mala noticia.
La bufanda
Hubo momentos de duda, de pensamientos "de que la estaba pifiando, pero Emma iba a mejor". Ahora puede visitar a amigos. Aunque sea en silla de ruedas, aunque siga llevando una bomba que le inyecta una medicación en la médula para combatir la espasticidad que cada cierto tiempo la ataca, con cualquier infección. Cuando le pasa eso, la tienen que llevar a urgencias y pincharle un relajante muscular, y llaman a su hermana, y su hermana lo deja todo. "No pierdo la consciencia y puedo tocar el timbre para que me atiendan". El timbre de su habitación en la residencia para grandes disminuidos donde vive.
"Conmigo también perdió autonomía. Ahora tiene la suficiente. Yo quiero cuidarme también", dice Judit, como soltando lastre. Emma se viste sola, "sólo la parte de arriba". Las dos son zurdas. Con la zurda agarra y enseña Judit la bufanda que le ha manufacturado su hermana, la que quiere mudarse desde la residencia a un piso tutelado para vivir con su novio, invidente. "Queremos ser pareja de hecho. Nos amamos y llegará el momento en que nos necesitemos mucho".