Creció viendo películas de Bruce Lee y Jackie Chan y soñando con ser, algún día, un gran luchador y dominar el kung-fu y todo lo que lleva implícito. Y con sólo 25 años ya lo ha conseguido, o está en camino de conseguirlo, o se siente en el tránsito de conseguirlo. Sea como fuere, para Guillem González Mestre, natural de Ullastrell, el kung-fu es mucho más que un arte marcial, un deporte, algo que se practica o se enseña en un gimnasio o sirve para defenderse en las calles. Para él, el kung-fu y sus ramificaciones budistas se han convertido en toda una forma de vida, en una manera de conocerse, de ayudar a los demás, de enseñar, de ser mejor persona y de comprenderse mejor tanto a sí mismo como al mundo que tiene a su alrededor.
Con 13 años comenzó a practicar kung-fu en el gimnasio Sol de Terrassa. "Me apasionaba y muy pronto fui ascendiendo grados. Iba a clase cada día y repasaba en casa o me iba al bosque a entrenar. Mi padre practicaba el taekwondo, pero siempre había querido hacer kung-fu. Casi sin querer, me lo acabó inculcando a mí", explica.
Lo que no sospechaba es que después de ocho años practicando el kung-fu sibpalki, de inspiración coreana, sintió curiosidad por el kung-fu que practican los monjes budistas de Shaolin. "A los 14 años, en Barcelona ví un espectáculo suyo y me quedé flipado. Quería que mi maestro me enseñara ese tipo de kung-fu, pero pasaban los años y no llegaba. No tenía las herramientas para convertirme en eso, lo que yo buscaba. Me interesaba también la meditación, el conocimiento interno, esas cosas".
González ha aprendido en China el valor de la meditación: "Cuando rompen estacas de madera o palos de hierro con la cabeza, los monjes concentran toda su energía en un punto. Eso protege la piel. Es algo místico, que no entiendes hasta que no lo entrenas. Claro que tiene truco, pero la clave es dominar el truco", explica González, que tras desechar la práctica de varias artes marciales de contacto, se topó con su actual "shifu", su "maestro", Carlos Álvarez.
Puertas abiertas
Fue él, su maestro desde hace tres años, quien le abrió las puertas del templo de Shaolin. Vivió allí cinco meses, entrenando seis horas diarias, seis días a la semana. Eso le ha convertido en el encargado del "Shaolin Temple" de Barcelona y quiere centrarse en representar aquí el templo de Shaolin. Entre sus muchos proyectos figura el de ver como se inaugura el nuevo centro Shaolin de Barcelona.
González guarda gratísimos recuerdos de las enseñanzas aprendidas en el monasterio Shaolin, que se encuentra en la provincia china de Henan, en la zona este de China y fue fundado en el año 495. Pasó allí casi cinco meses, del 3 de agosto al 23 de diciembre, llevando una vida absolutamente espartana, donde casi sólo cabían la lucha y la meditación. "La experiencia fue brutal. Llegamos a Shangai y de allí nos fuimos hacia el templo, que está en lo alto de una montaña, a unos 2.800 metros. Al día siguiente de llegar comenzamos ya nuestros entrenamientos. Era durísimo. A veces subíamos y bajábamos corriendo unas ochomil escaleras". Dos monjes se ocupaban de él. Tuvo suerte y pronto le pusieron en el grupo de exhibición de los monjes. "A veces llegaban turistas de visita al templo y tuve la fortuna de participar en las exhibiciones. Me llevaban a unas salas privadas, muy antiguas, donde los turistas pagaban por vernos actuar".
Un templo singular
El monasterio de Shaolin es el único templo budista donde se practican artes marciales. "La clave es alcanzar la iluminación espiritual a través de la práctica del kung-fu. Los monjes tuvieron que convertirse en guerreros para proteger su templo. Es un sitio legendario donde se respira un ambiente especial. Y eso impresiona", explica el de Ullastrell, que vivía en una residencia fuera del templo junto a otros alumnos extranjeros.
En Shaolin, Guillem se levantaba a las seis. Desayunaba y a las ocho comenzaba a entrenar hasta las once de la mañana. El segundo entrenamiento era de tres a seis de la tarde. A las siete cenaba y entrenaba otra hora. Pero la evolución ha llegado también a ese recóndito monasterio entre las montañas: "Al final de la jornada podía hablar con mi novia y mis padres, leer o ver alguna peli antes de acostarme".