En un rinconcito de la pequeña o gran historia de nuestra ciudad debería estar un barco. Sí, un barco, el mercante que llevó en sus amuras el nombre de Tarrasa. Su botadura fue el 2 de febrero de 1921.Fue un carguero que estuvo en activo durante nueve lustros
Es miércoles, 2 de febrero de 1921. Son las dos de la tarde. El cielo está cubierto. La temperatura viene a ser de unos 10 grados. Estamos en Can Tunis, junto al mar. En el dique de unos astilleros. Unos cuantos señores, todos con traje oscuro, corbata a juego, camisa blanca de alto cuello y sombrero tipo homburg -y alguno con boina- van a presidir un momento que siempre resulta apasionante: la botadura de un buque. Es un barco a vapor. Es… el Tarrasa. Efectivamente, un buque llamado Tarrasa se botó pronto hará los cien años. Nuestra ciudad, sin mar, ya estaba surcando las aguas del Mediterráneo.
“A primera hora de la tarde fondeó por primera vez en este puerto, atracando en el muelle de Catalunya, el casco del vapor Tarrasa, que fue lanzado al mar en los Astilleros del Mediterráneo, antes Cardona, donde fue construido. Es un buque de 2000 toneladas. El acto se verificó sin aparato alguno, por lo cual solo lo presencia el personal de la casa”. Lo dice así, textualmente, la edición de La Vanguardia del 3 de febrero de 1921.
De un modo bastante discreto, sin gran solemnidad, se iniciaba el periplo del vapor Tarrasa. Concluía una larga historia desde su concepción, varios años antes, en unos despachos de las desaparecidas Drassanes Cardona, posteriormente su construcción en las Drassanes del Mediterrani, y comenzaba una no menos larga singladura que terminaría con su último suspiro, con el desguace que llegó en el año 1966. En aquel triste momento, llevando en su ya maltrecho casco, otro nombre muy distinto al de nuestra ciudad.
Con gracejo
Pero volvamos a ese esperado momento de la botadura. Sí, fue un miércoles no demasiado frío de aquel febrero de 1921. A las dos de la tarde en punto se dio la señal y el nuevo buque, con las letras de Tarrasa bien visibles, en mayúsculas, en sus amuras de babor y estribor, ya estaba en el mar. Apenas tardó 55 segundos desde que se deslizó por la grada hasta entrar en el agua por su popa y empezar a flotar, “saltando graciosamente, al saludar las azules aguas del Mediterráneo, compañeras que han de ser de sus primeras aventuras, y parose luego a una distancia de varios metros, mostrando su majestuoso aspecto y como orgulloso de su libertad. Todo, ante la sorpresa de los espectadores, por la rapidez y felicidad del suceso”. Así, con el lenguaje característico de la época, lo explicaba José Oromí en su crónica de la revista “La Marina Mercante”(1).
Era el momento esperado durante mucho tiempo. Había nacido el Tarrasa. Con sus más de 56 metros de eslora. Para entendernos, con una longitud que es más del doble de la altura de nuestra Torre del Palau. Con todos sus aparejos. Con su tripulación dispuesta. Con sus, dicen, 7 nudos de velocidad. O sea, unos 13 kilómetros por hora. Con una figura, hay que decirlo, no demasiado esbelta.
Carbón en el pañol
El “majestuoso aspecto” que leíamos en la crónica de Oromí quedaba en entredicho. Hay que tener en cuenta que el Tarrasa se había construido como un buque mercante y a lo largo de su trayectoria surcó los mares llevando en las amplias bodegas fundamentalmente carbón. Toneladas de este negro material combustible se almacenaron viaje sí y viaje también en el pañol del Tarrasa. Por tanto, era un buque adaptado exclusivamente para la carga, no para pasajeros. Así que no requería esbeltez sino funcionalidad.
El Tarrasa fue construído por encargo de la Sociedad Anónima Naviera Española, con la finalidad de ponerlo a la venta para la compañía que requiriese un carguero de estas características.
Retornando al acto de la botadura, como dice la crónica de Oromí, efectivamente parece que un buen número de espectadores presenciaron el instante en que el Tarrasa entraba por primera vez en el agua. La botadura de un buque siempre ha despertado expectación. Seguramente mucho más en aquellos años. Y nos referíamos antes a los señores que presidían el acto. Sí, aquellos señores trajeados y encorbatados. Se trataba del director del proyecto del Tarrasa que a la vez era ingeniero jefe de las Drassanes del Mediterrani, H.P. Bethell, así como de los señores apellidados Witmell, Holt, Ribbardson, Mutiozábal, Gregson y Witty, altos cargos de la empresa constructora. De nombre británico varios de ellos y es que los astilleros en que se construyó el Tarrasa tenían una notable participación inglesa. Lo explicamos.
Supervisión inglesa
El Tarrasa fue construido por las Drassanes del Mediterrani SA, que en 1920 había adquirido las Drassanes Cardona, una compañía emblemática en la construcción naval en Catalunya, y por tanto se hizo cargo de las instalaciones que Cardona había inaugurado hacía poco tiempo en Can Tunis. Drassanes del Mediterrani se había asociado con la prestigiosa firma británica John J. Thornycroft and Company, constructores navales de Southampton. Por ello, varios directivos ingleses estuvieron en su botadura.
Después del Berga
El Tarrasa fue el segundo buque de su misma clase botado por espacio de cuatro meses en estos mismos astilleros. El anterior fue el vapor Berga, el cual fue entregado a sus dueños, la Sociedad Anónima Naviera Española, la misma que tuvo al Tarrasa. De hecho, en la portada de la revista Catalunya Marítima (2) de enero de 1921, aparece un anuncio de esta naviera que ofrecía “servicios de cabotaje para el transporte de carbón”. Y añadía la flota con la que contaba: el pailebot Manresa, los vapores Nona, Cervera, Berga y Olesa. Sí, Olesa tuvo también su buque y en el próximo capítulo explicaremos su curiosa historia. Y en ese anuncio aparecía también que ya estaban en construcción los vapores Tarrasa y Vilafranca.
La Naviera Española tuvo un destacado protagonismo. Se constituyó el 8 de enero de 1916, con un capital de un millón de pesetas dividido en dos mil acciones de 500 pesetas. Tres años más tarde aumentó su capital social a 3.500.000 pesetas, creando cinco mil acciones nuevas (3). Su sede estaba en la plaza del Duque de Medinaceli, 5 de Barcelona, la misma dirección que las Drassanes del Mediterrani, y el consejo de administración lo presidía un hombre importante de la época, Ròmul Bosch i Alsina.
Septiembre de 1921: a navegar
Bosch i Alsina (Calella, 1852 – Barcelona, 1923) fue un destacado empresario y político. Alcalde de Barcelona en 1905, en las elecciones generales de 1899 y 1910 fue elegido diputado al Congreso por el Partido Liberal.
En el ámbito empresarial fue polifacético. Se dedicó a la exportación de vinos, fundó la compañía Crédito y Docks y la Naviera Pinillos que como veremos en otro capítulo, tuvo también una cierta vinculación con Terrassa, y fue uno de los creadores de la compañía anónima del Tibidabo.
Fue a mediados de septiembre de 1921 cuando se solicitó a la Comandancia de Marina la expedición del pasavante de navegación para el vapor Tarrasa. Dicho de otra manera, se le concedía la documentación pertinente para poder navegar y desarrollar su actividad. Todo estaba pues en regla para empezar su larga singladura, que duró hasta el año 1966 en que acabó… en Avilés.