Terrassa perdió ayer uno de sus personajes más emblemáticos y populares, el polifacético artista Joan Carles Ciurana Eixarch, más conocido por su apodo de Matraca. Su fallecimiento se produjo a las seis de la mañana. El velatorio tiene lugar hoy, desde las diez de la mañana, en el Cementiri Municipal. La ceremonia está prevista para mañana a las once de la mañana, en el templo multiconfesional.
Su última obra fue probablemente la que realizó el domingo, ante la escritora Maria Teresa Solé, que lo visitó en su domicilio del barrio de Ca N’Aurell, que compartía con su madre. Solé publicará en abril un libro ilustrado con obras de artistas terrassenses, entre ellas cuatro de Ciurana. El domingo debía entregarle los dos últimos, “El ser interior” y “La musa”, pero este último no estaba terminado. “Me lo encontré en la cama. Me dijo que no había tenido fuerzas para acabarlo, pero me pidió que le fuera a buscar los utensilios, que lo haría entonces. Se los di, y lo acabó ante mis ojos”, explicó a este diario la escritora, con la emoción impregnando sus palabras. Matraca le contó que había estado ingresado desde Navidad, “y que se negó a que lo operaran. Que a los 12 años no le hicieron bien una operación de apendicitis, a raíz de la cual el estómago no le evolucionó como el resto del cuerpo, y por eso estaba siempre tan delgado. Ahora, de mayor, ello le pasaba factura”.
De la música al arte
Se hace dificil saber los motivos que, por así decirlo, llevaron a Joan Ciurana a convertirse en Matraca. Nacido en Barcelona el 25 de junio de 1962, pero terrassense desde su infancia, huérfano de padre desde la adolescencia, a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 era un habitual de la Plaça Vella, sector Mesón de los Arcos. Allí compartía gustos musicales y ratos con la peña de amigos conocida como “la Chusma”, del que surgió un proyecto de grupo de rock, primer embrión de Capdetrons (cuyo bajista, “Xarli” Compte, falleció en agosto de 2015). Ciurana también hizo algún pinito como guitarrista. Estudiaba electrónica y montaba amplificadores artesanos a músicos con pocos recursos (él tampoco los tenía, había que adelantarle siete mil pesetas para materiales). Caía bien a la gente, por lo general.
Después, se interesó por la filosofía, se dejó crecer la melena y la barba, y comenzó a dibujar y pintar: se hizo Matraca. Su primera exposición la presentó en 2001 en la Llar del Viatger, seguida de tres más en el bar Tangerine de la calle del Passeig y otras. Una trayectoria artística que debería ser valorada al margen de su condición de terrassense popular, consolidada en 2001 al ser elegido Capgròs de l’Any.