El Festival de Jazz de Terrassa alcanza este año su 37 edición, a pesar de las dificultades y de los recortes. Podemos decir que el evento terrassense es un auténtico superviviente (le va mucho mejor el sufijo “super” que el de “sobre”). Sólo lo organizadores, la gente de Amics de les Arts i Juventuts Musicals saben lo que es empezar de cero cada año, hasta 37 veces sin saber con qué se van a topar cada año.
Superados los años de la crisis, el Festival se encuentra en esta edición con la incógnita que significaba la aplicación del artículo 155 en Catalunya y las dificultados para obtener financiación con ayudas públicas. Tiempos de malabarismos organizativos y de equilibrios presupuestarios para montar, otra vez, un buen festival, un gran festival con menos de 250 mil euros, superando los problemas que tristemente otras convocatorias están teniendo. El apoyo de los patrocinadores de siempre, empezando por el Ayuntamiento hasta llegar a La Vanguardia, pasando por la propia Generalitat, la Diputació de Barcelona, Mina d’Aigües de Terrassa o la Obra Social la Caixa ha sido una vez más incondicional y la ciudad debe agradecer a ellos y especialmente a los organizadores el esfuerzo que año tras año realizan para que Terrassa mantenga una de sus más sólidas señas de identidad.
E Festival de Jazz forma parte del la más genuina personalidad terrassense. Se trata de uno de los valores añadidos que hacen de la ciudad lo que es de puertas a fuera y de puerta a dentro. Poco podíamos pensar que el puñado de entusiastas que se empecinó en hacer de su pasión una forma de vivir iba a imbricar en el ADN terrassense una actividad que, queramos o no, es minoritaria y a la que algunos, injustamente, han llegado a llamar intelectualmente clasista (deberían acercarse a algunos de los conciertos al aire libre o al Picnic Jazz, sin ir más lejos). Curiosamente ha sido también la propia ciudad la que ha impulsado con su respuesta la historia del jazz en Terrassa.
El festival se ha convertido en un auténtico evento social con una amplia participación de público de todo tipo, pero del que seguramente podríamos destacar el familiar. Quién no tiene una fotografía con su familia en el “picnic” o en la plaza de Catalunya. El Festival es un ejemplo muy válido de lo que empieza de forma más o menos artificial para convertirse en un evento tradicional que dibuja el perfil de las comunidades y ofrece valor añadido que necesitan para proyectarse.