Quienes, tras lo sucedido climatológicamente, durante este año, sigan dudando sobre el tan manido cambio climático, deberían empezar a hacérselo mirar. Hemos llegado a un punto de difícil retorno, sobre todo si tenemos en cuenta el desinterés que demuestran los gobernantes de los más importantes países. Sobre lo dicho, si viviésemos en un mundo sensato, se debería estar actuando hace años a ritmo vertiginoso. Si bien a nivel global es donde debería actuarse decididamente, por ser un problema que incumbe a todo el planeta, también las autoridades nacionales, autonómicas, locales y los propios particulares podemos y debemos hacer mucho, especialmente en el uso racional y sensato del agua, dada una escasez que, previsiblemente, va a ir en aumento. Ver todos nuestros pantanos vacíos, más que para meditar, es para temblar.
El año 2012 fue parecido a éste en su primera mitad, y en esta misma sección, el 29 de agosto, escribía sobre "la eterna falta de previsión", porque nuestros pantanos estaban al límite y no se había tomado ninguna medida a lo largo del año. Nos salvamos por unas puntuales lluvias otoñales. Ningún año, desde entonces, se han tomado las medidas necesarias para, por lo menos, asegurar el "agua de boca imprescindible". Pero, en estos años, hemos pasado de discutir sobre trasvases al empleo de cisternas para suministrar no pocas poblaciones.
Para colmo de despropósitos, parece que el Gobierno está dispuesto a aprobar una inversión monstruosa, que incluye pantano, muchos kilómetros de canal y destrozar uno de los paisajes más paradisiacos del Pirineo y turísticamente rentable y generador de vida, para regar inmensas superficies de nuevos arrozales que se instalarán en el reseco desierto monegrino.
Con la situación actual, y peor con la previsible, ¿creerá alguien que el valor de la cosecha cubrirá los costes del agua a precio "razonable", para mantener encharcado, toda la temporada, aquel reseco territorio, además del coste de semillas, abonos, trabajos, etcétera?
Es curioso pasar por una provincia frutera, que es atravesada por una autovía en la que, de vez en cuando, hay desmontes de ocho o diez metros de altura, y el agua sobrante del riego en la superficie "chorrea" por lo más profundo del desmonte. El riego "a manta" o por encharcamiento sigue siendo bastante generalizado, pero dejar que el agua profundice varios metros por debajo de las raíces de los árboles debería estar penado.
Tenemos la inmensa suerte de contar con el Pirineo pero, aun así, el rápido y brutal cambio de clima, unido a la previsión de que la tendencia pueda continuar, debería obligar a nuestros políticos a dar prioridad a temas como éste, frente a la mayoría de los que les tienen enzarzados constantemente.
Hay dos creencias que parecen sagradas, sobre las que personalmente tengo cada vez más fundadas dudas:
La primera, que el deshielo de los polos inundaría las costas. En el Polo Norte da la impresión de que queden unos cubitos bailando y ya me dirán dónde ha subido el nivel de nuestros mares. Me lleva a pensar si no será que el planeta no sólo se calienta sino que se nos deseca.
Y la segunda, la bondad de la energía eólica, con sus enormes barreras de molinos. Los ecologistas hace años que dicen que "nos roban la velocidad del viento", lo cual es tan rigurosamente cierto como que en Estados Unidos han construido enormes barreras en el mar, con el objeto de frenar los huracanes.
Observando el mapa de satélite de la Aemet, los días que llegan frentes nubosos del noroeste se puede ver cómo, en la zona de la Muela (Zaragoza), donde se encuentra una de las mayores barreras de molinos de toda España, son constantemente frenados, lo que creo castiga severamente a la parte de Aragón que da al este y a casi toda Catalunya.
Seguro que habrá técnicos que saben mucho del asunto, de lo contrario no hubiesen puesto en marcha las barreras antihuracanes en Estados Unidos, pero, como casi siempre, también hay demasiados intereses en juego para que sus conclusiones nos sean dadas a conocer. Evitar la desertización será más cuestión de racionalizar el uso que de esperar lluvias como las que se producían en los años 40 y 50.
Israel nos puede servir de ejemplo en muchos aspectos, desde la educación de los niños hasta el reciclaje de más del 75% del agua usada, pasando por la lluvia artificial. En una zona de las más desérticas del planeta, mantienen un vergel envidiable.