Por desgracia, la imagen de los banqueros, incluidos los que dirigieron las cajas de ahorros, ha quedado, con muy escasas excepciones, muy desprestigiada, cuando no, condenada. Pero hubo en tiempos una excepción, que demostró, en cuantas instituciones y cargos desempeñó, su gran profesionalidad, su honradez y su valía. Se trata de Francisco Luzón. Nacido en Cuenca, emigra de muy crío con sus padres al País Vasco. Tras estudiar Económicas, inicia su larga andadura bancaria en el Banco de Vizcaya en 1972, desempeñando distintas funciones hasta que en 1986 es nombrado consejero y director general.
Tras la fusión del Vizcaya con el Bilbao, es llamado a presidir, en 1988, el Banco Exterior, fusionándolo con toda la banca oficial, logrando su modernización y fundando el Grupo Argentaria, que presidiría hasta 1996.
Sus continuos éxitos y el prestigio ganado hicieron que le fichara el señor Botín, pasando a ser consejero director general del grupo Santander, donde impulsó la fusión con el Central Hispano. Impulso también la expansión del grupo en Latinoamérica.
Él mismo se define como hombre duro, severo, cualidades que empieza por aplicárselas a sí mismo, y tuvo que serlo para que su época laboral le diese de sí para tanto y tan bien hecho.
Al margen de su brillante actividad bancaria, creó y presidió las más variadas fundaciones, siempre benéficas, no como las más frecuentes al servicio de turbios intereses. Creó e impulsó los más variados programas de formación, colaboró con universidades y escuelas de negocios y actuó como asesor de gobiernos y organismos internacionales.
Obtuvo la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, fue doctor Honoris Causa de alguna universidad y Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, ésta concedida recientemente por su labor social puesta en marcha tras su enfermedad.
Con su inmejorable saber hacer y su intensa dedicación, ganó mucho dinero, gustosamente pagado por las instituciones por las que pasó, sabiéndose por ejemplo que su jubilación del Santander le supuso una pensión de 65 millones de euros, transparentes, por los que tributó al 52% de IRPF, sin echar mano de fórmulas "ingeniosas" tan generalizadas.
Hasta en eso podemos considerar que fue un personaje único.
Es una pena que se haya escrito tan poco de un hombre tan ejemplar como discreto.
Tuvo la desgracia de padecer la terrible enfermedad ELA -esclerosis lateral amiotrofica-, por la que durante unos cuatro años el paciente va viendo cómo se le van atrofiando los músculos hasta la pérdida total de movilidad, pérdida del habla, la deglución e incluso la respiración.
Sus posibilidades económicas le permitieron trasladarse y ser tratado en EE.UU., gracias a lo cual la combinación de mente lúcida y máquina sofisticada le permite expresarse con bastante claridad.
A pesar de sus padecimientos, decidió crear una fundación con su nombre, en un momento en el que los recortes del Estado habían dejado sin presupuesto a los mejores investigadores.
Se marcó como objetivos concienciar a la sociedad de la gravedad de la enfermedad, reducir el tiempo de diagnóstico, mejorar el tratamiento y la asistencia e impulsar la investigación, y pretende involucrar a administraciones, instituciones privadas, universidades y empresas. La ministra de Sanidad le informó de su intención de poner en marcha un plan nacional contra la ELA, y al parecer la Comisión Interterritorial de Sanidad ya ha puesto en marcha una estrategia nacional contra la ELA.
La noticia más importante y reciente ha sido la firma de un acuerdo de colaboración entre la Fundación "la Caixa" y la Fundación Francisco Luzón para fomentar la atención integral de los pacientes españoles de ELA e impulsar la investigación de la enfermedad.
El acuerdo incluye la dotación de 3.000 millones de euros, en un plan, a cinco años, que serán financiados en un 75% por la Fundación "la Caixa" y el 25% restante, por la Fundación Francisco Luzón. Seguro que, igual que en las muchísimas actividades en que intervino el señor Luzón a lo largo de su intensa vida, este proyecto, a pesar de las limitaciones que su enfermedad le impone, pero aún pletórico de entusiasmo, de ilusión y de ganas de hacer el bien, harán que sea todo un éxito.
Don Francisco, usted se lo merece, igual que merece ser ejemplo para las generaciones venideras, éstas que casi no han visto más que ejemplos antagónicos.