Tenemos miedo”. Se repite la frase de boca en boca. “Tenemos miedo, así de claro”. Ese vivir con el “ay” en el cuerpo, ese asomo de sobresalto con un ruido inesperado, con una presencia sospechosa. Ese mirar a un lado y a otro en pasadizos, al entrar en el hogar, al salir. “En solo diez días han entrado y robado en tres pisos del mismo edificio”, denuncia una vecina de los dos bloques más maltratados por una oleada de asaltos que trae de cabeza a los moradores de estas viviendas de protección oficial, de propiedad municipal, radicadas en el Parc de Gernika, en Torre-sana. Muchos han decidido atrancar las puertas de la cocina, que es por donde acceden los ladrones. Las refuerzan con maderos o con barras de hierro. También se organizan para formar una suerte de patrullas vecinales de vigilancia.
Ocaso del día, siete de la tarde, noche cerrada ya. Tras los grandes bloques de viviendas, los últimos del casco urbano por la zona Este, se hunde la penumbra en el torrente de La Grípia y los bosques de Can Viver, camino de Torrebonica. Un par de personas pasean sus perros por el parque. Miriam y Jordi llegan a casa con su hija, de corta edad. Por ella, por la niña, sobre todo, Miriam confiesa estar atravesada por el pavor a un asalto, a encontrarse a alguien merodeando o, directamente, forzando la puerta de la cocina, que es por las cocinas por donde acostumbran a penetrar los ladrones en las fincas afectadas.
¿Por qué precisamente por allí, por esas puertas auxiliares? Porque la configuración arquitectónica de, al menos, tres edificios del Parc de Gernika, lo permite. Esas fincas tienen las escaleras de emergencias exteriores en las fachadas, como refleja el imaginario derivado de películas estadounidenses, y los autores de los robos saltan una valla metálica y acceden a esas escaleras. Ascienden y entran en los pisos a través de las puertas exteriores de las cocinas.
Alarmas
Varios vecinos han instalado alarmas y reforzado la seguridad de esas puertas con métodos varios. Uno de ellos consiste en trabarlas por dentro con barras o tablones de madera que impidan, o dificulten, el allanamiento una vez violentado el acceso. Los modos de prevención se han ampliado con la vigilancia ejercida por los propios damnificados. Han formado un grupo de mensajería instantánea para estar en contacto permanente y cuando pueden dan vueltas por las zonas comunes por si detectan a alguien sospechoso.
Detectaron a uno hace unos días y llamaron a la policía. El tipo parecía avizorar un bloque para estar al corriente de los movimientos de los vecinos y se largó cuando se sintió observado. Pero regresó al lugar poco después, y unos agentes lo identificaron. Según testigos, le encontraron un destornillador en la mochila, pero no pudieron probar su implicación en ningún asalto. Los “vigilantes” improvisados llegaron a fotografiar al sospechoso.
“Sufrimos un robo en casa hace un mes. Una semana antes le había tocado a una vecina”, cuenta una joven pareja víctima de la sucesión de delitos. A otra le allanaron el hogar a finales de septiembre, a primera hora de la tarde. Los cacos sustrajeron dinero, joyas, consolas. Una vecina vio a un tipo saltar una valla y la víctima lo encontró en una pasarela del bloque. Era el sospechoso luego identificado por la policía. “Cuando llego a casa lo reviso todo, por si acaso”, dice la joven, azorada. Uno de los últimos hechos delictivos fue perpetrado el 30 de octubre. La víctima salió de casa a las tres de la tarde y regresó a las seis, tres horas después. En ese intervalo entraron los delincuentes luego de violentar, cómo no, la puerta de la cocina.
Carteles
“Por favor, aseguraos de que la puerta queda cerrada. Están robando pisos en la zona”, reza un cartel enganchado en el portal de entrada y salida de una de las comunidades. Otros, oficiales, firmados por la sociedad municipal Habitatge Terrassa, advierten a los residentes en parejos términos: “Asegurémonos de que la puerta de entrada queda bien cerrada, para evitar el acceso de personas sin nuestro conocimiento”.
Algunos malhechores posiblemente entren por allí, pero el peligro, habida cuenta de los antecedentes, parece estar en otro sitio: en las escaleras exteriores que recorren la fachada y que han usado delincuentes para subir y bajar a domicilios ajenos. Para extender la congoja en el vecindario y su reacción en varios frentes: quejas al Consistorio y adopción de medidas propias para luchar contra las acciones de intrusos.