"Adelante, Terrassa", dijo un mando para dar paso a otro que estaba al frente de la actuación policial. La respuesta fue demoledora: "No podemos resistir, nos llueven piedras hasta del cielo, no podemos resistir". Desde el otro lado llegó el aviso: "Mantengan la serenidad, es una orden". La conversación, reflejada en una obra de los historiadores Josep Lluís Lacueva, Manel Márquez y Lourdes Plans, se desarrolló aquel 27 de octubre de 1967, hace hoy cincuenta años. Fue un día clave en la lucha contra el franquismo, un paso más en el esculpir del icono de "Terrassa la roja", un acontecimiento que pasó a la Historia como el día de "La manifestación de las piedras", cuando llovieron piedras, pero también disparos de la policía, con unos cuantos heridos y detenidos.
Para hoy se ha previsto un acto público convocado por Terrassa Memòria, el grupo Espai de la Memòria i dels Valors Democràtics, y por la concejalía de Ciudadanía y Calidad Democrática. A las seis de la tarde se recordarán aquellos hechos y se descubrirá una placa conmemorativa en el lugar donde todo empezó, donde antaño se situaba la estación de trenes "de los Catalanes", donde hoy está el Parc dels Catalans. Donde el 27 de octubre de 1967 empezó la manifestación impulsada por Comisiones Obreras en el contexto de una jornada de protesta en toda España "contra el paro, los expedientes de crisis y por la libertad de militantes obreros presos", según se indica en uno de los capítulos de "Combat per la llibertat", libro firmado por Lacueva, Márquez y Plans y publicado por la Fundació Torre del Palau hace diez años, cuando se cumplieron cuarenta de aquel acontecimiento que, para muchos, supuso un punto de inflexión en la lucha contra el régimen de Franco.
No en todos los sitios se registraron altercados. En realidad, en casi toda España la jornada fue tirando a plácida, menos en dos ciudades: Madrid y Terrassa.
Temor a altercados
El alcalde Miguel Onandia ya había expresado al gobernador civil su temor a que se desatasen altercados en Terrassa, ciudad "tan castigada por las fuerzas subversivas". Varios curas se reunieron la noche de antes en la parroquia de Egara y decidieron que tres de ellos asistiesen a la manifestación y se pusiesen al frente de ella. Los nombres se resolvieron por sorteo. La policía había detectado días antes un movimiento inusual en el terreno propagandístico por parte de Comisiones Obreras. Un pasquín exhortaba a los trabajadores a decir "basta" a la extensión del paro obrero y a "los salarios de hambre fijados por el Gobierno", y a la carestía de la vida. El Gobierno de Franco fijaba a los trabajadores "el mezquino salario de 96 pesetas". Por todo ello el sindicato había convocado "una jornada nacional de protesta", con paros en las empresas y con una manifestación a celebrar aquel 27 de octubre, a las 7.30 de la tarde, en el Doré. Por un salario fijo de 300 pesetas, contra el desempleo y los expedientes de crisis, por un seguro de paro equivalente al 100 por 100 del salario real, por el derecho de huelga, "por un sindicato obrero, democrático y unitario", por la libertad de Marcelino Camacho, Manuel Otones, los hermanos Ibarrola "y nuestros compañeros de Tarrasa y Sabadell".
Era viernes. Había unas quinientas personas a las siete de la tarde donde "los Catalanes", donde la estación, al final de la Rambla d’Ègara, a la sazón avenida del Caudillo. En el Doré se pusieron detrás de una pancarta que hablaba de "sindicatos libres", de "libertad" y de la necesidad de eliminar "el salario de 96 pesetas".
La manifestación empezó, pero su marcha duró poco. No bien anduvo cien metros, llegó la primera carga de la Policía Armada y el grupo de manifestantes se dispersó. "Algunos fueron acorralados en el paso a nivel de la carretera de Montcada", cuentan los historiadores. Contra los porrazos, llovieron piedras de las vías del tren. Los policías dispararon sus armas. Hubo un herido de bala. Se desencadenó la batalla campal y los agentes tuvieron que batirse en retirada, con varios heridos de pedradas en sus filas, pero pronto llegó otra carga, con disparos y con otros dos manifestantes lesionados. Uno de ellos, Manuel Fernández Medina, militante del PSUC, fue trasladado a un dispensario por un compañero, Francisco González, en una moto con sidecar. "No podemos resistir, nos llueven piedras hasta del cielo", decía un policía a su mando después de escuchar por la emisora aquello de "adelante Terrassa". Mantener la serenidad fue la orden.
Situación crítica
"La policía se organizó otra vez, produciéndose una nueva carga con el resultado de nueve heridos, unos de bala y otros de piedras", prosigue el libro. Aquello era un caos. Algunos manifestantes lanzaban piedras, otros arrojaban botellas con aceite; otros, bolas de cojinetes con tirachinas.
La situación se había tornado tan crítica, tan ingobernable para la policía, que llegaron dotaciones de otras poblaciones y hasta refuerzos de la Guardia Civil. Las fuerzas de seguridad consiguieron controlar la Rambla y calles adyacentes mientras decenas de vecinos observaban, entre atónitos y estremecidos, los disturbios. Hubo decenas de detenciones, sobre todo de militantes de Comisiones Obreras y el PSUC, aunque la represión alcanzó también a las llamadas comunidades cristianas de base. La algarada duró unas dos horas. A las 9.30 de la noche, según una nota informativa de urgencia de la Brigada Politico Social, había "renacido la calma". La fuerza pública no había tenido más remedio que disparar "al aire" ante la actitud "agresiva" de los manifestantes, primero, y luego se vio obligada nuevamente "a actuar con energía para evitar" las intenciones de los manifestantes, que pasaban por reconducir la marcha hacia la plaza del Doctor Robert, donde estaba ubicado el depósito de prisioneros.
La jornada acabó con 65 detenidos. Muchos de ellos, según explica el libro "Combat per la llibertat", no habían participado en la manifestación. Pasaban por allí, estaban en una parada de bus, llegaban en tren desde Barcelona. Aquella noche, "la secreta", la policía de paisano, recorrió barrios buscando a los implicados, sobre todo a los heridos. Un informe posterior fijaba el número y los nombres de los detenidos acusados de ser responsables directos de la manifestación. Eran veintinueve personas. Por su parte, la Guardia Civil arrestó a cinco individuos. Treinta detenidos, incluidos tres curas, luego de 72 horas de incomunicación en la Jefatura de Via Laietana, pasaron a disposición de un tribunal militar y a prisión. Los sacerdotes, Joan Rofes, Agustí Daura y Damià Sánchez-Bustamante, fueron recluidos en establecimientos religiosos.
Eco informativo
El Noticiero Universal habló, al final, de un saldo de de ocho manifestantes y seis policías lesionados, y un manifestante herido de bala. Los disturbios aparecieron en varios medios de comunicación, con las cortapisas de rigor propias de la dictadura. Pero aparecieron, y el aura de Terrassa como baluarte de la lucha contra el franquismo se agrandó. La localidad "se convirtió en un icono de la lucha antifranquista", concluye un texto elaborado por Terrassa Memòria. La ciudad, entonces, oficialmente, Tarrasa, era pura efervescencia política y sindical, al menos una población mucho más rebelde que otras, con repuntes de conflictos, huelgas, manifestaciones, en las que afloraba cada dos por tres lo que se cocía en la clandestinidad.
Era la población conocida como "Tarrasa la roja". Hoy se cumplen cincuenta años de aquella protesta histórica, del punto álgido que conformó aquel epíteto.