Ahora que casi nadie escribe ya cartas (aunque muchos las añoramos), un espectáculo con un cartero como protagonista no puede ser otra cosa que un viaje al pasado y una evocación de la poética de los mensajes escritos sobre un papel ,enviados dentro de un sobre con un sello, y que una persona nos trae a casa. Y así fue, en el mejor sentido del término, "Sin remite", el espectáculo de la compañía Jean Philippe Kikolas, que Quique Méndez ofreció el miércoles por la tarde en el Festival de Circ , ante un público que llenó la plaza de la Assamblea de Catalunya a medida que el espectáculo avanzaba.
Todo en "Sin remite" respiraba un aire de la Francia del "fin du siècle", de finales del XIX o principios del XX, de película de Georges Méliès o cine mudo galo, de tebeo de Les Pieds nickelés, de las ilustraciones de la antigua revista L’Èpatant, por la estética, la dicción del artista, la música (mucho swing manouche).Méndez apareció con la bicicleta a los hombros y un fajo de cartas en la mano. Dijo "el cartero llegó" y llamó al destinatario de la primera carta, un tal "Roberto Martín Pérez". No estaba, pero sí el de la segunda, "monsieur Ortega", en forma de un espectador voluntario. Y, fiel al mandato de su oficio de cartero, se la entregó. "Okey", dijo.
En la oficina de correos
La caja más larga que había en el escenario era una "office", en la que Méndez se puso dentro, y le sonó un teléfono de época (que respondería deste el tejado), hasta que le puso el rótulo de "fuera de servicio". No tardaría en demostrar sus habilidades como malabarista, con tres raquetas de tenis, que también le lanzó una espectadora (una de ellas, con una etiqueta "Rafa Nadal", con la interactuó con un espectador). Y su dominio del equilibrio en lo alto de una especie de zancos "vintage" de tres pisos. Pero "Sin remite" comenzó a andar hacia su crescendo cuando hizo malabares con bolas, que rebotaban por el interior de una caja que tenía a sus pies y volvían a sus manos como por arte de magia.
Pidió un voluntario y salió el mismo "Carlos Ortega" al que antes había entregado la carta. Con el desplegó un lienzo negro que mostraba un esquema de un ingenio (parecido a los de "Los grandes inventos del TBO" de Franz de Copenhague), en el que podía leerse "Air Postale". ¿Un plano para un artilugio de ‘correo aéreo"? Pues eso resulto ser. A Carlos Ortega lo puso en el sillín y a pedalear la bicicleta, que con un tubo conectó con un globo blanco que Méndez sostenía sentido en lo alto de su "oficina".
Dentro del globo
Y aquí comenzó el sprint final y la parte más espectacular de "Sin Remite". Hinchado por la energía de la bicicleta, el globo blanco alcanzó un gran volumen, tanto como para que el artista, para sorpresa de todos, introdujera la cabeza, como si fuera una máscara, primeero, luego el cuerpo hasta la cintura, y finalmente tuviera todo el cuerpo dentro, y todos los espectadores boquiabiertos.Y seguiría. Sacó la cabeza arrancando un trozo de globo, que se convirtió inmediatamente en su vestido. Una chica le puso una carta en la boca. "Sin remite" llegaba a su fin. Méndez sacó otro globo blanco, lo hinchó soplando, le puso una etiqueta, y lo dejó escapar. Subió al cielo mientras los niños de las primeras filas aplaudían. "C’est finio".