Aunque no existe ahora una ley que lo indique, tácitamente, con el inicio de septiembre, se pone fin a las tradicionales rebajas. Este período de tiempo que genera una enorme fiebre consumista ha perdido su marco normativo. La liberalización ha llegado a las rebajas y de este modo los comercios disfrutan de una libertad absoluta para establecer descuentos y promociones de sus productos. También es cierto que, en la realidad, las rebajas se han mantenido en unos márgenes bastante clásicos. Y es que cambiar una tendencia cuesta mucho. Pero sí que es cierto que esta liberalización, que sobre todo pretende beneficiar al comprador al abrir completamente el mercado, ha generado dudas y, sobre todo, una falta de información que en algunos casos ha resultado contraproducente.
En muchos comercios se prolongan durante todo el año descuentos o promociones y cuando llegan las rebajas las diferencias acostumbran a ser mínimas. Con esta política, sin duda alguna, se pierde toda la efectividad de las rebajas entendidas como tales, ya que los clientes no optan por esperar a este período para realizar sus compras y tampoco se ofrece esa satisfacción especial que acompaña a estas ofertas diferentes. La confusión no es buena compañera de viaje. Por todo ello, a la práctica, una gran mayoría de comercios han optado por respetar la tradición y fijar para principios de julio y hasta ayer, jueves, cuando finalizó agosto, la conclusión del período de rebajas. Es cierto que en el arranque no existió unanimidad, pero sí parece que se ha producido un mayor consenso en su finalización. Los interrogantes se centran ahora en invierno y en comprobar si se repetirán estas decisiones comerciales.
Es obvio que los tiempos han cambiado y que se buscan nuevas fórmulas para incentivar el consumo. El fenómeno más importante en este ámbito es el “black friday”, que ha convertido noviembre, un mes en el que habitualmente se generaba una escasa actividad comercial, en uno de los mejores meses del año gracias a esta corriente norteamericana que se ha instalado. Indudablemente, el pequeño comercio ha sucumbido y admite que debe adaptarse a los nuevos tiempos para sobrevivir. Los cambios se suceden, pero difícilmente se podrá sustituir el enorme placer que acompaña a un comprador cuando descubre una ganga en plenas rebajas. Ese instante, casi místico, debe conservarse. No se concibe un verano sin rebajas.