Fueron a Barcelona a enseñarle la ciudad a un amigo de Toronto (Canadá) que había parado expresamente unos días en Terrassa para visitarles después de 39 años sin verse. Cuando tomaron los Ferrocarrils, el jueves por la mañana, en dirección a la capital, nada podía hacer imaginar a Guillermo Martínez (82 años) y a Carmen Sánchez (74), un matrimonio residente en Can Parellada, que vivirían el momento más terrible de sus vidas unas horas más tarde.
Carmen, que no puede evitar romper a llorar en numerosas ocasiones durante la charla con este diario, estaba empeñada en enseñarle “lo acogedora que es Barcelona” a su amigo Eduardo, natural de Galicia, pero residente en Toronto, localidad donde esta familia vivió 16 años. Por la mañana pasearon por Las Ramblas hasta el monumento a Colón, visitando numerosos rincones del casco histórico.
A las cinco de la tarde, pocos minutos después del atentado, mientras se encontraban en el Portal de l’Àngel, a punto de cruzar hacia Plaça Catalunya vieron una “avalancha de gente” correr hacia donde ellos estaban, desconcertados y gritando. “Parecía una guerra. La policía con las metralletas en mano nos decía que nos fuésemos de ahí, que nos refugiásemos en las tiendas y en los bares”, relata Carmen.
Así lo hicieron, pero con el tumulto y la confusión, el matrimonio perdió a su amigo. Se metieron en una tienda de cosmética en la calle de Santa Ana, que comunica Portal de l’Àngel con Las Ramblas, junto a varias familias más y cuatro jóvenes inglesas, muy afectadas ante tanta confusión.Las primeras horas dentro de la tienda fueron de mucha angustia. “No sabíamos qué pasaba. Solo oíamos disparos, sirenas y el sonido de los helicópteros. Era horrible”, relata Carmen muy emocionada. A pesar de que los móviles no funcionaban bien, su hija Mari Carmen pudo finalmente contactar con ellos, comprobar que estaban bien e informarles mínimamente de lo que estaba sucediendo.Dos horas después de estar confinados salieron a la calle, pero la policía les volvió a obligar a resguardarse. Lo hicieron a rastras porque la persiana de la tienda ya estaba casi cerrada. “En ese momento, la policía ya nos dijo que había terroristas armados en la zona”, explican
Después de las ocho de la tarde, los responsables del establecimiento abrieron de nuevo la persiana y, esta vez, consiguieron salir y poner rumbo a vía Laietana en busca de un taxi. En el tiempo en el que estuvieron encerrados averiguaron que su amigo se encontraba refugiado en el bar de al lado y, al salir, fueron a buscarlo.
Los tres, tras las indicaciones de la policía, consiguieron parar un taxi en la avenida Diagonal, que les llevó hasta la parada de FGC en la calle de Provença y, desde ahí, se dirigieron a Terrassa.El miedo, la incertidumbre, la desolación que vieron y los nervios que pasaron provocaron que se derrumbasen al llegar a casa y comprobar, además, la magnitud de la tragedia. Carmen admite que pasó mucho miedo. “Me parece una pesadilla. Lo pasé tan mal que no me lo puedo creer. No te puedes hacer una idea de lo horrible que es hasta que lo vives”, comenta. Guillermo, en cambio, asegura que en el momento no pasó miedo. “No pensé que sería algo tan grave”, dice. Al llegar a casa ya no pudo reprimir más la angustia acumulada. “Sólo quería irme a la cama a llorar. Así lo hice y hoy estoy algo mejor”, explica el egarense.Ayer, ambos acudieron a la concentración de apoyo a las víctimas en el Rava de Montserratl. Y volverán a Barcelona, aseguran. Para el 17 de agosto del próximo año ya le han dicho a su amigo canadiense que tiene que volver para celebrar juntos que salieron vivos de ésta.