Catalunya / España

Miguel Ángel Blanco, veinte años después

“Había que encontrarlo, era una lotería, pero era que lo que teníamos que hacer, era la misión y había que forzar la máquina”. Son las palabras de un policía nacional que buscó sin descanso al igual que decenas de compañeros a Miguel Ángel Blanco en unas horas “esquizofrénicas” en las que no perdió la esperanza.
Han pasado 20 años pero Roberto -nombre ficticio de este policía- recuerda para EFE con nitidez cómo a las ocho de la tarde de aquel 10 de julio le informan de que sus superiores ultiman un gran despliegue de búsqueda en el que participarán, entre otros, todos los operativos de las brigadas de información de Vizcaya y Gipuzkoa.
Las instrucciones concretas no tardan en llegar y, junto a un compañero, le asignan la misión de peinar en dos vehículos con otros seis efectivos del Grupo de Operaciones Especiales (GEO) -unidad que desplegó a decenas de funcionarios esos días en el País Vasco- “la zona de Oñate y luego más hacia la costa, hacia Deva”.
Es lo que este grupo de ocho policías tiene marcado en un mapa cuadriculado como otros muchos compañeros unido a unas directrices: “Nos dijeron que fuéramos por carreteras secundarias, comarcales, sendas, que miráramos cualquier lugar donde pudiera estar retenido Miguel Ángel Blanco, pero sobre todo en casas y naves abandonadas o en vehículos grandes”.
Roberto cuenta cómo llegaban a un punto que podía ser objetivo. En una parada vieron un remolque de un camión, los GEO bajaron de los coches y en dos minutos chequearon. “Era siempre todo muy rápido”, dice este policía que tiene la imagen del silencio de los operativos especiales y de su actuación concentrada, “casi militar”.
Así pasaron horas y horas, aunque muchas veces no sabían ni qué hora era o dónde estaban exactamente. “Comíamos un bocata y seguíamos, parábamos a un café y continuábamos. “El tiempo iba en contra y éramos conscientes de que era buscar una aguja en un pajar. Era muy difícil, una lotería”.
Pero la peor sensación que tenía era la duda de haber podido pasar cerca de Miguel Ángel Blanco y ni siquiera haberse dado cuenta, porque al principio había más orden y planificación y al final en esa carrera a contrarreloj el rastreo era “más desesperado”.
“No hacíamos más que pensar en la movilización social. Era brutal. Igual ETA no cumplía, decíamos, pero también nuestra experiencia era que estos rara vez daban pasos atrás porque eso enseñaba su debilidad”, asegura el agente, convencido de que la banda secuestró y marcó el plazo de 48 horas para asesinar a Blanco en respuesta a la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara.
Con aquello “se enrabietaron” porque fue una gran derrota para ellos, dice Roberto que, sin embargo, tiene la duda de si la decisión de asesinar a Blanco estaba desde un principio tomada en Francia por la cúpula -entonces al frente de ETA José Javier Arizcuren Ruiz, “Kantauri”- o si fue Javier García Gaztelu, “Txapote”, para “demostrar que era el más duro” quien determinó el desenlace.
Un final para el que policías como Roberto estaban preparados, pero que no disminuyó ni el dolor y ni el abatimiento cuando el crimen se perpetró. “Cuando nos dicen que lo han encontrado nos dio un bajón tremendo, y al mismo tiempo nos entró un cansancio y mucho agotamiento”.
Veinte años después, Roberto, como muchos policías, tiene claro que aquellas horas, aquella víctima, aquellos dos disparos con un arma del calibre 22 para “no hacer ruido” consiguieron lo contrario, que la sociedad vasca comenzara a gritar, que incluso dentro de la banda “algunos gudaris vieran la deriva de la organización como un problema y que su tiempo estaba ya contado. Fue el principio del fin”.

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