Profesionales de salud mental reciben formación sobre ejercicios de defensa personal y control de situaciones violentas para afrontar agresiones en su puesto de trabajo.
Suéltale el cuello mientras doy la explicación, hombre". El enfermero se toma tan en serio su papel de agresor simulado que el monitor le llama la atención para que la cosa no pase a mayores. Él está encima de un compañero, con las manos presionando su cuello, y el maestro se dispone a explicar cómo puede reaccionar el yacente para desembarazarse del atacante. El yacente es enfermero. El atacante podría ser un enfermo mental con un brote, una persona fuera de sí a la que hay que parar sin hacerle daño.
El enfermero de arriba y el de abajo y unos cuantos compañeros (compañeras, sobre todo) participaron en una sesión de técnicas "de afrontamiento y control de situaciones violentas, inmovilizaciones y reducciones" dirigida a enfermeros especialistas en salud mental. El cursillo, de cuatro horas, se impartió días atrás en el gimnasio Kimura Gym, en la calle de Girona, en el barrio de Sant Pere Nord.
"Tenemos brazos y piernas. Usémoslos", dice el monitor mientras despliega una llave. Algunas maniobras entrañan cierta complejidad, pero otras no son más que el resultado de aplicar ese sentido común que muchas veces queda embotado en momentos de tensión máxima. Un ejemplo: cógeme del cuello con una mano, va, sin miedo, así. ¿Qué va a hacer el profe para detener la agresión? Expectación. ¿Una llave dolorosa? ¿Una patada en horizontal? No, casi todo es más sencillo. Largarse, así, como suena. Se retira con rapidez hacia el lado contrario, girando el cuello, y el atacante no puede mantener su agarre. "Si me quedo, acaba ahogándome", dice el profe. "Y si no, os podéis ayudar del hombro, girándolo, así, y propinar un leve golpe con la mano en el brazo", añade Montse García, responsable del gimnasio.
Presión con los dedos
Más complicado es zafarse de un agarre de cuello con las dos manos, pero basta una presión con los dedos en la tráquea del agresor para escapar, o efectuar una maniobra envolvente con el brazo. Lo de la presión en la tráquea es tarea ardua. "Así no, que parece que estás tocando un timbre", suelta el monitor a una de las enfermeras, suscitando las risas de los presentes. "A ver si somos capaces de hacer esto", agrega el profe para luego componer una llave y tirar al suelo a su oponente. Mete sus brazos entre los del supuesto agresor, los aparta, gira la cabeza y, plas, lo zancadillea.
¿Y si un enfermo tirado en el suelo se agita, patalea, se mueve de tal forma que parece sufrir una convulsión? Para contenerlo y nada más, se le gira la cabeza y se coloca la rodilla encima, entre el cuello y la cara, sobre la carótida. "No hace daño, no causa lesión", advierte el monitor a los sanitarios.
Lo importante es zafarse, buscar el escape seguro sin sufrir daño ni provocarlo. Por eso es recomendable una liviana patada si el atacante ha arrinconado al enfermero contra la pared. Por eso es aconsejable recordar lo dicho: dos brazos, dos piernas.
En la sesión participaron veinticuatro profesionales de enfermería llegados de diversos puntos de Catalunya, incluso de Valencia. Veinticuatro enfermeros en los inicios de sus carreras como residentes en hospitales.
María Montoro está con ellos. María es enfermera especialista en salud mental y tutora en el Consorci Sanitari de Terrassa. Sus compañeros, los que se afanan en los ejercicios por parejas, "están empezando una carrera de fondo" y necesitan instrumentos elementales como el que se imparte en el Kimura. "Lo importante es la seguridad propia y no hacer daño a los atacantes; son enfermos y no hay que olvidarlo", reflexiona María.
El cursillo, que ya se hizo el año pasado en el hospital Sant Pau de Barcelona, está concebido para facilitar a los interesados "herramientas básicas para defenderse y contener a enfermos descompensados", agrega María Montoro sin olvidar que los enfermeros han sido formados también "para realizar contención verbal".
Montse García, mientras tanto, exhibe ante los alumnos una pieza de plástico duro. Ellos la conocen bien. Es un imán que llevan siempre consigo en el trabajo para desabrochar las cinchas de enfermos. Pero Montse les hace ver que también puede convertirse en un instrumento a modo de kubotán. Y lo demuestra. Así, por ejemplo, sin golpear pero usándolo para apretar en puntos de presión que disuaden al agresor. Detrás de la oreja, verbigracia. "Lo mismo se puede hacer con un boli", apunta.
¿Y si el atacante hace esto?, pregunta un chico. Y el maestro responde al modo práctico. Pim, pam, y el enfermo cae al suelo. No es la primera vez durante la sesión que acaba ahí. "Ya no pregunto más", suelta el joven con donaire.
¿Qué quedará de esta sucesión de llaves, apartamientos y ejercicios de presión? Algo, seguro. "Nociones básicas", dice el maestro. "No olvidéis algo más básico aún. Avisad a vuestros compañeros del lugar al que vais, mantened siempre un metro de distancia de seguridad con el paciente y colocaos al lado de la salida". El sentido común.