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“En mis alucinaciones veía dálmatas”

Comenzó a correr el lunes día 12 de junio a las seis de la mañana en Bonn (Alemania) y el sábado a las diez de la noche cruzó, exhausto pero enormemente feliz, la línea de meta tras completar nada más y nada menos que 555 kilómetros por el valle del Rin hacia Wiesbaden y volver a subir después hasta Bonn. Esta carrera, una de las pruebas de mayor kilometraje de cuantas se celebran en Europa, presenta un desnivel positivo superior a los 19.000 metros.

El corredor egarense Oriol Antolí Sarrau (33 años) fue uno de los dos únicos participantes de un grupo de 22 que consiguió finalizar la primera edición de la Bonn – Wiesbaden ECV Wibolt, una prueba de ultradistancia al alcance de muy pocos. Y no sólo acabó sino que se proclamó vencedor por delante del alemán Jürgen Schneider, al que sacó una notable ventaja. Empleó 136 horas en cubrir el recorrido por un terreno muy parecido al de la zona de Sant Llorenç del Munt i Serra de l’Obac por donde entrena.

Disfrutar del paisaje
Este montañero egarense, un apasionado de la naturaleza, lleva más de siete años cubriendo grandes distancias. No es Kilian Jornet ni lo pretende. Lo suyo es más lúdico que competitivo. Le encanta disfrutar del paisaje, sentirse cerca de la montaña y valorar los sonidos del silencio. Poco a poco se ha ido poniendo retos más extremos, como el que ha conseguido este mes: ganar una carrera de montaña de 555 kilómetros de recorrido; algo difícilmente superable.

"Lo más complicado en una prueba de estas características, en la que no existen etapas, es gestionar el tiempo. Debes decidir tú mismo cuando comer, cuando dormir, cuando parar, cuando apretar; en definitiva, debes ser capaz de gestionar el esfuerzo. Es de lo más complicado, pero tiene también su aliciente", apunta Antolí, que contó con el único apoyo de su novia, Sílvia Pou, que fue quien se encargó de las tareas de asistencia durante los 555 kilómetros de la prueba.

La organización había establecido zonas habilitadas para dormir cada 100 kilómetros. En la primera noche, la del lunes al martes, Oriol Antolí casi no pudo conciliar el sueño. "En algunas zonas para dormir descansaba tres horas, o sólo 35 minutos. Pero mi idea era comenzar muy fuerte los dos primeros días. Digamos que dormir no era una prioridad. Y al final, claro, lo acabas pagando de una manera u otra. La falta de sueño tiene consecuencias físicas y también psicológicas", comenta Antolí al respecto.

Sueños recurrentes
Antolí comenzó imprimiendo un ritmo muy fuerte a la carrera. Cuando había cubierto ya los 75 primeros kilómetros, le acompañaban dos atletas chinos y un italiano. Pero con el paso de los kilómetros, el terrassense se fue quedando solo. Nadie podía seguirle y comenzó entonces una suerte de guerra psicológica contra sí mismo y contra unos pocos rivales que tenía cada vez más lejos. "Tenía claro que debía ir muy rápido y lo hice. Pero eso tiene unas consecuencias y pronto comencé a notarlas. Empieza a venirte sueño, pierdes algo de control y te tuerces el tobillo casi sin querer. Entonces programaba el móvil para dormir 10 o 15 minutos apoyado en un árbol o encima de un banco usando la mochila como cojín improvisado", narra. El calor, el cansancio y finalmente el sueño fueron los principales enemigos que el ultrafondista terrassense tuvo que esquivar en Alemania.

Una de las peores consecuencias de la falta del sueño son las alucinaciones. "Lo he hablado con gente habituada a este tipo de pruebas y todos coinciden en que la falta de sueño provoca alucinaciones, algunas de ellas recurrentes. En mi caso veía dálmatas. No le encuentro ninguna explicación. Mis padres tenían en casa una figura de cerámica de unos dálmatas, pero…".

Además de los dálmatas, Oriol Antolí sufrió alucinaciones de otro tipo: "Ves caras, fundamentalmente caras de animales. Crees que están a tu lado, pero realmente no están ahí. Sólo en tu mente. Confundía el ruido del río cercano con el murmullo de cuando apagan la música en una discoteca", añade.

Contemporizar
El jueves por la mañana, Antolí le sacaba ya 7 horas al segundo. Lejos de relajarse, intentó mantener un ritmo constante, corriendo o caminando rápido. Aprovechó para dormir. "Cuando desperté, mi novia me dijo que tenía a un corredor a 3 horas. Cuando llevaba ya 500 kilómetros, dos atletas habían recortado distancias y tenía a uno a una hora y media. A falta de 20 kilómetros pensaba que tenía al alemán muy cerca. Estaba a 4 horas, pero no lo sabía". Al cruzar la meta se liberó. Sacó una pancarta de Prodis y otra de sus dos abuelos, fallecidos el año pasado. Y también una estelada que siempre le acompaña.

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