La temporada de jazz en el interior de la Nova Jazz Cava está ya dando sus últimos coletazos, y sin embargo, la guardia no se baja, pese al calor y pese a las más que probables huídas de la ciudad en fin de semana de la porción de la población con una economía más holgada (que es la que puede desembolsar más de veinte euros por un concierto.)
Con todo, el número de espectadores fue notable si tenemos en cuenta todas estas premisas… No era para menos; nos hallábamos ante uno de los principales exponentes del jazz europeo, en un concierto digno de un festival de jazz y en el marco de una gira que le ha llevado a tres importantes capitales españolas: Madrid, Barcelona y Valencia.
Enrico Rava llegó a Terrassa tras dieciséis años de ausencia acoplado al especialísimo dúo que comparten dos de sus discípulos, Gianluca Petrella y Giovanni Giudi. Ambos son dos musicazos como la copa de un pino, líricos cuando conviene, fogosos si es preciso, profundos siempre. Dada su juventud -en contraste con la veteranía del propio Rava- asombra la grandeza de la que son capaces, su musicalidad…Transmitieron e incluso alcanzaron cotas de emoción difíciles de conseguir en una música compleja, que ya parte de una estructura inusual para un trío de jazz -piano, trompeta y trombón- y que se fragua desde una total libertad.
De todo hubo en el concierto, menos lugares comunes. Temas propios y estándares tan conocidos como "Quizás, quizás, quizás" o "My Funny Valentine", episodios más melódicos, otros más free, o aproximaciones al blues o a la música de cámara, todo con un toque elegante, preciso, y adecuadamente ensamblado.
Sin descanso
Las piezas se fueron hilando unas detrás de las otras, sin interrupciones, y Rava y sus acólitos manifestaron signos evidentes de estar disfrutando, especialmente el primero. Por eso, antes del descanso de la media parte, el pianista llegó a levantarse dos veces haciendo un amago de querer el intermedio, pero en ambas ocasiones fue requerido por Rava para que el concierto continuara. Esto propició que la segunda parte fuera algo más corta que la primera, pero no por ello menos intensa.
Más que establecer un diálogo, los tres se dedicaron a formar parte de un todo perfectamente construido, en aras de ofrecer un lenguaje más allá del virtuosismo, de encandilar a la audiencia con un discurso ni demasiado complejo, ni demasiado erudito, muchas veces eminentemente bello.
Finalizar prácticamente la temporada (antes del "Jazz a la fresca") con un concierto de esta categoría, y al día siguiente continuar con la refulgente música de unos valores en alza, los Smack Dab, es toda una apuesta que se salda con dos aciertos por parte de los programadores de la sala, dos regalos a los aficionados que hubieran merecido respuestas masivas.