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La llama olímpica que alumbró una nueva Terrassa

El mes de julio se cumplirán 25 años de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Terrassa jugó un papel relevante en los mismos como subsede de la compe-tición masculina y femenina de hockey. En las próximas semanas, Diari de Terrassa analizará en diez reportajes aquel histórico acontecimiento cuyo impacto fue mucho más allá del ámbito puramente deportivo.

Las aspiraciones olímpicas de Terrassa nacieron casi desde el momento en que Barcelona empezó a diseñar su candidatura a los Juegos de 1992. La propuesta barcelonesa contemplaba una descentralización de las competiciones, donde entraban en juego ciudades con un significado arraigo a determinados deportes, caso de Badalona con el básquet, Granollers con el balonmano o Terrassa con el hockey. El impacto de formar parte del proyecto olímpico era observado en la ciudad como una oportunidad inigualable para poner en marcha proyectos cuyo calendario estaba aplazado en el tiempo. Hubo consenso político y social en relación a la necesidad de realizar aquella apuesta, apoyada de forma indiscutible desde la base ciudadana y visualizada por el número de voluntarios olímpicos que se adhirieron a la campaña impulsada por la candidatura barcelonesa. Terrassa, con 3.332 voluntarios, se convirtió en la tercera ciudad, tras Barcelona y L’Hospitalet, en voluntarios inscritos.

La posibilidad de disputar la competición olímpica de hockey en Terrassa contaba con unos apoyos mayoritarios. Su condición de centro neurálgico del hockey español a lo largo de la historia no dejaba dudas al respecto. Aunque en los primeros diseños de la candidatura barcelonesa la Federació Catalana, entonces presidida por Leandre Negre, apostó por ubicar la competición en el área de Montjuïc, la candidatura de Terrassa tomó fuerza conforme fue avanzando el proceso. La única oposición al respecto nació de la Federación Internacional de Hockey, presidida por Étienne Glichitch y cuyo secretario general era el barcelonés Juan Ángel Calzado, directivo vinculado al RC Polo. Este organismo entendía que el torneo olímpico tendría mayor dimensión si se desarrollaba en el núcleo central de los Juegos y no en una ciudad externa, aunque los intereses económicos jugaban un papel fundamental.

Dura batalla
Las diferencias entre las partes implicadas derivaron en un polémico proceso que el Comitè Organitzador de Barcelona’92 (COOB’92) resolvió el 4 de diciembre de 1987, nombrando de forma oficial a Terrassa como sede única de las competiciones de hockey.

En ese proceso no se puede olvidar el papel fundamental que jugó el alcalde Manuel Royes, cuya influencia en las altas esferas políticas era sobresaliente. Royes era íntimo amigo desde su juventud del alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall. Y ocupaba el cargo de presidente de la Diputació de Barcelona, administración cuyo nivel de inversión en el programa olímpico era muy significativo. El presidente del Comité Olímpico Internacional, Joan Antoni Samaranch, también mantuvo una opinión favorable a la subsede de Terrassa.

Aunque en algunos momentos se sugirió la posibilidad de que Terrassa y Barcelona compartiesen el torneo, la postura firme egarense se resume en el ya mítico "Royes, o tot o res" que pronunció el entonces presidente del Club Egara, Josep Pi i Maseras, en una reunión de presidentes y directivos de hockey locales con el entonces alcalde en la que se deslizó esa posibilidad.

Salvado ese proceso, Terrassa se dispuso a organizar el mejor torneo olímpico de hockey de la historia. La cita supuso un antes y un después en la historia de la ciudad. Pero no sólo por la incidencia deportiva del acontecimiento, sino por las consecuencias directas a todos los niveles. Además de la notable inversión económica, la personalidad de los terrassenses cambió de forma radical. Se olvidaron viejos complejos de inferioridad y el tan fomentado "terrassenquisme" por el alcalde Royes se expandió de forma inequívoca. Terrassa lució con orgullo el trabajo bien hecho, como demostró en la multitudinaria inauguración del Àrea Olímpica el 15 de diciembre de 1991 o en la inolvidable llegada de la antorcha olímpica el 16 de junio de 1992. El impacto mediático que significó la medalla de oro de la selección femenina de hockey situó a la ciudad en un magnífico escaparate que revalorizó su magnífica organización.

La inversión económica que los Juegos Olímpicos generaron en Terrassa alcanzó los 4.000 millones de pesetas (24 millones de euros) en obras directamente relacionadas con la cita olímpica. La mayor aportación se efectuó en el Àrea Olímpica y se situó en los 2.615 millones de pesetas (15,7 millones de euros). La actuación en el complejo deportivo fue completa. Desapareció la obsoleta Zona Deportiva, donde el estado de degradación del estadio, de las viejas pistas de atletismo y del ruinoso Globo era más que patente, para dar paso a un nuevo núcleo en el que se alzó un nuevo estadio que se completaba con el Camp Federatiu y un campo de calentamiento. La reordenación del entorno, las nuevas pistas semicubiertas para el deporte escolar y los espacios del CN Terrassa completaron una actuación espectacular.

Otras obras
Pero la repercusión urbanística no se quedó sólo en el Àrea Olímpica. La urbanización del sector de Can Roca, zona que se habilitó como aparcamiento para la Familia Olímpica, fue el primer paso para la creación de uno de los barrios más modernos de la ciudad en el presente. Se mejoraron los alrededores del entorno olímpico y los accesos a la avenida del Abat Marcet, se trasladaron líneas de alta tensión, se construyó el nuevo puente de Renfe en la avenida de Josep Tarradellas y se instalaron esculturas emblemáticas en distintos puntos de la ciudad.

Además, Terrassa se situó en un punto estratégico de las comunicaciones catalanas con la construcción de los túneles de Vallvidrera y de la autopista Terrassa – Rubí. Cerca de esas conexiones se levantó el Hotel Don Cándido. Los Juegos se convirtieron en una locomotora para posteriores proyectos de gran envergadura como el soterramiento de las vías de Renfe o el Parc de Vallparadís.

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