Este fin de semana se celebra el cuarenta aniversario de la fiesta mayor del barrio de Sant Pere. Es una de las fiestas con más solera de la ciudad. No se trata de destacar una fiesta de barrio por encima de las demás, cada una tiene una magnitud, una idiosincrasia que la hace especial para sus propios vecinos, pero sí que es cierto que la de Sant Pere, siempre ligada al mes de mayo y a aquel lunes festivo, es una de las celebraciones que se ha convertido en referente con un efecto llamada incluso sobre otros barrios.
Los cuarenta años de la fiesta de Sant Pere puede ser un buen momento para volver a hablar de las fiestas en la ciudad. Estas fiestas sirvieron durante muchos años para generar una conciencia de barrio en un momento en que la especial conformación de la ciudad provocaba una intensa vida interna, también reivindicativa, alejada del centro. Hoy en día se continúan organizando no sin dificultades, no sólo de carácter económico, sino también por el factor humano. Una fiesta mayor presiona a los miembros de las asociaciones de vecinos cuyos miembros no son tan numerosos como podría pensarse.
Hay opiniones de todo tipo sobre su existencia que van desde quienes consideran que deben suprimirse porque es un gasto superfluo que ya no capta la atención de los vecinos como antes, o quienes consideran que deben preservarse porque continúan siendo una herramienta de vertebración social que genera vínculos tras una época de crecimiento demográfico extraordinario.
La respuesta puede estar en la propia dinámica de los barrios. El tejido asociativo y comercial de los territorios de la ciudad son los que deben definir sus actividades, entre ellas también las lúdicas. La celebración de las fiestas mayores, como las cabalgatas de los reyes magos, debe fluir con naturalidad en los positivo y en lo negativo. Ni debe forzarse su desaparición si existe ya una dinámica organizativa ni tampoco a mantenerlas artificialmente si el barrio no considera necesario llevarla a cabo. Al final, es la ciudadanía la que debe decidir desde sus propias capacidades.
Sant Pere ha sido un ejemplo durante todos estos años y si como fiesta ha sido un referente, no podemos olvidar el nombre de otro referente vecinal de la ciudad, que estuvo durante muchos años vinculado a esa fiesta, Rosa Mora, un personaje de un entusiasmo arrollador a la que el barrio quiso recordar dando el nombre a una de sus plazas y a la que se recuerda cada año durante sus fiestas. Rosa Mora puede ser el símbolo; todavía hoy hay muchas personas como Rosa Mora en muchos barrios de la ciudad que sostienen la actividad vecinal con entrega y sacrificio personal.
