Terrassa

Los veteranos de la década

Estaba todo aún en ciernes. Tanto, que Iván, recién llegado de Lleida, pasó de largo cuando subía con su coche por la carretera de Matadepera. No vio el edificio de la comisaría a la que había sido destinado. En realidad, aquello era embrión de edificio. Su compañero Santi recuerda que los patrulleros debían acudir cada día a Barcelona a buscar los coches y venir con ellos a Terrassa. Policías se cruzaban con albañiles y electricistas, entreverados en un enjambre de nervios y polvo e ilusiones. Han pasado poco más de diez años de la puesta en marcha de la comisaría de los Mossos d’Esquadra en Terrassa. “Aquello parecía la ONU, con trabajadores de todos los países”, cuenta Mercè.

Ocho integrantes de la plantilla egarense que siguen en el Àrea Bàsica Policial (ABP) desde entonces, desde el 1 de noviembre del 2006, reconstruyen vivencias, recuperan pálpitos, cruzan recuerdos de aquellos inicios y de lo que ha llovido desde entonces. Desde que grupos de operarios se turnaban para que el trabajo no parase durante las veinticuatro horas del día en las fechas previas a la apertura. Desde aquel día en que, exhaustos por el comezón de los preparativos, engulleron los “panellets” que alguien trajo para la inauguración institucional a cargo de la consellera Montserrat Tura. Se enteraron del destino oficial de las pastas cuando ya era tarde. Desde aquellos momentos fundacionales en que casi nadie conocía a los mossos. “¿Qué es eso?, nos preguntaban en asociaciones cuando nos presentábamos como miembros de la ORC (Oficina de Relaciones con la Comunidad)”, rememora Carme.

El desconocimiento
“La gente quería un cambio de aires. En algunos barrios nos decían que estaban muy dejados”, comenta un mosso veterano. Xavi y sus compañeros de investigación debieron tantear en la niebla del desconocimiento durante largo tiempo hasta conocer contactos, manejar fichas, asentar su mirada y sus archivos en el mundo del hampa local. Les hablaban de un conocido delincuente como principal sospechoso de un robo, pero ellos no sabían quién era aquel tipo de mote tan singular. “Nos hizo falta mucho rodaje”, confiesa.

“Es que sois muy jóvenes. He visto en la esquina a dos niños con uniforme”, dicen que espetó una señora mayor a unos mossos en la alborada del despliegue. “¿De verdad tenéis que venir con pistola?”, les preguntaron en un colegio.

En aquellos tiempos no funcionaba el 112 como ahora y casi todos los requerimientos pasaban por el 092, el teléfono de la Policía Municipal. “Nadie nos llamaba. A veces veíamos un coche de la Policía Municipal con las sirenas activadas y lo seguíamos”, afirma Iván. Eran mossos advenedizos y desnortados en busca de servicios, brujuleando por Terrassa y esperando después, a su llegada a algún sitio con algún incidente, a que se gestionase la cosa de la competencia.

Las transformaciones han sido unas cuantas, y no todas para bien. Las redes sociales y la extensión del uso de internet son armas de doble filo: algo bueno para el intercambio rápido de información, algo malo para la difusión de bulos de los que colapsan las centralitas. “O nos adelantamos o estamos perdidos”, reconoce Carme.

Los cambios tecnológicos implantados durante esta década han revolucionado en muchos aspectos el trabajo policial, aunque a veces los dichosos artilugios constituyan un estorbo ocasional. El GPS, por ejemplo. “A veces nos discutimos con él. ¡Teníamos que ir a les Fonts y no salía Les Fonts!”, protesta Iván. Llegaron las tabletas electrónicas en las patrullas, y los chalecos antibalas. Las variaciones, sin embargo, han afectado muy poco a los uniformes. “¡Si aún llevamos el color borbónico!”, clama Carme. Algo sí ha cambiado la indumentaria, tercia Joan Carles Escobar, el intendente. Antes, antes, los cuellos de las camisas semejaban los de bandoleros legendarios del XIX. Los de Curro Jiménez, para concretar.

“¿Tú que sabes hacer?”, se preguntaban unos a otros al entrar en el turno. Ahora todos saben su cometido, faltaría más. “Muchos éxitos en los estándares de actuación se han conseguido con voluntad”, añade Joan Carles Escobar. Atrás quedan las dudas recurrentes, los palos de ciego. “Desde hace tiempo los de policía científica observan una huella y saben de quién es antes de cotejarla”, certifica Xavi. “Al principio nos veían como algo folclórico. Ahora, como algo normal”, agrega Escobar.

Eran casi doscientos en el 2006. Sólo veinticuatro de aquellos doscientos mossos siguen en Terrassa. Iván exhibe en su mano izquierda una de las razones de su permanencia en Terrassa: una alianza.

Los sentimientos
Cuando alguien se muda, no quedan enroscados los recuerdos policiales, sino el hilo del sentimiento, “la semilla de las relaciones humanas”, asegura Carme mientras sus compañeros asienten. Y recuerdan el primer Dia de Les Esquadres, fiesta señalada de preparativos caóticos, con ensayos interminables, “algo de sangre, sudor y lágrimas”, rememora Mercè, administrativa. Y recuerdan a la primera persona detenida en la comisaría terrassense aquel 1 de noviembre: una mujer italiana que entró a presentar una denuncia y acabó detenida porque la buscaban en su país por una estafa. Y recuerda Xavi cómo algún detenido pedía el Corpus Christi en lugar del habeas corpus.

Las remembranzas dejan paso a la reivindicación del buen nombre de los policías; de mujeres y hombres de carne y hueso y corazón que deben chapotear a diario en el fango de conflictos, de entrevistas con víctimas. Y no todo el drama se va con una ducha. “No nos hacemos policías para detener a gente, sino para ayudarla”.

Xavi tuvo que tomar la huella palmar a un niño de 2 meses fallecido. Al llegar a casa despertó a su niña, un bebé, para abrazarla con los ojos cerrados y el alma de par en par.

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