Diari de Terrassa

Raúl Clavero Blázquez, tercer premio en castellano con "Jardín"

Hace unos meses fue al Museo Arquelógico Nacional. Su padre jamás le permitía apuntarse a las actividades extraescolares y por eso, desde que él ya no está con nosotras, intento que mi hija no se pierda ninguna excursión de su colegio. Recuerdo con nostalgia las pocas veces que salí del pueblo en mi infancia, y quiero que Laura llene la suya de experiencias enriquecedoras.

Sabía que aquel viaje le iba a gustar, pero el resultado superó todas mis expectativas. Llegó entusiasmada, y durante semanas no paró de hablar de vasijas y mosaicos, de dinosaurios y piedras de sílex, de dioses griegos y momias egipcias. Le compré un kit de excavación para niños, y algunos libros de numismática, y una colección de videojuegos educativos sobre historia antigua, y aún así parece que no tuvo suficiente. Hace unos días, sin que yo me enterase, abrió la caseta de las herramientas, cogió una de mis palas de aluminio y comenzó a hacer agujeros en la hierba. Escuché sus gritos y corrí hacia el jardín. Allí estaba mi hija, rodeada de algunos huesos, afortunadamente desprovistos ya de carne por obra y gracia de la cal. Pensé que se había asustado y me acerqué para consolarla pero ella se levantó de un salto, riendo, feliz por su hallazgo.

En poco tiempo ha conseguido recuperar casi todo el esqueleto, calavera incluida, y ahora ha transformado el comedor de nuestra casa en su particular sala de exposiciones. Espero que cambie pronto de afición porque ya no sé qué excusas poner para evitar las visitas de amigos y familiares.

Mientras tanto, hasta que pueda devolverlo a la tierra, entretengo las horas contemplando los restos de lo que Ramiro fue, asimilando que las falanges de sus manos ya no son capaces de cerrarse en un puño, que su boca ya no se abre para escupir insultos, y que las cuencas de sus ojos permanecerán ya eternamente vacías de aquella mirada suya que siempre, siempre, me hacía temblar.

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