Quiero creer que es algo residual, pero me preocupa seriamente comprobar a diario que leyendas urbanas, bulos y anécdotas recurrentes son la base de opinión de mucha gente. Cuando mentiras e historias malintencionadas prevalecen sobre la verdad, está claro que tenemos que explicarnos mejor.
No puedo negar que hay -y probablemente siempre habrá- listillos insolidarios y egoístas que obtienen ayudas sin necesitarlas, simplemente porque no es fácil demostrar que no las necesitan y es nuestra obligación conceder siempre el beneficio de la duda, porque no podemos permitirnos el riesgo de dejar, por ejemplo, a la infancia desprotegida por el mal hacer de sus progenitores. Los servicios sociales han atendido a más de 40.000 personas durante el último año, seguro que se nos ha colado algún caso de estos espabilados, pero os aseguro que no son ni muchísimo menos mayoría. Los y las trabajadoras sociales saben hacer su trabajo.
Durante el 2016, del presupuesto de servicios sociales se han destinado unos 750.000 euros a becas comedor, se han repartido 35.000 comidas a mayores de 65 años, se han pagado recibos de suministros, medicinas o transporte a personas con pocos recursos, etcétera. Y no, no hemos tenido en cuenta nacionalidad, raza o credo de nadie. Los recursos de servicios sociales -y todos los del Ayuntamiento- están para ayudar a quien lo necesite, favorecer o desamparar a una persona en función del lugar de nacimiento, el color de su piel o la religión que profesa no sólo es ilegal, es inhumano e indigno.
Si me dieran un euro por cada vez que he escuchado “van a buscar lotes de comida en Ferrari”, “hay que ponerse el pañuelo para recibir ayudas” o frases similares, tendría dinero suficiente para acabar con las carencias económicas de varias familias. Puedo decir a ciencia cierta que son bulos, mentiras y exageraciones. He preguntado mil veces el nombre de esa persona “asistente” que recomienda ponerse el pañuelo y siempre me responden que fue en otra ciudad. En cuanto al Ferrari en la puerta de El Rebost, tampoco he recibido aún la foto que pido cuando alguien me hace un comentario de ese tipo.
Hace unos días se publicó una nueva medida que pretende ayudar a las familias en una situación de pobreza a evitar la estigmatización y a buscar una vía lo más digna posible de vuelta a la vida antes de la crisis. Ante la noticia, hubo reacciones de todo tipo, gente contenta y que nos daba la enhorabuena, gente que desde el respeto discrepaba y un sector que, una vez más, me dejaba alucinado y triste. Leí con impotencia a ciudadanos convencidos de que estamos rodeados de pícaros y de aprovechados que arruinan las arcas públicas mientras comen marisco a diario y tienen cochazos en la puerta de sus casas ocupadas; que a “los de fuera” se les dan subvenciones extraordinarias sin necesidad de demostrar necesidad alguna y unas cuantas barbaridades más de ese tipo. Llegué incluso a leer, en referencia a las ayudas económicas, y cito textualmente, “a gente de segunda se las dan”. Es horrible, parece que todo vale.
Sé que hay mucha solidaridad en la calle y el discurso tolerante gana de largo, pero siempre me deja fuera de juego leer cosas así. Entiendo que pensamos que alguien que piense así, y se atreva además a decirlo en público, no tiene remedio, que afearle su conducta es una pérdida de tiempo, pero tenemos que hacerlo, no podemos permitir que se normalicen estos comentarios repugnantes mientras los autores nos tratan además de buenistas en el mejor de los casos o directamente de imbéciles.
A veces no es necesario entrar en polémicas ni debates, sólo tenemos que hacer entender a todo el mundo algo que sabe con certeza cualquier niña o niño de 5 años: que todos y todas somos iguales.
El autor es concejal de Servicios Sociales, Juventud y Ocio y Comunicación del Ayuntamiento de Terrassa