En apenas veinte años, Terrassa ha sido exponente del boom del ladrillo y tierra quemada, ha pasado de ser uno de los motores más potentes en cuanto a construcción de viviendas a ser un auténtico desierto de actividad. En definitiva, ha roto las estadísticas, por arriba y por abajo, ha sido fuente de riqueza para unos cuantos y motivo de desahucio para varios miles de ciudadanos.
Entre 1997 y 2017 median veinte años. Pero no solamente. Media una fotografía de la ciudad que empezó siendo en blanco, en blanco brillante, cegador incluso, pero que al cabo de diez años se tornó en negro profundo. Entre 1997 y 2007, la ciudad vivió una década prodigiosa en el sector inmobiliario. Alguno de esos años llegó a lucir orgullosa la etiqueta de municipio catalán que más y a mayor ritmo construía (en 2006 se otorgaron licencias para levantar 4.477 pisos). El volumen de inmuebles que se construía año tras año no bajó de los dos mil (más bien se acercaba a los tres mil) y llegó incluso a superar los cuatro mil.
La debacle
A partir de 2008, la crisis empezó a dejar huella y fue arrasando progresivamente con el sector inmobiliario. En 2009, por ejemplo, se proyectaron 628 viviendas. Fueron 178 en 2012 y apenas 44 en 2015. La actividad pasó a ser prácticamente nula en una ciudad donde las grúas de la construcción, que antaño poblaran el paisaje, dieron paso a obras semiabandonadas y miles de pisos nuevos vacíos.
Aún considerando la reactivación del sector que indican las estadísticas, la actividad actual está a años luz de la vivida hace una década. Los 138 pisos de nueva planta para los que se concedió licencia el año pasado representan apenas un 3% de los más de cuatro mil de 2006.