La oficina de la sindicatura de greuges de Terrassa ha hecho público el balance su gestión a lo largo del año 2016. Como suele ser habitual, las multas y la grúa son los asuntos que en mayor medida movilizan a los terrassenses a solicitar el amparo de la sindicatura municipal. El balance de gestión, en el que se establece cada año el ránquing de las quejas con cifras, con asuntos, procedencia etcétera es una herramienta orientativa sobre cuáles son los puntos sensibles de la relación entre la ciudadanía y la administración, que es el sentido mismo de la existencia del síndico.
Defender o denostar la figura del síndico no son cuestiones que deban tener como referencia el balance de la gestión, sino si creemos en la figura desde un punto, si se quiere filosófico. En términos maximalistas, la defensa del síndico puede basarse en la necesidad de reforzar las garantís y la transparencia en la relación de los ciudadanos y la administración pública. El rechazo a esa figura se puede basar en que el procedimiento administrativo pone a disposición de la ciudadanía los recursos suficientes para garantizar la preservación de sus derechos. Es cierto que la figura del síndico, aún no teniendo una tradición en el Estado español, sí que ha ido adquiriendo con le paso de los años un cierto peso específico, convirtiéndose en una suerte de voz de la conciencia de la propia administración.
En ese sentido, la función de gestionar y tramitar las quejas de los ciudadanos debe incardinarse en su día a día, pero la función que se antoja más importante es la que pueda llevar a cabo de oficio. Isabel Marquès la anterior síndica terrassense entendió que esa función, la de detectar carencias, disfunciones o conductas mejorables de la administración municipal debía significar una parte importante de su dedicación a la sindicatura. Habría que ver si, precisamente, esa otra vertiente tan necesaria como posiblemente incómoda le granjeó alguna antipatía a Isabel Marquès. No es cuestión de revivir viejos episodios poco edificantes, sino de reflexionar sobre la figura de la síndica y entender que no se trata de una herramienta cosmética y de que su función va más allá de la mera atención de las quejas, como hacen otros síndicos, Rafael Ribó sin ir más lejos.
El futuro de la sindicatura terrassense está en el aire y parece ser que depende de la recomendación que realice precisamente Rafael Ribó, que se ha convertido en un ejemplo de rigor y seriedad en sus funciones. Pero la decisión, recomendación al margen, debe ser municipal.