No puede haber casi nada más relajado en este mundo que estar de vuelta de prácticamente todo, teniendo la capacidad de subirse al escenario con la seguridad de que es posible pasarlo bien y hacerlo pasar bien simplemente dejándose llevar, desde el conocimiento, la sintonía y la experiencia.
Un octogenario como Portal, con un septuagenario como Humair y un cincuentañero como Chevillon ocuparon el jueves el escenario de la Nova Jazz Cava con la misma energía que hubieran ostentado tres veinteañeros. Ofrecieron algo menos de dos horas de concierto, interpretando piezas del líder de la formación con libertad e imaginación.
Portal hizo gala de lo muy variado de su repertorio, de sus muy variadas infuencias, con episodios más melódicos, otros más folk, otros adscritos al terreno de las bandas sonoras, otros influidos por la clásica y siempre hermanándose con un jazz contemporáneo que, si en algo se caracteriza, es en el sello personal que saben imprimirle estos tres grandes artistas.
Portal no paró de alternar sus saxos y clarinete para variar la sonoridad del concierto, aunque no sólo eso; cada pieza le reclamaba un timbre distinto, una locuacidad diferente, aunque en realidad sí existió un hilo conductor inequívoco: la frescura, casi entrañable, y la poderosa alegría que traspasaba más allá del escenario.
Imaginación sin límite
La imaginación fue tan sólo un elemento más del trabajo de un trío en el que cada miembro mostró poseer una personalidad propia que sin embargo, en conjunto, daba lugar a una conexión extrema. Parecía un caso claro de telepatía creativa porque, aunque hubiera una partitura que marcara el camino a tomar, algunos episodios parecían fruto de la improvisación conjunta, algo difícil de articular si uno no es un maestro.
A través de temas esplendorosos como “Max Mon Amour” (escrita para una película de igual título de Nagisa Oshima, con Charlotte Rampling), “Judy Garland” (escrita en Minneapolis, localidad de nacimiento de la star de Hollywod), “Dolce” o “Bailador”, Portal fue hilando un concierto variado y, al mismo tiempo, explicando anécdotas que mantuvieron bien entretenida a la audiencia. El músico también recordó su origen vasco -nació en Bayona en 1935- interpretando “Distira Lanoan”, y dejó cantar a Daniel Humair de vez en cuando, en los momentos en los que el artista se inventaba la letra de alguna de sus melodías (había que aguzar el oído ya que lo hacía a pelo y resultaba difícil distinguir sus palabras.)
Humair tuvo momentos gloriosos haciendo honor a su leyenda, no sólo con su batería (aplausos a esos finales simples y delicados) sino improvisando incluso con un vaso, en un diálogo con Portal. Y Chevillon, profundo e inspirado, dando el contrapunto con ligereza, alternando diferentes técnicas con un lenguaje igualmente personal e imaginativo, totalmente implicado.