Jordi tiene instaladas en su vivienda no menos de seis trampas y una docena de puntos de veneno y unos cuantos de pegamento especial para atrapar los roedores que siempre merodean por allí. Jordi, su esposa y sus dos hijos, un niño de 4 años y una niña de 2, viven en un sinvivir, con ventanas cerradas, sobresaltos, temor a infecciones. Su casa, en Ca n’Aurell, está impoluta, pero la familia permanece rodeada de incuria y residuos. En los bajos del edificio contiguo reside una mujer que llena su casa de basuras. El otro inmueble contiguo, abandonado, tiene un patio que es una jungla.
El principal damnificado por esta situación de degradación, pues hay otros, lleva recogidas casi 150 firmas en una campaña que reclama intervención pública. Las hojas de recogida de apoyos señalan que la moradora del edificio origen de la plaga vive en condiciones infrahumanas "y genera malos olores", los problemas de ratas y "riesgo elevado de incendio". Piden que el Ayuntamiento se haga cargo de esa persona "y le proporcione una vida digna". Y que durante el proceso de incapacitación judicial limpie "cada seis meses" la casa afectada y desratice el inmueble y las cloacas.
"Hace más de cinco años que vivimos esta situación. En el 2012 empecé a mover documentación, después de muchas llamadas", recalca Jordi, entre la desesperación y la rabia. "Llevamos seis meses con la puerta del patio cerrada para que no entren las ratas. Cuando la abrimos en verano, colocamos un cartón", agrega. Han encontrado excrementos de roedores en la comida y han visto multitud de ratones cruzando estancias de su vivienda, adentrándose en recovecos. El día de Año Nuevo, Jordi se despertó pronto, a eso de las 7.30; notó cosquillas en los pies, bajo las sábanas. Sí, era un ratón.
Cuando los niños salen al patio, es con la compañía de sus progenitores, para evitar sustos; para evitar, por ejemplo, que sean los pequeños los que hallen y toquen caca ratonil en sus cajas de juguetes, como ha ocurrido ya.
Lo suyo semeja un regreso a los tiempos en que las ratoneras formaban parte del paisaje de muchos hogares. Jordi muestra una trampa instalada bajo un mueble, y unas cajas especiales con veneno que ha colocado detrás del sofá, y otra trampa junto al congelador. Un sobre con raticida está mordido.
La vecina, a la que se puede ver de madrugada deambulando por las calles, recoge enseres de diversos tipo, con inclinación por maderas y plantas muertas. El lunes pasado, unos operarios municipales limpiaron la casa colindante, la de los residuos. "Había sillas para montar un cine", recuerda Jordi. La anterior limpieza de la finca fue ejecutada en octubre del 2015.
Por una solución definitiva
¿Cuándo será la próxima? Se desconoce, pero los vecinos perjudicados no quieren más parches, sino una solución definitiva que se adivina compleja, pues debe pasar por un ingreso no voluntario, por decisión judicial, de la vecina. Así se lo hizo saber Jordi Ballart, el alcalde, al denunciante en el 2015. Ballart le habló del expediente en marcha, de las múltiples intervenciones efectuadas, la primera de ellas en noviembre del 2012, pero también de la necesidad de seguir los plazos establecidos en la normativa.
Jordi ha escrito también a la Generalitat y al Gobierno español. "No pararé", asegura.