Han tenido que desconectar los timbres, hartos como estaban de que clientes de una antigua casa de citas llamasen a sus puertas cada dos por tres en busca de servicios aliviadores. Vecinos de la calle de Marconi, en Ca n’Aurell, han arrostrado un calvario a todas horas: muchos clientes no saben que la casa de prostitución que estaba radicada allí, cerca de la esquina con la calle del Pare Llaurador, se mudó.
Los perjudicados son varios, pues los puteros no tienen empacho en probar y probar por los alrededores cuando no obtienen respuesta en el edificio en cuestión o cuando la obtienen y la respuesta no es la deseada: aquí ya no hay ninguna casa de putas. Pero Mima y Julien, joven pareja con un niño de corta edad, son los principales damnificados por la insistencia de los clientes no avisados y ávidos de juerga carnal. Tal es el hartazgo de la pareja que, además de desconectar el timbre, ha enganchado un cartel en la puerta de entrada a su domicilio.
No insistan
En realidad, han puesto varios carteles en los últimos meses, pues se han visto obligados a sustituirlos porque alguien los arrancaba. Pero ellos no se arredran, y crean otros, intentando reinventar el mensaje con tintes irónicos sin malograr el contenido: no insistan, aquí no encontrarán lo que buscan, vienen a decir los carteles. El último reitera que en esa casa "no hay chicas de la alegría", ni ahí ni al lado, ni en toda la calle. "Se mudaron (las prostitutas), lo siento, aquí vive una familia feliz. Gracias por no tocar el timbre", acaba.
Mima y Julien se trasladaron a su vivienda actual, en régimen de alquiler, en junio del 2015, sin saber que las cuatro paredes de su flamante nido de amor habían sido las de una casa de alterne. Mima estaba embarazada, en muy avanzado estado de gestación, y así, ventruda en virtud de su preñez, tuvo que empezar a lidiar con los hombres que tocaban el timbre y la moral. "Venían tipos a todas horas", cuenta la joven.
A todas horas quiere decir a todas horas, en sentido literal. Y claro, cuando ella abría la puerta, "ellos se quedaban fiplados". Su presencia suscitaba sorpresa, algunas veces, pero también indignación otras, pues no han faltado los sujetos que se tornaban malcarados al ver frustrados sus planes de trajín mujeril. "Algunos se enfadan y se muestran violentos, e insultan, y se ponen a gritar preguntando donde están las chicas", relata Mima. Su pareja, Julien, más de una vez ha tenido que ponerse bravo para ahuyentar a los tipos insistentes y chulos. Los hay también, todo hay que decirlo, "que reaccionan con vergüenza". Se abochornan, "sobre todo al ver que aquí vive un niño pequeño". Esos son, sobre todo, "los hombres mayores". Algunos, con traje impecable.
El inmueble donde vive la pareja fue casa de lenocinio "unos seis o siete años", periodo en el que el vecindario padeció un tormento por los ruidos, las fiestas, las risas, el jolgorio a horas de dormida. Y, según denuncia una vecina, algunos clientes se colaban en viviendas colindantes a través del patio de la casa devenida lupanar. La tortuosa experiencia acabó hace unos tres años, cuando la mancebía cerró sus puertas y, luego de unas oportunas reformas, el propietario del edificio alquiló de nuevo la casa. Esta vez, a Mima y Julien.
Una familia, por fin
Qué alborozo sintió la vecindad cuando supo quienes eran los nuevos inquilinos. "Una familia", qué alivio. Pero principió para Mima y Julien el desfile de borrachos y no tan borrachos, de jóvenes y no tan jóvenes, de nacionales y extranjeros, en busca de otro tipo de alivio. Lo dicho, a todas horas, a razón de dos o tres clientes al día, con otros tantos timbrazos, entre semana; la cifra aumentaba a unos diez los días de fin de semana.
Un vecino les informó "de que esto había sido un puticlub". Una mancebía de corte sórdido, con lo que ahora es comedor dividido en tabucos con catres encima de muritos de hormigón que hacían las veces de somier. El suelo del patio estaba repleto de chicles aplastados y la puerta de otra habitación tenía colocada una cerradura. Seguramente sería la de la madama, y allí hacía las cuentas.
Los vecinos viven algo más tranquilos desde que desconectaron los timbres, pero no es el mejor plan de vida. Esperan que el desfile de tipos buscando compañía por dinero acabe cuanto antes. "Yo quería putas", ha escrito alguien con boli en el cartel con el que la pareja Mima-Julien pide que les dejen en paz de una p… vez.