Alumnos de ESO del Col·legi Martí enseñan a personas mayores a familiarizarse con los dispositivos electrónicos en un taller de servicio comunitario.
A ver, repetimos para comprobar que se te ha quedado, ¿vale? Vale: arrastro, así, así, y eliminado, contacto eliminado. “Muy bien, muy bien”, reacciona, Víctor Benítez de 15 años, ante la llamativa pericia de su par, de Inocente Blasco, el hombre de 83 años al que imparte nociones para el uso del teléfono móvil. Enternece ver la paciencia de uno y la avidez de conocimiento del otro, enternece oír a Emilio Polo (68 años) explicar a Sandra Maldonado (16) cómo dejaba “morir” la batería de su móvil ante determinado problema; enternece, en fin, asistir al carrusel de explicaciones calmas, miradas concentradas, anotaciones de los abuelos en una libreta, consejos sobre el almacenamiento de fotos, cabezas que asienten, química recién nacida entre dos personas tan lejanas en las fechas de nacimiento pero tan vinculadas por las ganas de aprender de unos y la empatía formadora juvenil de otros.
Los adolescentes y las personas mayores se sientan alrededor de una mesa por parejas. Unos son alumnos de ESO del Col·legi Martí, de Sant Pere Nord, y otros, usuarios del Casal de Gent Gran de la Generalitat radicado en el mismo barrio, en la Rambla de Francesc Macià. Los primeros enseñan a los segundos. El barrio los ha unido, pues la iniciativa forma parte de los proyectos de servicio comunitario que el colegio tiene en marcha. El éxito de este taller fue apabullante cuando se corrió la voz, cuando los usuarios del equipamiento leyeron los carteles que anunciaban ese intercambio con este texto: “Taller de móvil personalizado, actividad intergeneracional en colaboración con el Col·legi Martí. Si quieres conocer más sobre tu móvil, puedes hacerlo los lunes y los miércoles, de 17.30 a 18.30”.
Hay lista de espera.
“¿Esto no ocupa sitio?”, pregunta Carmen Soto, de 68 años, a su formador, Albert Frontón, de 15. Y Albert le dice que sí, y le suelta consejos mientras Inocente y Víctor conversan sobre un icono. ¿Esto para qué es?, pregunta Inocente. Para instalar una aplicación. Uy, uy, no le convence. ¿Por qué? “Porque hay algunas de pago y luego me vienen ocho o diez euros de más en la factura”, dice Inocente, “y eso no me interesa”. Pues vamos a por lo que interesa, que es, por ejemplo, navegar por internet con el móvil, quién lo iba a decir. Un clic y a viajar con los ojos y el entendimiento. “Quiero leer noticias”, pide Inocente, y Víctor guía el apetito de conocimiento del hombre: vas al navegador, al Google Chrome, pulsas.
“Pon algo, escribe qué quieres buscar”, propone el chico. Y el hombre elige el Diario Córdoba, y en un plis ahí está, desplegada la versión digital del periódico. Pero las preguntas se suceden y llega el momento de la información para mandar un mensaje de correo electrónico. Así, así, y le das a enviar. Inocente asiente, 83 años en ojos de llameante curiosidad.
Lista de espera
María Rosa Teresa (71) mira a su marido, Emilio, mientras su par, su “profe”, Abel Ruiz (15), intenta solventar un problema con su móvil, bloqueado no se sabe por qué. “No me mires, que si me miras no hacemos nada”, le dice Emilio. Y María Rosa sonríe, y sonríe Elena Sánchez, profesora del cole y una de las impulsoras del taller, y sonríe Susanna Rodríguez, la responsable del casal, que ha acabado de acomodar en otra sala a más parejas del taller. Llueve, y algunos usuarios se han dado hoy de baja, y desde el casal han telefoneado a quienes figuraban en la lista de espera.
Trinidad Portero (70) acude a las sesiones con su marido, Joan Zarza (72). “Yo ya sabía manejar el móvil, pero estas niñas me han abierto mucho los ojos”, dice la mujer, mientras su esposo asiente para luego hacer apología de la adaptación a los nuevos tiempos: “Todo evoluciona y hay que amoldarse para no quedarse desfasado. Si no lo haces, te cuesta mucho coger el ritmo y acabas en la cola de los tontos. Además, estos talleres nos van muy bien para ejercitar la memoria”. Y eso que él, Joan, era un descreído militante, que llegó a asegurar que cuando se jubilase no querría saber nada de móviles ni ordenadores ni artilugios análogos.
Un navegador
María Jesús Maestre (73 años) no es una advenediza en lides tecnológicas. Imparte clases de informática en el casal y tiene mucho aprendido, “pero siempre se aprende algo más”, dice después de asistir a uno de los talleres. Ella tiene cuenta de Twitter y perfil de Facebook, y está en Instagram. En Facebook, confiesa, se ha quitado años: justo treinta. “Lo importante es el espíritu”, justifica.
Apunto de cumplir los 73, Jesús Bello admite que entró en la primera sesión “nulo” de la información más elemental. “Tengo cinco nietos y cuando les transmito alguna duda, me dicen cómo resolverla o la resuelven, pero no me enseñan a hacerlo. Yo necesitaba esto”, comenta. “Esto” es el aprendizaje a conciencia, los talleres que afronta con el marchamo del buen humor y la inclinación a saber más. A saber para dar pasos y más pasos, como el de instalarse un navegador para circular con el coche. “Lo necesito para ir a Barcelona, por ejemplo. Si no, no llego al sitio. Y para ir por Terrassa. Hace sesenta años que vivo aquí, pero hay calles que no conozco”. José Ruiz (70) navega por internet en el ordenador de su domicilio, “pero aquí no”, dice mientras señala su teléfono, ese artilugio “de la media manzana mordida” que, dice, le impuso la familia para sustituir aquel móvil primario “que llevaba una tapa”.
Todo se andará. Se andará, si no se anda ya, lo de sumergirse en la red y se andará lo que para José es un anhelo personal insoslayable: tiene dos nietos residiendo en Málaga y quiere aprender a verlos cada dos por tres por videoconferencia: “Me han dicho que poniendo una cámara en la tele…”. Al llegar a casa, José “hace deberes” después del repaso con Adrián Abad, su esforzado mentor tecnológico.
Los receptores de las sesiones se enzarzan en piques sobre la sapiencia de sus “profes”: que si el mío es mejor, que no, que la mía, mi niña, mi niño. Son las “niñas” y los “niños” que, a veces, tienen que tomar apuntes al dar con un teléfono analógico que no están acostumbrados a tocar, hijos como son de la era digital. Son los chavales que no pueden evitar risas con comentarios jocosos de los alumnos que podrían ser sus abuelos. Son los adolescentes que a veces recomiendan un cambio de móvil. Los maestros que, como afirma José Ruiz, “llevan en los genes el manejo de los móviles y el ordenador”.
Son los que muestran a los abuelos cómo cambiar “la foto del WhatsApp” o eliminar imágenes o, incluso, marcar un número de teléfono. Carla Sahuquillo, una de las menores, recuerda con ternura el alborozo de su par “cuando supo que se podía ampliar el tamaño de las letras”. El reconocimiento de voz y las videollamadas tienen a muchos beneficiarios “alucinados”, cuenta Arnau Pérez, enfrascado en la lección a su pareja para que no se le borren las fotos sin saber cómo.
Las “maestras” Arisleida Villalona y Judit Giner agarran las mochilas para abandonar el casal. Lo propio hacen sus compañeros luego de acabada otra sesión. Hasta el lunes, o hasta el miércoles, se despiden mientras sus alumnos del taller de móviles los miran con arrobo. La mía es la mejor. No, la mía, anda ya, mi niño es el mejor.